Al subir al tren de cercanías, inesperadamente otra vez me ataca la magdalena de Proust: ese estímulo sensorial capaz de despertar recuerdos dormidos, emociones que aún laten en El camino de Swann.
Me llegó un olor nostálgico, escapado de un cajón cerrado durante años.
¿Anticuado? Tal vez. Pero testigo fiel de una época y de un estilo.
Hablo de la colonia Varon Dandy, que me ha devuelto a la Jaén de mediados del siglo XX: infancia de asombro, domingos de misa, miradas secretas a mujeres mágicas, inalcanzables como los vitrales de San Bartolomé. Protagonistas de un sueño que no era mío, pero que me acogía.
El detonante ha sido un caballero profusamente perfumado que subió delante de mí en el tren. Digo bien: un caballero. Traje gris marengo, sin corbata. Elegancia sin esfuerzo.
Lo vi alejarse por el vagón, un cuerpo sin historia. Sin su proximidad, viajo mejor. Tal vez, si hablara con él, las sílabas del recuerdo volarían como pájaros desorientados y se estrellarían contra esta realidad cotidiana que no me gusta —pero que, a pesar de todo, todavía conserva palabras de afecto para quienes amamos.
Llego a esa metrópolis contenida que es Barcelona. En el metro observo personas «normales» que vienen del trabajo. Hay una plaga de carteristas; a algunos les joderán el día antes de llegar a su casa. De repente entra un cantante sudamericano y entona mal una canción, ellos, que son tan artistas. Qué difícil es ganarse la vida con la música.
Todo el mundo mira el teléfono.
Qué amorosa es la viejecita que entra con tanta dignidad. Los años no perdonan, pero la vejez no debería humillarnos.
¿Qué cuántos años tengo?
¡Qué importa eso!
¡Tengo la edad que quiero y siento!.(José Saramago)
Qué poco me gusta la pareja de seguridad y su exhibición de artilugios intimidatorios. Qué bien la pareja de adolescentes enamorados que se hacen mimos y humanizan el vagón.
Qué guapa la chica de pelo muy corto, casi rapado, y minifalda; qué bien le queda casi todo.
Qué elegantes y serios dos sijs, uno con turbante amarillo, el otro, azul. Tengo entendido que los diferentes colores tienen significados específicos dentro de su comunidad.
Qué tristeza de mendigo; suelta una retahíla de palabras en un mal castellano, que casi nadie entiende y nadie escucha. Todos siguen mirando el teléfono. El mendigo baja en la siguiente parada maldiciendo.
Algunos maldicen a tanto migrante, pero observas y casi todos ellos lo son, o lo fueron sus padres o abuelos.
Qué mal que los sentimientos sean una especie de prótesis que dan problemas.
Qué mal que no sabemos de dónde venimos ni a dónde vamos.
Qué mal que el tren corra tanto si no va a ninguna parte.
¿Algo más? Sí:
Iré donde tú estés:
Horta, La Pau, Sant Adrià,
Palau Reial o Gavarra.
¿Qué sería un metro
sin tus huellas?
Marchan en grupos por las Ramblas los heroicos y combativos militantes de sofá, que van a la búsqueda del turista de base, ya que dicen que son poco menos que una especie invasora. Aquellos que están ahorrando todo el año para disfrutar de unos días de vacaciones en Barcelona. ¡Oh, Barcelona!
Estos valientes luchadores por el bienestar común enarbolan el original lema «Tourists go home» y los espantan con pistolas de agua y sarcasmos cuando están comiendo en las terrazas con sus familias. En la ridícula y dolorosa escena, los niños guiris lloraban.
Son los mismos o del mismo corte de los que se burlan de las operadoras, u otros teletrabajadores, porque les molestan con sus llamadas. Estos revolucionarios de cafetín incluso instruyen en las redes sociales sobre cómo hacer mofa a los sufridos operarios a los que obligan sus jefes a estas tareas a cambio de un sueldo que apenas roza la dignidad.
Conozco a alguno de estos héroes. Y además de reprocharles su proceder, he optado por tomar distancia.
Mientras tanto, los capos de las mafias turísticas y los directores de las grandes corporaciones permanecen intactos, intocables. A ellos, curiosamente, nunca se les molesta.
Vuelvo a Castelldefels con la anochecida.
La derrota a Apofis, se oculta y surge con todo su esplendor Neftis, diosa de la oscuridad y de la noche. Pero esta lobreguez no reniega de la luz, la abraza y se complementa con el dios sol. No hay sucesión; es la misma faz que se transforma en el orden cósmico.
Los destellos amortiguan los cerros de Garraf; pronto llegarán también a la playa, que harán arcano nuestro mar:
…que han vertido en ti cien pueblos de Algeciras a Estambul.
Ahora, Gaza llora, lejos, en su Mediterráneo que llaman «oriental».
Siguen cayendo bombas sobre Járkov, Kiev y Mariúpol.
Y más allá, Sudán, el Sahel, la República Democrática del Congo. Gangrena sin fin en África. Guerras olvidadas, dicen.
En Asia ni se nombran, pero gritan.
Entonces sospechas que has muerto socialmente, porque indignarse no sirve, vociferar tampoco. Nada cambia; pasa el tiempo y la costumbre apaga la amargura. La carta en el buzón de esta mañana era la factura del gas, y las llamadas son para vender kilovatios. La vida reducida a consumo y tarifas.
Con nocturnidad, Lorazepam.
La tristeza es un poema que nadie leerá.
La melancolía, un suspiro antes del silencio.















