“Honor y gloria” son las palabras que en los ambientes de izquierda suelen cerrar mensajes de despedidas póstumas o de aniversarios de muerte de personajes políticamente relevantes. ¿Por qué no dedicarlas también a Irene Rivas, símbolo de muchas madres chilenas casi anónimas que siguen buscando a sus hijas o hijos desaparecidos por la dictadura?

Irene Rivas Castro falleció en Suecia el jueves 17 de julio a los 98 años. “Vas a encontrarte con tu hijo que buscaste hasta el fin de tus días”. Con esas palabras la despidieron Ruth, Fredy, Wilson y Harold, hermanos de Luis Durán Rivas, secuestrado por agentes de la dictadura de Augusto Pinochet el 14 de septiembre de 1974.

Luis fue el hijo mayor de Irene. Estudiaba Periodismo en la Universidad de Chile y se ganaba la vida como vendedor, mientras realizaba tareas clandestinas para informar hacia el exterior sobre los crímenes del régimen dictatorial. Fue detenido en una encerrona en un edificio céntrico de Santiago y pasó al menos por tres centros de detención de la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional). Otro preso político atestiguó que lo vio casi moribundo por las torturas antes de que se perdiera su rastro en octubre.

Víctima de la Operación Colombo

Su nombre apareció en junio de 1975 en la “Lista de los 119” publicada en los únicos números de un periódico brasileño y una revista argentina, donde se afirmaba que 119 chilenos, en su mayoría del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), habían muerto asesinados por sus propios compañeros en territorio argentino, por purgas internas de “guerrilleros”. La nómina, difundida por la prensa chilena con titulares indignantes, correspondía a personas desaparecidas desde su arresto por agentes dictatoriales. Diecinueve de ellas eran mujeres.

Nunca hubo tales purgas internas. La Operación Colombo, como se le conoció posteriormente, fue un montaje de la DINA en complicidad con cuerpos represivos argentinos y brasileños, precisamente para ocultar las desapariciones. El 26 de julio una masiva marcha en Santiago conmemoró los 50 años de este crimen de lesa humanidad. Los manifestantes portaron imágenes en tamaño natural de las víctimas, entre ellas la de Luis Eduardo Durán Rivas.

Fue un medio siglo el que Irene Rivas vivió con el peso de la búsqueda de su hijo. El 27 de julio, en el acto de homenaje a los 119 convocado en Estocolmo por la agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, se guardó un minuto de silencio en su memoria.

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Irene en Londres contra Pinochet.

En julio de 2018 la Corte Suprema de Justicia condenó a siete exagentes de la DINA por el secuestro de Luis Durán. Son los mismos que se repiten en numerosos crímenes represivos: las mayores penas recayeron en los oficiales del Ejército Miguel Krassnoff y Pedro Espinoza, recluidos en el penal de Punta Peuco y que acumulan condenas de cárcel que superan los 500 años.

Durante la dictadura de Pinochet (1973-1990) hubo 1.493 desapariciones forzadas de opositores. En agosto de 2023 el presidente Gabriel Boric lanzó el Plan Nacional de Búsqueda. Hasta esa fecha, habían sido halladas e identificadas apenas 307 víctimas. Los restos de Durán Rivas no han sido encontrados. Se sabe que hubo lanzamiento de cadáveres al mar atados con rieles. También se removieron, trasladaron y destruyeron tumbas.

Las incesantes búsquedas de los familiares de desaparecidos enfrentan asimismo los pactos de silencio de los agentes represivos, algunos de los cuales ya fallecieron. Así, la angustia de los familiares se acrecienta con el tiempo, al no poder dar una digna sepultura a sus deudos.

Esa fue la cruz con que Irene Rivas vivió desde septiembre de 1974. La persecución dictatorial se desató también contra su yerno Jorge Palma y sus hijos cuando emprendieron gestiones para averiguar la suerte de Luis, a tal punto que debieron optar por el exilio, radicándose una parte de la familia en Suecia y otra parte en Bélgica.

Gran dirigente político

Conocí a Lucho Durán en 1969 en la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile en Santiago. Nacido en Chillán, hijo mayor de la familia Durán-Rivas, abandonó los estudios de Medicina en la Universidad de Concepción y se trasladó a la capital con la meta de convertirse en periodista.

Ambos militábamos entonces en la Juventud Comunista, de la cual nos alejamos en un proceso crítico que se profundizó desde el apoyo del Partido Comunista chileno a la invasión de Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia en agosto de 1968.

Luis se destacó en la universidad como un gran dirigente político, dialogante y a la vez de firmes convicciones y solidez teórica. Durante el gobierno de Salvador Allende (1970-73) participó en la Operación Saltamontes, un proyecto de educación popular, y luego fue cocreador de un curso de periodismo para dirigentes obreros. Asimismo, formó parte del equipo de Chilenuevo, una revista del ministerio de Economía para trabajadores del Área Social creada por el gobierno de la Unidad Popular.

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Madre y hermanos de Lucho.

El golpe del 11 de septiembre de 1973 lo sorprendió militando en el Movimiento de Acción Popular (MAPU), aunque algunos antecedentes plantean que desde la clandestinidad se vinculó al MIR. En los mismos días de su secuestro por la DINA fueron detenidos y desaparecidos sus amigos José Jara y Sergio Lagos, ambos incluidos en la Lista de los 119.

En septiembre de 1994, restablecida la democracia, conmemoramos el vigésimo aniversario de la desaparición de Luis en el que era entonces local de la Escuela de Periodismo, en una casona que paradojalmente fue el primer cuartel general de la DINA. En septiembre de 2004, con la escuela (actual Facultad de Comunicación e Imagen) domiciliada en el campus universitario Juan Gómez Millas, plantamos un quillay (“árbol siempre verde”) para acompañar la memoria de Luis Durán, cuyo nombre designa también una sala de clases.

Fue en uno de esos actos que nos encontramos con Harold Durán, su hermano poeta, retornado en Chile y avecindado en Chillán. Más tarde pudimos compartir con Ruth. Ella y Wilson viajaron a Chile en abril de 2018, cuando la universidad otorgó títulos póstumos a un centenar de víctimas de la dictadura que no pudieron completar sus estudios, entre ellos Luis Durán Rivas.

Para entonces Irene Rivas ya había cumplido 90 años y el diploma que acreditó la condición de periodista de su hijo mayor sería una pequeña reparación del dolor que arrastraba desde 1974. Ruth y Wilson se lo llevaron a Estocolmo.

Antes, en 1998 y 1999, Irene había viajado desde Suecia a Londres para sumarse a los piquetes de manifestantes ante la London Clinic, la embajada de Chile o la Cámara de los Lores, que apoyaban el arresto del dictador Pinochet y exigían justicia para las víctimas del régimen militar. En una fotografía se la ve con la imagen de Luis en el pecho.

Testimonio viviente de resiliencia

En un rincón del mundo donde el mar bravío de Talcahuano besa la costa chilena, nació Irene Rivas Castro un día de invierno de 1927. Quizás ese día el cielo se vistió de un azul inesperado, como un guiño al “veranito de San Juan”, prometiendo que su vida sería tan intensa como los contrastes de la tierra que la vio nacer.

Así se inicia el texto de homenaje a Irene publicado el día de su muerte en Suecia, donde se la destaca como «un testimonio viviente de resiliencia, un puente entre siglos, memorias y continentes”.

Hija única, a Irene Rivas le correspondió transformarse en jefa de hogar con cinco hijos a cuestas. En los años 60, se recordó, convirtió su casa de Chillán en un bazar y viajaba durante tres días a Arica, unos 2.500 kilómetros al norte, para traer mercaderías y ejercer diversos oficios con que mantener en pie, alimentar y educar a su prole.

Durante la dictadura, mientras otros bajaban la mirada, Irene caminaba hacia la cárcel con una vianda caliente en las manos. No importaba si las ideas de sus hijos chocaban con las suyas; su amor era más grande que el miedo. Cruzó océanos para mecer nietos en Bélgica y Suecia, trabajó en una fábrica y hasta altas horas limpiando casas ajenas, guardando coronas suecas como si fueran semillas para reunir a su familia lejos del horror. En Estocolmo, mientras la nieve cubría las calles, ella tejía redes de solidaridad, cuidando a hijos de exiliados para que otros pudieran luchar.

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Lucho, su madre y dos hermanos. 17 de abril de 1950.

Con la partida de Irene Rivas se fue otra más de las madres ya ancianas que sufrieron el asesinato o desaparición de hijas o hijos en los años de la dictadura. Desde las agrupaciones de familiares de las víctimas han sido el testimonio ético de una búsqueda incesante por la verdad que se enfrenta al olvido y levanta la memoria contra el negacionismo.

El jueves 14 de agosto se realizó en Estocolmo un acto de despedida y homenaje a Irene del exilio chileno y sus numerosos amigos. En el adiós a la madre de Lucho Durán le cantaron dos canciones: “Todo cambia”, el tema que el cantautor chileno Julio Numhauser compuso en 1982 durante su exilio en Suecia, y “Gracias a la vida” de Violeta Parra.

Escribo estas líneas haciendo un alto en la lectura de El loco de Dios en el fin del mundo, el libro de Javier Cercas publicado en abril de este año, poco antes de la muerte del papa Francisco, donde el escritor español cuenta su viaje con el pontífice a Mongolia en septiembre de 2023.

Cercas, que se declara “ateo, anticlerical, laicista militante, racionalista contumaz, impío riguroso”, aceptó la invitación del Vaticano para acompañar al papa Bergoglio y escribir el libro con la obsesión de tener una conversación directa con él y preguntarle por la resurrección de la carne y del alma, con el único fin de aclararle a su madre −nonagenaria, profundamente religiosa y consumida por el Alzheimer− si una vez fallecida podrá reencontrarse con su esposo.

Una sencilla cruz de madera acompañó el funeral de Irene Rivas en Estocolmo. La imagino creyente y también, desde mi ateísmo, quisiera creer junto a sus hijos que pudo abrazar a Luis cuando se marchó de este mundo.