A veces nos hundimos y perdemos entre disquisiciones filosóficas y literarias cuando la respuesta está delante: leer y disfrutar. Hay tiempo para el análisis. A veces solo necesitamos sumergirnos en ese mundo que tenemos frente a nosotros, saltar el umbral de las letras y bucear en el imaginario que se halla más allá de ellas. Ese mundo intangible pero sonoro, lleno de sensaciones y aromas, colmado de aventuras e historias. A veces estamos demasiado impregnados de realidad y todo queremos analizar, todo pretendemos explicar. Ya sabemos que el ser humano y la incertidumbre no se llevan bien.
Y este artículo hoy es una recomendación: de lectura y de leer por placer.
A veces nos perdemos en los recovecos eruditos. Indagamos en la literatura como un médico examina una bacteria desconocida. Cada libro es un mundo. Cada escritor… también. No obstante, el placer de la lectura solo por leer y sumergirse en las historias es tan importante como analizar cada metáfora. La mente necesita liberarse, entrar en lo desconocido aceptando que lo es; deambular por caminos en los cuales la realidad se mezcla con la fantasía y aceptar que eso es así en este momento y que eso en este momento es real. En literatura, le llamamos “pacto de lectura”: decidimos creer que eso que leemos es cierto, que es factible que suceda, que podría ser verdad. Si no firmamos ese pacto, leer ficción perdería sentido.
Estos días me encuentro leyendo el primer libro de La Saga de Los Confines, titulado Los días del venado. Esta saga fue escrita por Liliana Bodoc (1958-2018), una de las autoras más relevantes de la literatura fantástica en Argentina y América Latina. Publicó Los días del venado en el año 2000. A este libro le siguen Los días de la Sombra (2002) y Los días del Fuego (2004). La saga se sitúa en un mundo ficticio llamado Las Tierras Fértiles y narra la lucha de sus pueblos contra las fuerzas invasoras lideradas por Misáianes, hijo de la Muerte. La historia se inspira en mitologías indígenas americanas y fue comparada con las obras de Tolkien y Ursula K. Le Guin por su profundidad y riqueza cultural.
La primera página me sumergió en un mundo en el cual quisiera vivir. La mística, la mítica y la cosmovisión de un mundo lleno de tribus y creencias me transportó a ese deseo de seguir de cerca la historia de los personajes y sus vivencias como si yo caminara a la par de ellos. Por momentos, dejé de analizar desde la crítica literaria todo lo que allí leía porque cada camino del bosque donde habitan los husihuilkes me dejaba perdida bajo un cielo estrellado entre el silbido de los lulus. No había lugar para crítica literaria entre la magia.
Es de noche y “el sueño jamás va donde lo llaman, y siempre donde lo desairan” (p. 23). Vieja Kush, anciana entrañable y sabia, lo deja bien claro y yo puedo dar fe de ello. Aquí me encuentro escribiendo y este artículo es una recomendación de lectura porque, si bien me encanta leer un libro y luego analizar algún aspecto de su trama y composición, recién voy por las primeras páginas del primer libro de esta saga. Creo que no es necesario terminar un libro para poder recomendarlo. Las primeras páginas nos marcan el camino que ha de seguir nuestra alma soñadora. Ésta, si se sumerge, será una más entre los personajes que habitan Las Tierras Fértiles.
La importancia de perderse en la fantasía algunas veces es algo que suelo olvidar; disfrutar de un buen libro por el simple hecho de disfrutarlo y ya. Leer por placer nos conecta con la literatura de una forma más emocional, intuitiva y personal. Cuando leemos sin la presión de analizar cada símbolo o estructura, nos permitimos disfrutar la historia, estimular la imaginación, desarrollar empatía al identificarnos con personajes o situaciones. Básicamente entendemos otras realidades sin necesidad de diseccionarlas desde un análisis profundo y preciso. Leer por placer es como tener una conversación privada con el autor o el narrador.
Alejandro Dolina, destacado escritor, conductor de radio y televisión, músico y actor argentino, ya lo dijo una vez: “Uno no lee para acumular sabiduría, sino para encontrarse con uno mismo, para vivir otras vidas. La lectura no debería ser una obligación, sino un acto de amor.” A veces nos gana la avidez de libros; a veces, se valora más el prestigio de haber leído un libro que el disfrute del proceso de lectura en sí. En esa avaricia de conocimiento examinamos con lupa de análisis cada página y nos olvidamos de dejarnos llevar. Hasta este punto nos gana la ansiedad moderna. En el artículo escrito en El Extremo Sur el 28 de julio de 2021, Dolina aclara que “la gente no quiere leer, quiere haber leído”. Quizás disfrutar es algo que a menudo se nos olvida en la vorágine cotidiana, y esto aplica para toda actividad de la vida diaria. Siempre preocupados por el futuro, siempre sobreanalizando todo. Por supuesto que no quiero decir con esto que el análisis no sea valioso pero, si no hay disfrute, es como estudiar música sin nunca haberse dejado llevar por una canción.
En una entrevista con la Revista Sudestada en diciembre de 2002, Dolina también dijo que “los libros son las vidas que no vamos a vivir”. Esto me está pasando ahora con Los días del venado, porque es una historia que te abraza con su mundo y te invita a quedarte ahí. Es difícil para mí, que vengo del mundo de las humanidades y las letras, no analizar crítica y socialmente todo lo que leo. No obstante, hay algo profundamente humano y liberador en leer sin peros, como quien se sienta a escuchar un cuento junto al fuego. Los husihuilkes lo saben muy bien: “las viejas historias que jamás se cuenten alrededor de un fuego, alrededor de otro se contarán. Y los recuerdos que un linaje ha perdido viven en las casas de otro linaje” (p. 53). La lectura y la narración de historias pueden ser actos de amor y conexión, más allá del análisis crítico.
Leer por placer, entonces, es permitirnos volver al fuego ancestral donde las historias se contaban no para ser diseccionadas, sino para ser vividas. En Los días del venado, Liliana Bodoc nos recuerda que narrar es un acto sagrado y comunitario, cargado de sentido y emoción. Por eso, no nos olvidemos de las palabras de Dolina. Entendamos la lectura como un acto de amor, no como una obligación académica. Se los aconsejo a ustedes, que me leen, pero también me lo aconsejo a mí, que me leo. Por eso, lejos de los apuntes y las estructuras analíticas, leer por placer es volver a la esencia de la literatura: habitar otros mundos, emocionarnos con otras vidas y encontrarnos, sin esfuerzo, con lo más profundo de nosotros mismos.
Edición del libro utilizada
Bodoc, Liliana. (2000). Los días del venado. Buenos Aires: Suma de letras.