Ayer encontré en casa una de esas revistas del corazón –a la que llamaremos Rosa- plagada de cotilleos, consejos de moda e historias de rupturas de famosos. No suelo leer este tipo de cosas, porque, sinceramente, me da absolutamente igual quien se haya divorciado de quien y quien se haya casado con quien. Pero me gustan los vestidos de bodas y los comentarios crueles que hace *Rosasobre las opciones de vestimenta de algunos de estos famosos, así que sí, de vez en cuando la ojeo.

En el ejemplar de Rosa que cogí había un artículo que hablaba sobre los líos amorosos de cierta actriz que, al parecer, le había puesto los cuernos a su pareja con el director de la película en la que estaban trabajando ambos. Después del artículo, me leí el horóscopo y los comentarios mordaces sobre los vestidos en no sé qué gala. Después dejé a un lado la revista y continué alegremente con mi vida.

Tengo entendido que este es un comportamiento habitual en relación con revistas como Rosa. Es un pasatiempo inocente, en el que adquirimos una información inútil con la que –como mucho– podemos cotillear con nuestros amigos o familiares. Como forofa del cine, no me siento ofendida por el hecho de que actriz X se acueste con director Y. Personalmente, me da igual.

En el caso de que no me diera, en caso de que pensara que X es una zorra y que no merece trabajar más en el mundo del cine, me pregunto: ¿qué puedo hacer?

Las revistas –como los diarios y cualquier otro medio de comunicación impreso– permiten un feedback muy relativo. Si quisiera publicar una respuesta al artículo habría de escribir una carta y mandarla a la redacción. Los redactores tendrían que leerla y decidir si publicarla o no. Probablemente, si mis opiniones no fuesen constructivas, si mis palabras no estuviesen bien escogidas, el texto no sería publicado y el mundo no se enteraría de mi opinión sobre X. Aun en caso de que lo fuera, la opinión saldría –como pronto– en el próximo ejemplar de la revista o, si es como Rosa, no saldría, porque no hay una sección para cartas del lector.

Entonces, nadie sabrá nunca mi opinión sobre X, porque el medio -la revista Rosa- no me lo permite.

No obstante, existen otros medios en el mundo, otras formas de adquirir información –tanto útil como inútil-. En la actualidad, el más importante de estos medios es Internet. En internet hay foro tras foro, página tras página de información. Todo lo imaginable está en internet. Desde las más buscadas fotos de gatos hasta las últimas teorías de matemática cuántica. Muchas de estas páginas tienen sección de comentarios.

Lo que significa que, cuando tropiece en internet con la información de que X y Y han tenido un ardiente affaire mientras X estaba saliendo con C, tendré la posibilidad instantánea de expresar mi absoluto desprecio por X, mis opiniones sobre el futuro de su carrera. Como vivimos en un mundo en el que la poligamia no está bien vista, el sexo por conveniencia solo es aceptable si nadie se entera y al parecer la gente no tiene nada mejor que hacer, probablemente mis comentarios serán respondidos, tal vez compartidos y durante una breve facción de tiempo en algunas páginas de internet se hablará animadamente del tema. Luego aparecerá una nueva imagen sobre un gato subido en un triciclo y el tema se olvidará. La carrera de C, la de Y e incluso la de X seguirá como siempre.

Hasta ahora nada de lo que he contado es nuevo. Todos somos más o menos conscientes de la libertad que da internet: Contacto con el mundo entero, inmediatez y anonimato. Y es el anonimato lo que más poder nos da. Mandar una carta que puede ser rastreada fácilmente de vuelta a nosotros, es lento y está sujeto a repercusiones. Poner un comentario en anónimo nos permite airear nuestro descontento.

Existe en internet una criatura conocida como el trol, que se dedica a “meter cizaña” en las páginas que visita. Pone comentarios incendiarios y se sienta a mirar como los internautas comienzan animadas discusiones. Los troles no tienen más motivo para poner sus comentarios que las ganas de fastidiar. Primo hermano del trol es el hater, que se diferencia de los troles por el hecho de tener una fuerte ideología y luchar a brazo partido con todo aquel que difiera de sus opiniones.

“Haters gona hate” es un meme que tal vez algunos halláis visto escrito sobre algún tipo de imagen ridícula. La ridiculización del hater va unida al desprecio por los troles, pero eso no ha disminuido sus viciosos ataques.

Probablemente alguno piense que cualquier persona –amparada en la libertad de expresión– es libre de defender sus opiniones.

Por poner un ejemplo: sigo a cierto dibujante de comic freelance que publica historietas a través de las redes sociales Deviantart, Facebook y Twitter. Personalmente le sigo porque su serie SYAC me hace reír. Dedico unos minutos de mi vida a seguir a este artista, compartir sus dibujos. Probablemente alguno de vosotros haga lo mismo. Ahora bien, hay una serie de individuos a los que este artista no les gusta y que se dedican a expresar su desagrado vocalmente en la sección de comentarios. Lo cual es normal: si uno ve un cuadro que no le gusta en una exposición, probablemente también lo dirá. Y luego volverá a su casa y puede que hasta olvide el nombre del artista. Sin embargo, estos curiosos individuos se dedican a seguir –voluntariamente– al artista publicando su odio hacia él, insultándole a él, a su familia, sus opiniones y su arte. Algo que ocurre una y otra y otra y otra y otra vez. Hasta el punto que si uno busca en Google el nombre del artista, apareces de pronto ante resultados que explican “por qué todo el mundo le odia”. Su cuenta de twitter se ha convertido en una recopilación de los comentarios incendiarios que ha llegado a recibir.

Las críticas negativas son, desgraciadamente, el arma más light a disposición del hater. El equivalente a las novatadas seria otra: si internet fuese un planeta, en él habría un país sin reglas –la única que existe aparentemente impide postear pornografía infantil– en el que se puede publicar de todo. Y cuando la gente tiene el poder de publicar de todo, crea la anteriormente conocida como “hate mashine” – máquina del odio. Esta página ha sido el origen de algunos memes más virales como los carteles “desmotivadores” y el Pedobear. Entre sus bromas está el uso del video de Rick Astley como link falso. Desgraciadamente también es el foco de muchos ataques cibernéticos, entre los que se encuentran acciones contra páginas de internet como Youtube, Promusicae, del Ministerio de Cultura de España, y Google. Provocaron la bajada de las acciones de Apple al publicar que Steve Jobs había muerto de un ataque al corazón y amañaron una votación popular para decidir en qué país debería hacer Justin Bieber su próximo concierto para que el resultado fuese Corea del Norte.

Al estar formado por gente de todo tipo en cualquier lugar del mundo, amparados bajo la filosofía Anonymous, este pequeño país virtual se ha convertido en la cuna de la cultura de internet, una cultura que forma una parte muy grande de la vida social actual.

Como muchos sabrán, el grupo Anonymous se manifiesta a favor de la libertad de expresión, la independencia de Internet y contra diversos grupos políticos y asociaciones que pretenden mermar la libertad de la información. No es de extrañar entonces que hayan hecho públicos datos privados como direcciones, números de la seguridad social e incluso fotografías comprometidas que algunos famosos tenían guardadas en la ‘nube’.

Y es en la publicación de datos donde algunos de los ataques más salvajes de internet han empezado: la página de Youtube Feminist Frequency se dedica desde hace un tiempo a publicar videos críticos sobre la presencia de mujeres en los videojuegos. La lleva una mujer joven, cuya pasión son los videojuegos y sus controvertidos vídeos han sido considerados por algunos críticos “dignos de la PBS”, la cadena pública Americana, con gran contenido de servicio público.

A mediados del año 2014 esta youtuber publicó una serie de dos vídeos muy recomendables con el título Women as Background decoration (Mujeres como decoración de fondo). Lo dicho, son dos vídeos controvertidos, que ilustran con gran variedad de ejemplos tanto de videojuegos conocidos como otros más indies el papel de las mujeres en los videojuegos.

El odio que estos videos, que apenas suman una hora en total, provocó –y sigue provocando- es alucinante. En apenas 24 horas su dirección se había hecho pública y Twitter pedía su sangre, literalmente. Recibió amenazas de violación y muerte contra ella y su familia que ponen los pelos de punta solo con leerlas. Hasta tal punto que tuvo que marcharse de casa y esconderse.

Desgraciadamente, este no es un caso aislado. Miles de personas utilizan la red como su principal herramienta de trabajo. Necesitan estar conectadas a las redes sociales y aprecian el feedback que reciben. Cualquier trabajo es digno de respeto y nadie debería tener miedo de acudir a su puesto de trabajo. Los haters provocan ese miedo.

No quisiera transmitir una idea equivocada. En ningún momento estoy defendiendo el poner trabas a la libertad de expresión. Cada uno es libre de opinar lo que se le antoje. En este mundo vive mucha gente, cada cual con sus opiniones y su derecho a defenderlas. Pero considero –y esta es mi opinión personal– que existe un límite, una fina línea entre dar una opinión, estar en desacuerdo con alguien y pretender destruir a ese alguien. Porque, en el momento en el que estamos, utilizan nuestra libertad de expresión para callar a alguien. En el momento en el que alguna de las victimas del hater tire la toalla y deje de publicar sus opiniones, estos haters habrán eliminado su opinión. Se habrán convertido en los dictadores que deciden qué está bien y qué está mal. Imponiendo sus opiniones a los demás.

Creo que el anarquismo de opinión es una delicada balanza que, para que funcione, debe mantenerse en constante equilibrio. La punta sobre la que está equilibrada es el respeto. Si queremos liberta de expresión entonces debemos evitar al hater. La forma de hacerlo es cuidando las palabras, escogiéndolas con deliberación. No para hacer daño, no para editar el contenido, sino para mantener el respeto que todo ser merece.