Desde hace varios siglos los cafés literarios son el lugar de encuentro donde se dan cita la flor y nata de la sociedad y la cultura, los amantes de las letras y las artes que se profesan críticas y halagos a partes iguales, todos ellos capaces de construir otros mundos posibles a través de las palabras.

La mayor parte de estos cafés, que fueron de gran importancia en los siglos XIX y XX, hoy han desaparecido. En Madrid, el Café del Príncipe, el Nuevo Café de la Montaña, el Café de Levante, La Fontana de Oro o el Café del Gato Negro solo han llegado a nosotros a través de las obras de quienes los frecuentaron; la literatura los ha hecho inmortales.

En 1888 abrió sus puertas el Café Gijón, el más legendario de esta especie, que aún hoy presume de acoger a gran número de escritores y artistas que acuden en busca de las musas. Célebres eran las tertulias literarias de otros tiempos: los miembros de la Generación del 27, Camilo José Cela, Francisco Umbral, Fernando Fernán Gómez e incluso el mismo Hemingway fueron habituales. Los espejos del Gijón fueron testigos del ingenio de estos personajes, de riñas y peleas y de grandes creaciones. A él acuden hoy caballeros ya de cierta edad con el propósito de mantener viva la dialéctica literaria y algunas costumbres de otra época.

De estas reuniones, han llegado hasta nosotros curiosas anécdotas protagonizadas por personajes singulares dotados del mismo nivel de talento y de ego. Es famosa la discusión entre dos escritores: Rubén Darío (hispanoamericano) tildaba la prosa de Baroja de tener mucha miga (era panadero), a lo que el último le devolvía que, sin embargo, su poesía lo que tenía era mucha pluma.

Otra interesante anécdota es la que hace referencia al gran escritor gallego Ramón María del Valle-Inclán y la historia de cómo perdió su mano izquierda. Dicho autor era por todos conocido por su afición a entrar en acaloradas disputas cuando el contenido del debate no era de su agrado. Estando en el mencionado Nuevo Café de la Montaña, discutiendo acerca de una cuestión que no iba con él, sobre el honor de los españoles y los portugueses, contrario a la intervención del también escritor Manuel Bueno, vio oportuno increparle con un insulto, lo que llevó a este último a golpearle con su bastón. Valle-Inclán intentó protegerse y el bastón le golpeó el antebrazo, clavándose así el gemelo. Una herida profunda derivó en infección, gangrena y amputación.

El hecho que para cualquiera hubiese supuesto una depresión, para nuestro autor no fue sino un acontecimiento del que hacer literatura, un suceso del que nunca dejó de regodearse contando maravillosas historias que nada tenían que ver con la realidad.

No muy lejos del barrio de las Letras, donde se hallaban gran parte de estos cafés, está otro conocido barrio madrileño. Malasaña es el barrio de moda, el barrio de los "modernos", los hipsters, lo retro y lo vintage: locales decorados como la casa de mi abuela acogen a montones de jóvenes que visten como lo hubieran hecho ella y sus amigos en sus tiempos mozos, con música indie de fondo. Lo viejo y lo novedoso confluyen en perfecta armonía. Se respira tolerancia, ambiente desenfadado y creatividad por todos los rincones.

Entre el variopinto de estas calles se encuentra el bar Este Oeste. En lo más recóndito de sus entrañas nos citamos desde hace varios años para celebrar una tertulia que ya cuenta con más de veinticinco años de vida y que mantiene la esencia de aquellas otras. Escritores, artistas y aspirantes a bohemio que desprenden, como entonces, talento y ego a borbotones.

Se habla de Juan Ramón Jiménez, que leyó y corrigió el diario de su mujer (ya fallecida) para eliminar todos aquellos pasajes que no le dejaban en buen lugar. Un reconocido poeta nos cuenta que Vicente Aleixandre, personalmente, reescribió el final de uno de sus poemas con la condición de que nunca desvelase cuál era. Borges fue un gran escritor, pero un pésimo amante, si no hubiera sido tan aburrido habría sido mejor escritor. Freud es responsable de que se escriba del mundo interior, está presente en Proust, Faulkner... En el fondo, la literatura y las mujeres son mentiras inexactas, lo dice Pessoa.

Una gran variedad de excéntricas criaturas, de seres interesantes con características muy peculiares que no se encuentran en otro lugar. Opositores ("Odio a los intelectuales; si una película les gusta, dejo de verla"), críticos ("Ya no se lleva Galdós; para que escribas como Galdós, leo como Galdós que escribe mejor"), optimistas ("Hasta los feos podemos ligar, me he dejado perilla a ver qué pasa..."), radicales ("Cuando era joven dejé a una novia porque no le gustaba la ópera"), románticos ("El terreno de la poesía es el de la libertad y la tolerancia, lo que sucede en un poema hace que conectes con una persona más que en cualquier otro campo"). Todos ellos están.

Dolezêl hablaba de los mundos posibles, del universo que empieza y acaba dentro de un libro. Esto es nuestra tertulia, un mundo con una realidad muy diferente a la que se vive de puertas para fuera, atemporal, metaliteraria. De historias que solo allí se cuentan. De conexiones entre el pasado y el futuro. De seres fabulosos que ante nuestros ojos llenos de asombro consiguen hacer de nuevo magia con las palabras.