El próximo mes de abril mi abuela cumple 89 años, una edad nada despreciable. Según me voy haciendo mayor y me toca madurar, me doy cuenta de la importancia que tienen las personas que te rodean. Por un lado están los amigos, en el colegio, en la universidad, los compañeros de trabajo, los novios… personas que te ayudan a ser quien eres. Pero también está la familia, hermanos y padres, que casi siempre sientes como un incordio, te molestan, te prohíben hacer cosas… A pesar de todas las peleas y discusiones siempre están a tu lado.

Mi abuela es de San Sebastián, una ciudad del País Vasco, en el norte de España, y en euskera (el idioma de la región), abuela se dice amama. Es decir, dos veces mamá. Y es que no hay mejor definición para una abuela. Cuando pienso en mi yaya me viene a la memoria la imagen de la niñera más blanda que jamás he tenido, cariñosa y atenta, que siempre ha estado ahí cuando se la necesitaba. Pero en esta descripción caben todas nuestras abuelas.

No es de extrañar que yo hable así de mi “amama”, ¿quién no le tiene aprecio a su abuela? Aunque a veces puedan ser un poco cotillas y les cueste un poco entender todo lo que hacemos los jóvenes, lo cierto es que cuando estoy con ella me vuelvo a sentir como aquella niña pequeña a la que llevaba al parque y a merendar chocolate con churros. Ellas nos han visto nacer, crecer, han estado en nuestros momentos importantes, en festividades como los Reyes Magos, Papá Noel…

Este cariño y respeto que siento por los ancianos lo aprendí desde pequeña, con mi propia experiencia y con el ejemplo que mis padres me inculcaron. Al igual que en otras culturas, España era antes un país en el que tener más de 70 años era algo poco frecuente y digno de respeto. Pero la sociedad y la forma de vida moderna han provocado un cambio en nuestra relación con los más mayores.

Por desgracia, en la actualidad cada vez hay más personas mayores que están solas, que no tienen familia cerca, o a nadie que esté con ellos, que les acompañe al médico... Y es una pena, porque podemos aprender tanto de ellos: son testigos de nuestra memoria histórica y familiar.

Una de las anécdotas favoritas que mi abuela suele contarme es cómo conoció a mi abuelo, la costumbre que tenían de ir “al baile” y al cine los domingos. Una historia de amor a la antigua. Pero pueden ser también los mejores soplones, gracias a ellos podemos descubrir que nuestros padres no eran tan obedientes ni tan buenos estudiantes como nos quieren hacer creer…

Desde mi experiencia personal, siempre he podido contar con el apoyo de mi familia, que en los momentos difíciles me acogieron y me ayudaron a seguir adelante. Pero además de mis padres, tengo la suerte de que todo lo que no me proporciona la fortuna, lo pone mi abuela de su parte. Como todas las mujeres de su edad, reza por nosotros, nos tiene siempre en su pensamiento y estoy convencida de que parte de esa energía pasa a nosotros y podemos sentir su apoyo constante y su preocupación.

Por todo esto y mucho más, ahora que mi abuela se acerca a cumplir un siglo, sólo aspiro a ser la mitad de buena madre y abuela, y ser tan generosa y cariñosa como ella.

¡Felicidades amama!