Desde hace años escribo todo los días y esto es ya una rutina que me obliga a levantarme temprano, a pensar, a leer y a seguir escribiendo. Siempre estoy pensando en cómo podría narrar un evento, cómo describir un sentimiento y cómo pintar con palabras el mar o el cielo. Escribir es una forma de ser y de sentir, un modo de relacionarse con las cosas y el mundo, un modo de ver lo visible e imaginarse la forma, la textura y los matices de lo que no vemos. Desde hace años escribo y lo único que sé es que, mientras pueda, seguiré escribiendo.

En la escritura, ser autorreferencial es algo que no podemos evitar, hablando de nuestras emociones, nuestras experiencias y nuestros sentimientos y por eso, lo acepto como parte integrante del juego y sobretodo como parte de la escritura. No hacerlo sería como esconderse detrás de un dedo, pretendiendo absurdamente que nadie nos vea, porque antes de vernos, verían nuestro dedo. Por otro lado, ¿podría ser un peligro hacerlo constantemente? Una pregunta válida, pero uno de los libros más leídos en Europa en estos momentos es la historia íntima y personal del autor noruego: Karl Ove Knausgård, que llenó cientos de páginas de sentimientos e intimidades en una historia de seis libros y 3.000 páginas en total, que describen su vida reciente en cada detalle, haciendo público lo privado y lo privado público. Y no es el único, ni tampoco una excepción, lo precede una larga tradición de poesía y literatura intimista e existencial entre otros muchos géneros.

Algunos profetas de la “objetividad” podrían hablar de literatura narcisista. Yo, contrariamente, lo llamo transparencia, ya que cualquier relato, historia y narración inicia y termina con el autor y separarse de sí mismo y ser completamente “objetivo” es una aberración, como tantas otras aberraciones profesadas por un “materialismo” malentendido, ya que el mundo existe “objetivamente”, porque tenemos la capacidad subjetiva de imaginarlo y nuestras narraciones están impregnadas de cómo vivimos “subjetivamente la objetividad contingente de estar en el mundo” con nuestro pasado, nuestras intenciones, con nuestra historia, con nuestra sentida y sufrida individualidad y experiencia personal.

Reconozco abiertamente ser subjetivo y por ende autorreferencial, tratar de no serlo, sería el equivalente de una completa y absurda “autoeliminación” y en ese caso, no escribiría, ya que no tendría motivo alguno para hacerlo. Sin sujeto no hay historia y, por el momento, no hemos visto un sujeto que devore su subjetividad inmolándose en el altar de una objetividad vacía e inexistente, porque la pregunta es ¿puede existir una objetividad sin sujeto? Teóricamente es posible, pero no tendría propiedades ya que nadie podría atribuírselas.

En realidad escribir, como actividad, es un diálogo internalizado, donde el autor habla consigo mismo, sustituyendo provisoriamente al interlocutor o lector con una imagen que él tiene del otro. Al hacerlo, esa imagen se vuelve autorreflexión, ya que el sujeto reflejado en ella es por definición el autor mismo con su mundo, recuerdos y emociones. El diálogo, en forma de monologo, puede evocar diálogos “reales”, pero en una versión auto-editada, ya que el autor, al recordar esos diálogos, inexorablemente los altera, modificándose a la vez a sí mismo, no como persona en su totalidad, sino como historia personal o identidad auto-narrada y en este sentido, todo texto es por definición directa o indirectamente autorreferencial, aun cuando el tema sea el mundo externo, ya que es un mundo externo percibido y narrado por el autor a partir de su experiencia personal. Además, el autor con sus narraciones crea espejos para que otros puedan reflejarse y reconocer en sí lados nuevos de su propia subjetividad. Las historias que narramos tienen sentido porque son sentidas y vividas como reales por los lectores y cada historia es una llave que abre la puerta de la subjetividad y le da a la vez nuevos contenidos, imagines y metáforas para autodefinirse en un proceso sin fin. Nosotros como lectores no somos objetivamente los mismos después de leer un buen libro o una buena historia, porque esta nos cambia, subjetivamente hablando.