Pompeya, donde la vida continuó tras la catástrofe. A pesar de que en precedentes excavaciones, algunos datos resultaron ignorados, ahora se demuestra un capítulo histórico por recuperar.

De hecho, Pompeya fue repoblada tras la erupción del año 79 d.C. por los mismos supervivientes, a los que no les quedaba ningún otro modo para reiniciar una nueva vida, pero verosímilmente, también por personas procedentes de otros lugares, sin techo y en busca de un sitio donde asentarse, con la esperanza de encontrar objetos de valor, habrían reocupado el área devastada por el evento volcánico. Una situación precaria y desorganizada, aquélla que veía reflorecer señales de vida en la ciudad de Pompeya, continuada hasta el siglo V cuando la zona quedó completamente abandonada.

Se trata de hipótesis, ya avanzadas en el pasado, que ahora parecen estar confirmadas por datos y trazas surgidas en el ámbito de las obras de “Instalación de seguridad, restauración y consolidación de la Ínsula Meridionales de Pompeya”, según testimonios de personas que volvieron al lugar del desastre y que en cierto punto empezaron a vivir establemente entre las ruinas de las plantas superiores erigidos aún entre las cenizas.

Así pues, en las casas y estructuras antiguas volvía la vida, pero los ambientes que anteriormente se encontraban en la planta baja fueron convertidos en sótanos y cavernas, donde se colocaban cocinas, hornos y molinos.

Se calcula que Pompeya contaba con al menos 20 mil habitantes en el año 79, sin embargo, aun se discute el porcentaje de las personas que fallecieron durante la erupción. Al parecer fueron unas 1300 víctimas encontradas desde el inicio de las excavaciones, es decir desde 1748 hasta hoy. Con dos terceras partes de la antigua ciudad sacadas a la superficie, la cifra podría parecer relativamente baja, al menos alrededor del 10%. Muchos otros habrían podido perder la vida fuera del centro urbano mientras trataban de alejarse del epicentro de la catástrofe.

Con toda seguridad, hubo otros supervivientes, como nos llevan a intuir incluso inscripciones con nombres pompeyanos procedentes de otros centros de Campania. Pero evidentemente no todos tenían los medios para empezar una nueva existencia en otro lugar. Se podría explicar así por qué algunos habitantes volvieran a la ciudad destruida, de la que se delineaban aún las plantas superiores de los edificios.

Es posible que a los antiguos habitantes se podrían haber añadido otros individuos que no tenían nada que perder. Al principio se vivía en una especie de desierto de cenizas, pero pronto la vegetación volvió a prosperar.

Además de un sitio donde vivir, Pompeya ofrecía la posibilidad de excavar en el subsuelo, donde se podía encontrar objetos de valor, si bien de vez en cuando se podía tropezar con el cuerpo de una víctima en descomposición.

Tal situación, algo improvisada por no decir anárquica, podría ser quizás el motivo por lo que el emperador Tito mandó a dos ex cónsules como “curatores Campaniae restituendae” que, además de promover una refundación de Pompeya y Herculano, tenían la misión de ocuparse de los bienes de quienes no habían dejado herederos.

Sin embargo, la tentativa de refundación fue un fracaso, ya que el sitio nunca volvió a ser el centro vital que había sido antes de la erupción. Mejor dicho, a juzgar por los datos arqueológicos, debía ser un aglomerado donde las personas vivían en condiciones precarias y sin las infraestructuras y los servicios característicos de una ciudad de la antigua Roma. Cosa que no impidió que esta forma de asentamiento se prolongase hasta la edad antigua tardía, es decir, hasta el siglo V, cuando, probablemente en coincidencia con otra desastrosa erupción, quedó definitivamente abandonada.

Como declara el director del sitio arqueológico, Gabriel Zuchtriegel:

El episodio de la destrucción de la ciudad en el año 79 de nuestra era ha monopolizado la memoria. Con el entusiasmo de alcanzar los niveles del año del desastre natural, con frescos maravillosamente conservados y decoraciones aún intactas, las señales débiles de la reocupación del sitio fueron decididamente eliminadas y a menudo olvidadas sin alguna documentación.

Gracias a las nuevas excavaciones el cuadro que ahora se presenta es más claro: emerge la Pompeya posterior al año 79, más que una ciudad se intuye un aglomerado precario y gris, una especie de campamento, una “favela” entre las ruinas reconocibles de la Pompeya que fue. Nosotros, los arqueólogos, en estos casos nos sentimos como los psicólogos de la memoria sepultada en la tierra: sacaremos a la luz las partes eliminadas de la historia, y este fenómeno debería inducirnos a una reflexión más amplia en el subconsciente arqueológico, sobre todo lo que queda eliminado o resulta escondido, a la sombra de otros hallazgos aparentemente más importantes.

Pompeya sigue siendo una fuente inagotable de noticias, gracias a los hallazgos descubiertos en las ininterrumpidas excavaciones, que documentan la vida de sus habitantes antes y después de la desastrosa erupción del Vesubio.