La Biblia se ha unido a la nanotecnología, a la técnica del mínimo tamaño, de lo casi imposible. El museo de Israel se ha encargado de crear el Libro Sagrado más pequeño del mundo, en un objeto de menores dimensiones que la cabeza de un alfiler.

Con motivo de la celebración de su 50º aniversario, esta institución se ha propuesto desafiar todo lo establecido, romper los límites e impactar a un público que en dos meses ya supera los 10.000 visitantes. Y es que la apertura de la exposición lo explica con detalle bajo este epígrafe: "Y lo nano se hizo: la Biblia más pequeña del mundo". Adolfo Roitman, uno de los comisarios de la muestra, así lo define: “queríamos exponer lo que no se ve”.

La nanobiblia lleva inscritos -en el tamaño que antes hemos descrito- 1.200.000 caracteres hebreos para dar lugar al contenido de uno de los textos religiosos de mayor referencia para millones de creyentes de todo el mundo: en él se relatan odiseas de reyes y profetas, ciudades que nacen y luego desaparecen, sagas completas de héroes y villanos... En fin, todo un compendio que, si queremos leerlo a tamaño natural, deberíamos agrandarlo unas 10.000 veces, hasta que midiera siete metros por cada lado.

Sin embargo, en ese espacio tan minúsculo e increíble, que solo se puede leer con microscopio electrónico, se encuentra recogido todo el Tanaj, la Biblia Hebrea, que, según los expertos aseguran, se corresponde con el Antiguo Testamento de los católicos.

La explicación de esta proeza no es otra que la de divulgar el sentido de la nanotecnología. Y es que, para muchos estudiantes de instituto, parece que el término más que a hebreo les suena a chino. Como declara Ohad Zohar, físico del Instituto de Nanotecnología Russell Berrie, en el Technion, la Universidad técnica israelí, "queríamos contar qué es y para qué sirve la nanotecnología; y lo habíamos intentado dando charlas, preparando presentaciones... Pero no lo conseguíamos".

No obstante, y a pesar de la incertidumbre que cualquier comienzo supone, en 2007, Zohar y Uri Sivan formaron equipo y se animaron a demostrar a todo el que quisiera conocer las más que amplias posiblidades que abre la “ciencia de lo pequeño”, a través del libro más traducido, interpretado y difundido de la historia.

La herramienta prioritaria que empleó este grupo de investigación hace 8 años fue un cincel especialmente diseñado para ello, es decir, un haz de iones de galio focalizados sobre una superficie de silicio (material base de muchos circuitos electrónicos) a la que previamente dieron una película de oro de solo un centenar de átomos de grosor. Presten atención, por favor, al término de átomo y se harán una idea aproximada de las dimensiones con las que se está operando. A continuación, el haz de iones va tallando -siguiendo los dictámenes de un programa determinado para dar forma a cada caracter hebreo- dicho baño de oro, dejando al descubierto el silicio oscuro.

La técnica empleada tiene relativamente pocos años. Cerca de veinte, tiempo suficiente para ir afinando los resultados. Sin embargo, según Zohar, “el problema más importante al que nos enfrentábamos fue el de preparar la base de silicio y transferir el texto. Una vez hecho, la grabación en sí solo lleva una hora y media”. Además, el mayor gasto de tamaña tarea lo ha supuesto la preparación de los textos, no tanto los materiales o el grabado en sí.

Pero este trabajo, aunque determinante, no es una novedad en cuanto a miniaturización. Roitman asegura que “existen textos sagrados escritos, por ejemplo, en granos de arroz; no obstante, antes de llegar a este hecho, y entre el siglo VIII y VII antes de Cristo, se cree que ya se escribía en papiros y, un siglo después, el libro resulta ya crucial en la tradición de la religión. Es más, se han encontrado pequeños rollos con planchas de plata que funcionan como amuletos, un uso mágico de la forma literaria".

A este respecto, no hay que olvidar que sacerdotes y escribas emplearon el cincel y la piedra en sus comienzos para, pasado el tiempo, empezar a utilizar el cuero, la cerámica, la plata, el papiro, el códice... hasta llegar al papel y a la imprenta de Gutenberg. Como advierten los mismo miembros de la universidad israelí, "a toda tecnología, antes o después, la suplanta otra. A la piedra, la cerámica y el papiro; al códice de animal, el papel... Mañana tendremos otras tecnologías”.

Solo hay tres ejemplares de nanobiblia: el que se encuentra en el Museo de Israel, el que conserva el Technion y, por último, un tercero que Simon Peres entregó al papa Benedicto XVI en su visita a Israel en 2009. De hecho, no piensan aumentar su número dado que el instrumental empleado está específicamente diseñado para objetivos científicos, no divulgativos. Valga la excepción.

La exposición del Museo estará abierta al público durante al menos año y medio e incluso puede que, a medio plazo, se traslade a otros países. Se trata, sin duda, de un magnífico marco representativo para acercarse a Dios y a la nanotecnología. Y en un solo paso.