Todos tenemos una filosofía personal, una filosofía de bolsillo que usamos cotidianamente y muchas veces sin darnos cuenta. En ese sentido somos filósofos sin serlo profesionalmente. Al mismo tiempo, como todos sabemos, existe una filosofía de libros, que usa la lógica y repite las mismas preguntas que nos hacemos a nosotros mismo con más metodología y claridad. Los temas son siempre los mismos: ¿Qué es la realidad? ¿Qué hace a una persona ser persona? ¿Qué es el bien y qué es el mal moralmente hablando?

En una cierta manera, la filosofía es un instrumento para pensar y reflexionar sobre nuestra propia manera de ser, para identificar, entender y superar nuestras propias contradicciones y sustentar una visión del mundo y de las cosas más articulada y sólida y a la vez, paradojalmente, más flexible, ya que facilita el diálogo, el conocimiento y además el autoconocimiento. Como personas, vivimos en un cosmos y cada cosmos necesita una cosmología. Desgraciadamente hemos dejado de interesarnos abiertamente en estos temas y la cantidad de horas que dedicamos a discutir y confrontarnos sobre nuestra visión del mundo se ha reducido a un mínimo, empobreciéndonos y haciéndonos más vulnerables.

La filosofía nació en la calle, en las plazas, en foros públicos, donde todos participaban y hacían presentes sus opiniones y esta era parte de la vida “democrática” en la vieja Grecia. Hace unos años leí un libro de un filósofo, que se dedicaba a hacer preguntas a la gente y a hablar con ellos, evidenciando sus contradicciones e invitándolos a pensar con más disciplina. Este filósofo contemporáneo imitaba a Sócrates y a Platón y entraba en los bares y se sentaba en las plazas a conversar con la gente sobre como ellos percibían su realidad, su moral y su vida.

Pensando en él y además por curiosidad personal, a menudo hago preguntas a la gente que me circunda y me sorprende siempre la facilidad con que entramos en un diálogo y como las ideas y conceptos se hacen más precisos. Una de las preguntas que hago en estos momentos es: ¿Cómo define “próximo”? O ¿puede una persona de otra cultura y con otros valores ser considerado “próximo”? O ¿cuáles son los aspectos que podrían excluir a una persona de su condición de “próximo”? Las respuestas inicialmente son poco articuladas, el interlocutor no percibe claramente todas las posibles implicaciones que una definición de “próximo” puede tener y se esfuerza en definir su posición en un modo preciso, dándose cuenta también de contradicciones y conflictos que ella encierra. El concepto de próximo nos lleva inexorablemente al concepto de prejuicio y de allí se pasa fácilmente a la ética y a la política.

A menudo personas que afirman la universalidad del concepto “próximo” excluyen algunos tipos de comportamiento y se descubren menos coherentes de lo que hubieran querido ser. Otros parten de un concepto excluyente y lo amplían cuando se enteran de que su posición fácilmente podría ser considerada como un mero prejuicio, ya que no tienen argumentos para sustentarla.

Otro aspecto interesante en estos diálogos es la reciprocidad, entendida como "yo te respeto, si tú me respetas" o "si tú me consideras tu próximo, yo haré lo mismo contigo". De estas “discusiones filosóficas” se pasa rápidamente a aspectos psicológicos como los mecanismos de inclusión e exclusión del grupo de referencia, que sustenta nuestra identidad personal. Pero esto es ya otro tema. Lo importante es sacar nuestra filosofía personal del bolsillo y participar en un diálogo público que nos haga reflexionar y crecer como personas y esto seguramente era un aspecto vital de la filosofía que al parecer hemos olvidado.