Vivimos en unos tiempos en que estamos saturados de información, noticias, crónicas, relatos, ideas nueva que pasan tan efímeras que apenas dejan huella en cuanto suceden.

¡Qué distinta era la época de Juan de la Cruz!

El l vacío de documentos para esta primera etapa de la vida de Juan de Yepes ha propiciado que aquellos años infantiles se hayan enriquecido con fantasías hermosas. En ellas, conforme al modelo que se tenía de los santos, no podían faltar los milagros. Llama la atención que los primeros prodigios del futuro santo estuviesen relacionados con el agua, de lagunas, de ríos, de pozos cómo no.

Y en Fontiveros, en una especie de laguna (más bien un charco), situó la tradición el primer milagro de Juan de Yepes. Es un milagro encantador y que revela muchas cosas. Entre ellas, la excepción de un niño santo que jugaba con los amigos del pueblo, cuando lo general en la santidad de la infancia solía ser que los niños, ya desde su tierna edad, no jugaran sino que fueran muy serios y se dieran al rigor.

Los primeros narradores fueron frailes que declaraban unos veinticinco años después de la muerte de fray Juan de la Cruz, al que conocieron. Incluso alguno de ellos dice habérselo oído referir al padre fray Juan de la Cruz. Reproducimos uno de los relatos primeros con toda la ingenuidad que respiran las palabras de Martín de la Asunción, compañero del padre Juan en aquel camino:

Le oyó decir y contar este testigo al dicho venerable fray Juan de la Cruz que estando con otros niños, siéndolo el susodicho, junto a un pilón, zambullendo una caña, cayó dentro y se hundió dentro, y salió, y se volvió a hundir segunda vez, y vio estando dentro, una señora muy hermosa que le pedía la mano alargándole la suya, y el dicho venerable padre fray Juan de la Cruz no se la quería dar por no ensuciarla; y estando en esta ocasión, llegó un labrador, y con una aguijada que llevaba le alzó y le sacó fuera, lo cual el dicho padre venerable contó muchas veces y por esta razón decía que era muy devoto y aficionado a Nuestra Señora.

Otro testigo, que también afirma haberlo oído del propio Juan de la Cruz, habla de una ”laguna muy cenagosa” en la que se sumió “hasta el pescuezo en el cieno y légano”, e identifica ya a la señora muy hermosa, que no era sino “la reina de los ángeles, María nuestra señora”. Y se entabló el diálogo:

Niño, dame la mano y te sacaré. Y decía (fray Juan) que viendo a una señora tan hermosa y resplandeciente, y unas manos tan bellas y tan lindas, y teniendo las suyas enlodadas y llenas de cieno, no se atrevía a darle la mano por no ensuciar aquella mano de aquella Señora, la cual le decía sonriéndose con palabras amorosas: Niño, da acá la mano y te sacaré. Y que más escondía sus manos debajo de sus brazos por no ensuciarla.

Las “Vidas del Venerable padre fray Juan de la Cruz”, que no escasearon a partir de 1628, se deleitaron en la escena. La elaborada (1641) por Jerónimo Ezquerra, un escritor barroco excepcional, recrea el “milagro” y se recrea en él. La Virgen (es ella, nadie más) y el niño están largo rato porfiando entre la oferta de la mano para hacer el favor y el rechazo de Juan por cortesía.

Hasta que llega el labrador providencial. No hay duda: la aguijada no era tal, sino una vara, la vara florecida y salvadora, o sea, la del glorioso San José. Porque, concluye, “bien verosímil parece que, estando la Virgen sacratísima ocupada en sacar al niño del peligro, ayudase a esta obra no otra menos digna persona que su bendito esposo”.

Y poco más se sabe del tiempo, no muy largo, que vivió Juan de Yepes, con su madre viuda pobre y con su hermano mayor Francisco, en su pueblo natal de Fontiveros, que tuvo a San Juan de la Cruz como hijo el más ilustre, querido y recordado y que conserva y alienta su memoria con cariño.

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Casa natal e iglesia de San Juan de la Cruz. Terminada de construir en 1721, se hizo sobre la casa donde nació el gran místico en 1542. La primera capilla se edificó en torno a 1673, perteneciendo al colindante conjunto monacal. Fontiveros, Ávila, España.

Poemas inspirados en la vida de San Juan de la Cruz

Fontiveros

Fontiveros, modesta villa, que florecía
entre lagunas de aguas tranquilas,
con destellos esmeraldas,
reluciendo en la alborada,
sumergida en suave calma.

Fontiveros, bello lugar,
fuente que mana clara armonía.
Tierra suave y reposada,
tierra de trigo, tierra de agua,
sembrada cuando amanece
de clara escarcha.

Fontiveros, remanso de paz,
donde Juan iba creciendo
en saberes y en bondad,
perfilándose ya un alma
de hermosura singular.

El Milagro

Que tierna fue tu infancia,
niño de sol y fuego,
de corazón ardiente
como un lucero.

Corría el niño de pies alados,
siguiendo el rastro de luz dorada
de aquella estrella que subyugaba
entre las piedras y entre la escarcha.

En un descuido
dio un paso en falso
y el tierno niño se vio abocado
a lo profundo e inesperado.

Cayó en un lago,
oscuro abismo.
de cieno y lodo,
que lo tragaba como una boca,
que lo engullía, que lo aspiraba,
que lo arrastraba hacia la nada.

Cuentan las gentes de aquel lugar
que con gran pasmo lo presenciaron
y cual milagro lo pregonaron:

Una Señora de gran belleza
le dio su mano para ayudarle,
y dice el niño, en su candor,
que no quería ni un leve roce
de aquella mano, blanca pureza,
por no mancharla con su vileza.

Presto se hundía hacia la nada
pero la Virgen Inmaculada
como una Madre llena de amor,
lo estrechó fuerte y lo rescató.

(María Pilar Galán)