Desde el inicio del estudio de la ingeniería, se ha cultivado una profunda curiosidad por comprender cómo el estudio del mundo natural y el desarrollo tecnológico podían trascender los marcos conceptuales tradicionales de la ciencia. Este pensamiento se orienta hacia la posibilidad de generar aplicaciones que no solo respondan a la lógica instrumental del conocimiento técnico, sino que también permitan dar forma tangible a lo que muchas veces se concibe como mágico, místico o incluso misterioso. Esta aspiración, lejos de ser meramente poética, representa una voluntad clara de construir una tecnología que encarne la totalidad de la experiencia humana.
En ese marco, y con una sensación de entusiasmo, creatividad y ética, se ha podido desarrollar en los laboratorios un concepto basado en las potencialidades de la nanotecnología. Inspirado por las capacidades emergentes de la inteligencia artificial y su aplicación en la automatización de procesos no solo multimedia, sino también artísticos y simbólicos, se concibió un sistema que pudiera generar interacciones naturales, dinámicas y altamente complejas. Así nació el proyecto Artters, cuyo nombre alude explícitamente al arte como eje central de la innovación.
El concepto de Artters se basa en unidades esféricas de escala nanométrica —descritas como “peloticas”— capaces de almacenar y proyectar contenido digital en forma de hologramas. Cada unidad podría contener información como imágenes, poemas, notas musicales, archivos de datos o cualquier tipo de expresión multimedia, liberándose desde un contenedor compacto. Estas esferas, equiparables en tamaño a un subpíxel OLED, se activarían mediante mecanismos de sincronización que recuerdan la coordinación utilizada en drones lumínicos para espectáculos aéreos, pero aplicados a una escala radicalmente inferior y portátil. La idea principal es que estos puntos OLED de nanobots sean guiados por el teléfono para desplegar hologramas 3D, del mismo modo en que los drones en China, por ejemplo, muestran imágenes de dragones animados en el cielo, pero a la escala de un teléfono inteligente.
En términos funcionales, este sistema permitiría la creación de artefactos tecnológicos que, partiendo de una forma inicial —por ejemplo, un dispositivo móvil—, pudieran transformarse físicamente mediante el ensamblaje activo de nanobots. Esta transformación se lograría a través de brazos simples articulados integrados en las esferas, que les permitirían interconectarse, expandirse y modificar su geometría, adaptándose al uso previsto por el usuario. La conectividad necesaria para este tipo de sincronización podría lograrse mediante sistemas de corto alcance como Bluetooth de última generación o protocolos de comunicación de área local similares al Wi-Fi, optimizados para redes internas con alta densidad de dispositivos.
De esta manera, el equipo conceptualizado permitiría que un teléfono móvil de 5 pulgadas se desplegara como una tableta, actuando los Artters como una forma sólida del teléfono y no solo como reproductores de hologramas 3D. Podría transformarse en una consola interactiva, una interfaz para producción audiovisual o incluso en un lienzo dinámico para artistas. Este sistema, completamente modular, se sustenta en avances actuales como los desarrollos de micromecánica (MEMS), inteligencia artificial distribuida y robótica molecular, campos que ya muestran resultados tangibles en investigaciones como las realizadas por el MIT Center for Bits and Atoms o los trabajos recientes de IBM Research sobre computación en materiales activos.
Al imaginar estas capacidades, se propone un diseño cuyo núcleo permanente contaría con la inteligencia suficiente —gracias al aprendizaje automático— para orquestar cada transformación de manera fluida, intuitiva y emocionalmente relevante. Se plantea incluso la posibilidad de que el dispositivo reaccione a estímulos afectivos, ajustando su color, forma o contenido en función del estado emocional de la persona usuaria, al estilo de los diseños bioreactivos explorados por proyectos como Moodcaster o los wearables hápticos desarrollados por empresas como Embr Labs.
A partir de estas premisas, se gestó Pretpor, un prototipo de teléfono móvil que funciona sin conexión constante a Internet, rompiendo con la dependencia omnipresente del entorno digital y proponiendo un nuevo paradigma de interacción: más introspectivo, más creativo, más autónomo. Pretpor utilizaría exclusivamente su red interna de nanobots para ejecutar funciones avanzadas sin necesidad de la nube, permitiendo a cada usuaria o usuario configurar libremente los modos de despliegue, tipo de interfaz y comportamiento físico del dispositivo.
El sistema está concebido para fomentar una expresión más libre e integrada de la imaginación. Pretpor tendrá una amplia diversificación en la personalización, permitiendo a los usuarios agregar en la interfaz si son estudiantes, si usan el teléfono para algún hobby específico o para implementar sus conocimientos profesionales. Tendrá una versión con todas las capacidades para música si eres cantautor, o para marketing si eres publicista. Así, el teléfono se convierte en un medio catalizador: un puente entre la creatividad y la tecnología, donde el hardware deja de ser una limitante y se transforma en una extensión viva de la voluntad humana. El dispositivo en sí no es solo un producto, sino una plataforma para la autoexpresión de cada quien.
La viabilidad técnica de este enfoque ya no se sitúa en el terreno de la especulación. Con la integración actual de sistemas basados en metamateriales programables, computación ubicua y robótica a escala micro y nano, proyectos como Pretpor ofrecen una visión plausible y contemporánea de cómo la tecnología puede reconectarse con las dimensiones emocionales, artísticas y sensoriales de las personas. La trayectoria de dispositivos plegables como el Samsung Galaxy Z Fold o los avances en nanodispositivos autoensamblables en laboratorios como el de Caltech corroboran que el camino hacia esta tecnología transformativa ya ha comenzado.
Pretpor, entonces, no es solo una propuesta de dispositivo: es una afirmación filosófica sobre la capacidad de la humanidad para imaginar y materializar sueños, y sobre la complejidad de cada experiencia. Tecnologías que no solo sirven, sino que también evolucionan y se transforman. En este sentido, su potencial se revela como incalculable: un verdadero portal hacia futuros donde la expresión, la identidad y la tecnología convergen en formas hasta ahora inexploradas por nuestra felicidad.















