La década del despliegue de un poder inteligente y el retorno de los realistas constituyó el espacio temporal para posibilitar un reordenamiento global; fue, en sí, el paso de un mundo de seguridad a un mundo de incertidumbre y de múltiples variables complejas sobre la seguridad, construida desde el fin de la Guerra Fría. En la década de 2010 se desarrollaron las estructuras tecnológicas del poder blando ofensivo, las cuales se desplegaron en una confrontación y aplicación de guerra híbrida, medidas activas e inteligencia a gran escala como no se había visto desde el fin del bipolarismo.
Los escándalos por las filtraciones de Snowden de 2013, así como el escándalo de interferencia rusa en las elecciones de 2016 y las filtraciones de Vault 7 en 2017, no fueron sucesos casuales, sino la constatación del grado de infiltración y espionaje que se libraba desde y contra Occidente. De hecho, Rusia había desplegado armas de influencia para enfrentar a Occidente, tanto en Europa como en Estados Unidos. El fin, remodelar el orden global y reconstituir el poder que Rusia tuvo antes de la caída del Muro de Berlín.
En relación con las acciones desplegadas en aquella década, es importante destacar, primero, que todas las misiones diplomáticas de los centros de poder conocen y procuran desarrollar acciones en relación con su poder blando. Al respecto, Joseph Nye (2011, p. 84) reconoció que faltaba una teorización de los mecanismos internos del poder blando, y precisamente esta década expuso un mecanismo que Nye no vio en la construcción de su teoría, porque la construyó hacia el final de las tensiones de confrontación en la Guerra Fría. Así, dos décadas después, con los tensionamientos globales entre hegemones nuevamente armados, se logra comprender cómo el poder blando se había transformado, ya no con la perspectiva de un mundo unipolar y pacificado, sino de un mundo multipolar y conflictuado.
Habiéndose teorizado el poder blando hacia el mejor momento del liberalismo global, no era de esperarse que se analizaran mecanismos internos en momentos de tensión y frente a otros hegemones. De hecho, en los escritos de Nye se constata un primer Nye que defiende de forma indubitable el liderazgo estadounidense en los 90, y un último Nye que duda sobre el rol estadounidense ante el asedio de las potencias iliberales y el ascenso de Donald J. Trump al poder.
Desafortunadamente para la teorización del poder blando, solo el concepto de “Sharp Power”, desarrollado dentro de la National Endowment for Democracy, ofreció una descripción de las acciones de los regímenes autoritarios. Sin embargo, este concepto no es equiparable al poder blando ofensivo, ya que su propósito fue visibilizar descriptivamente las acciones intervencionistas de subversión antioccidental, omitiendo que muchas de estas acciones corresponden a operaciones de inteligencia y contrainteligencia, también aplicadas por los países occidentales, tanto contra aliados como adversarios. En cambio, el poder blando ofensivo es un concepto estratégico de influencia que transita desde el poder blando hacia el poder duro —especialmente hacia la inteligencia y las medidas activas—, utilizando metódicamente todas las herramientas tradicionales que ha empleado el poder blando, como la diplomacia y la proyección cultural, con fines de expansión estratégica.
Debe tenerse presente que el poder blando fue poco considerado por los teóricos realistas, esto por la vinculación del poder blando con la teoría liberal, lo que causó que sea considerado secundariamente por teóricos como Robert Kagan (2008, p. 24), quien escribe y analiza desde el entramado del poder real que se ejerce, no el que se teoriza.
Otro problema en relación con el poder blando fue que los estudios en inteligencia no forman parte de los análisis de muchos realistas y de todos los teóricos liberales, quienes lo ven como un anatema dentro de sus burbujas ideales de sociedades abiertas. No obstante, existen afinidades entre realistas como John Mearsheimer e historiadores de la inteligencia como Christopher Andrew, y entre intelectuales del realismo como Robert Kagan y académicos de la comunicación como Peter Pomerantsev.
Por lo tanto, a diferencia de la década anterior, donde el uso del poder inteligente desde el unipolarismo fue constante, en la nueva década la influencia ya no estaba basada únicamente en la coerción del poder duro, la persuasión del poder blando o la gestión estratégica de ambos con el poder inteligente, sino más bien en la manipulación desde el poder blando ofensivo. Entonces, el poder blando se había transformado, y la aplicación de tácticas de guerra inteligente, como el uso de drones de la era Obama, ya no representaba una ventaja comparativa esencial, porque existía un repliegue real del ejército y las justificaciones de la guerra abierta.
Por ello, es importante diferenciar estas tres formas de influencia: la persuasión, la coerción y la manipulación; porque en los 2010 la tecnología digital, su consumo y su presencia eran globales y normalizadas. Todos los occidentales tienen o tuvieron acceso a alguna plataforma digital de comunicación e información instantánea. Esto replanteó el uso de las técnicas de manipulación, por lo que las plataformas digitales se convirtieron en herramientas y armas de influencia para influir en los resultados de otras potencias.
De hecho, la manipulación del poder blando ofensivo puede ser tan fuerte que llega a parecerse a la coerción, pero no es coerción porque usa el engaño activamente. El sujeto que es engañado no es nunca una víctima completamente pasiva o solo un instrumento de alguien más; hay un margen mínimo de decisión que existe y que es aprovechado por quien engaña y manipula, porque se trata de interferir en su decisión racional, debilitándola y reduciéndola en inclinación a su emocionalidad no racional. Al no ser plenamente persuadido ni coaccionado, el sujeto posee un grado de responsabilidad que, en última instancia, lo lleva a la culpa, porque la interferencia sobre sus decisiones no era inevitable.
Así, la manipulación actúa de forma encubierta; no elimina la autonomía individual, sino que la limita. A diferencia de la coerción y la persuasión, la manipulación no es detectable, y por ello la relación entre diplomacia e inteligencia para la activación de un poder blando ofensivo se produce desde un entorno de medidas activas y guerra híbrida. Porque la manipulación implica que el otro no sepa, no conozca y no comprenda lo que sucede. Esto está en la descripción del poder de la primera parte, en plena aplicación de la tercera faceta del poder.
En la comprensión de la manipulación que se aplica desde el poder blando ofensivo, se atacan tres tipos de fines: los fines últimos (la verdad), los fines instrumentales (los hechos) y los fines placenteros (reconocimiento). Cuando se atacan estos tres fines, se replantea la percepción sobre las creencias, datos y deseos a través del ataque sobre las decisiones no racionales y con el fin de que se dirija al sujeto manipulado hacia un fin preestablecido por el manipulador. Otro aspecto que importa en la manipulación, es la acción sobre emociones, sentimientos y estados de ánimo, por lo que las emociones (ira y miedo) se explotan para generar reacciones inmediatas de alta intensidad; los sentimientos (amor y odio) se explotan para resultados sobre creencias y compromisos en el largo plazo y para crear lealtades; y los estados de ánimo (tristeza y entusiasmo) se explotan como base general que permita aprovechar la inclinación de disposiciones y de forma prolongada.
Por lo cual, la intervención en el sujeto, además de estar basada en aspectos psicológicos, tiene una fundamentación en el carácter postmoderno de las tecnologías, que permiten efectivamente la creación de realidades fragmentadas y sesgadas que refuerzan la noción de inexistencia de la verdad, por lo que cada individuo puede tener una verdad y un discurso individual, igual y válido jerárquicamente al de otros calificados. La muerte de la historia, la identidad y la verdad han debilitado el juicio ético universal de Occidente, lo que ha permitido que la relativización genere un ambiente propicio para la inclusión de ideas controversiales que se justifican desde el relativismo cultural. Por lo cual, todo es —en visión del manipulador— interpretación y nada es jerárquicamente más verdadero o más real que los argumentos lógicos o los hechos.
Este mar de narrativas competitivas ha sido instrumentalizado, y en afectación a la psicología de los individuos, para convertirse en un arma contra el proyecto de la Ilustración, contra la identidad, la certeza, el progreso y la lógica que conduce a algún grado de verdad. Aunque teóricamente se muestran como contra narrativas de las jerarquías esclerotizadas del poder, solo se aplican contra Occidente, de ninguna manera contra sí mismos, contra las certidumbres de los proyectos autoritarios.
Para los realistas, la amenaza que representan estas distorsiones sobre la realidad es preocupante, porque la lectura del poder implica cesiones, regresiones, avances, negociaciones, engaño, presión y un conjunto de elementos que el estadista comprende, porque debe mirar hacia adelante, hacia los peligros que se ciernen sobre su nación, peligros que requieren decisiones pragmáticas y que no se pueden justificar con idealizaciones abstractas sobre lo que es mejor para todos, sin perjuicio de enemigos y adversarios que —a su vez— también planifican y actúan en defensa de sus propios intereses nacionales.
En Estados Unidos, el debilitamiento del poder blando se dio desde la fragmentación alimentada por el relativismo y la polarización política interna, lo que fue profundizado aún más con las administraciones demócratas, las cuales impulsaron abstracciones en relación con la libertad colectiva e individual desde una imagen incoherente y no atractiva en su propia zona de influencia. Por ello, y en razón de la atmósfera de relativización expansiva, es que las potencias liberales han reconsiderado la necesidad de minimizar la incertidumbre desde el uso del espionaje masivo, la inteligencia de datos y la contrainteligencia para limitar las capacidades de infiltración de otras potencias. Porque hoy, es más barato construir un ejército de operadores de bots y trolls que pueden afectar severamente la imagen de una nación, que la inversión directa en armas que son poco competitivas frente al arsenal real y sofisticado de los hegemones.
Las justificaciones pueden ser la fe o el nacionalismo, pero las técnicas que aplican los estados están basadas en la racionalidad sobre los métodos y estrategias que se emplean para minar la confianza del otro Estado o la reputación del adversario; la técnica no se relaciona con la moral, sino con la aplicación efectiva de procesos. En el campo de la inteligencia de las potencias, la aplicación efectiva tiene relación con los aparatos de inteligencia que Occidente ha producido de forma coordinada, como el MI6 y el GCHQ, y la alianza de la angloesfera, los Cinco Ojos o Five Eyes.
En consideración de la diplomacia, su importancia reside en la información que puede obtenerse por medios diplomáticos, abiertos y para la toma de decisiones. El diplomático, a diferencia del oficial de inteligencia, posee inmunidad diplomática, protección de la valija diplomática y confidencialidad en los documentos que porta. Una misión diplomática tiene, así, una relación con la recopilación de inteligencia; sus agregados militares, de hecho, buscan aprender sobre el ejército del país al que fueron asignados, y por ello es que las embajadas de los hegemones han sido usadas históricamente para desplegar oficiales de inteligencia bajo cobertura diplomática.
Así, la importancia de tener conocimiento e información sobre temas comerciales y políticos es fundamental, porque otorga una ventaja comparativa de un Estado a otro. En el uso de la guerra cibernética, que es el uso de tecnologías digitales para atacar los sistemas informáticos a través del sabotaje —Stuxnet, WannaCry, ataques DoS y DDoS—, el espionaje —PRISM— y la manipulación, se usan para dañar la economía y la infraestructura crítica de un oponente, como su red eléctrica, redes de defensa aérea y sistemas de armas.
A diferencia de una guerra abierta, es una guerra de baja intensidad que busca debilitar a sus adversarios sin desencadenar una guerra convencional. Esta posibilidad de una guerra cibernética es propia de potencias con capacidades tecnológicas notables y de capacidades en inteligencia militar avanzadas. Países como Israel, Estados Unidos y Reino Unido han desarrollado las capacidades para atacar, así como Corea del Norte, Irán y Rusia han desarrollado capacidades ofensivas basadas en el sabotaje, espionaje y la manipulación.
En relación con el poder blando ofensivo, la guerra cibernética —dimensión de la guerra híbrida—, despliegan un arsenal de medidas activas que se aplican conjuntamente y de forma metódica sobre sus oponentes, porque se desarrollan acciones de ciberpropaganda para la divulgación de noticias falsas.
Aquellas acciones por parte de Rusia implicaron varios sucesos, como la intervención en Siria en 2015, donde apoyó a Bashar al-Assad a través de campañas de propaganda y desinformación dirigidas a Occidente; la interferencia en las elecciones de Estados Unidos en 2016, mediante ciberataques y la filtración de información del Comité Nacional Demócrata; los ataques de malware NotPetya en 2017; el envenenamiento de Sergei Skripal en 2018 y otros oponentes políticos mediante un uso planificado de medidas activas y operaciones encubiertas en el extranjero; las campañas de desinformación de 2019 dirigidas a Europa y a la cohesión europea con respecto a la OTAN; el ataque a los sistemas de SolarWinds en 2020, que afectó indirectamente a numerosas agencias gubernamentales de Estados Unidos; y los movimientos militares en la frontera con Ucrania a finales de 2021, que precedieron a la invasión a gran escala en febrero de 2022.
Todo esto culminó en un ataque militar de hard power, combinado con operaciones de desinformación, ciberataques y tácticas de guerra híbrida en 2023 y principios de 2024. Aquí, el área técnico-informativa para operaciones ofensivas, explotación de redes de defensa y el área psicológico-informativa para el cambio de la percepción y el comportamiento son aplicados desde una lógica de seguridad tan importante como las operaciones en tierra, aire, mar y el espacio.
Por lo que es un campo que se vincula efectivamente con el poder duro y las medidas activas, las cuales, a diferencia de las técnicas occidentales de desinformación, fueron desarrolladas en el contexto de la Guerra Fría, estas aktivnye meropriyatiya o medidas activas al involucrar el asesinato, el espionaje, la propaganda y el sabotaje, fueron lo que es la guerra hibrida contemporánea.
Así, las medidas activas hoy son usadas para disuadir y contener peligros percibidos en los opositores y actores políticos externos. En el pasado, se aplicaron estas medidas en relación con grupos radicales y causas de liberación en el Tercer Mundo como forma de penetración e influencia en discursos y acciones de grupos ideológicamente útiles a los beneficios del poder soviético, con el fin de subvertir, debilitar y fragmentar el orden liberal en las sociedades abiertas. Como precursora de la manipulación de las narrativas a través de la desinformación, las medidas activas la aplicaron para sembrar confusión, división y exacerbar las tensiones internas.
Con el fin de la Guerra Fría, este momento de vinculación entre el poder blando y el duro desde las medidas activas ya tenía las características del poder blando ofensivo, por lo que ya existía, así como ya existía el poder blando, porque estaba librándose una guerra entre potencias con capacidades notables en diplomacia e inteligencia. Debido al fin de la Guerra Fría, la década liberal, y la década del retorno a la realidad, junto a la poca teorización de las dinámicas del poder blando, no se exploró la faceta más agresiva del poder blando.
Por lo que, fue a partir de la confrontación entre Estados Unidos y las potencias iliberales que se retorna a la atmósfera política que existió en la Guerra Fría —mucho más complejizada por el ascenso de China—, permitiendo reconocer la existencia del poder blando ofensivo, ahora con el uso de tecnologías de influencia masiva que han tenido consecuencias significativas como el Brexit y la polarización en las sociedades occidentales. En estas, la desconfianza sobre las instituciones liberales ha permitido el ascenso de los populismos, debilitándose así a varias naciones sin la necesidad de un despliegue de conflictos armados tradicionales.
Al finalizar esta breve exposición sobre la existencia del poder blando ofensivo, es importante conceptualizarlo teóricamente de la siguiente manera:
El poder blando ofensivo es la capacidad y el dispositivo activo de influencia de un hegemon para moldear y alterar el entorno político y estratégico internacional de las percepciones del adversario mediante la manipulación deliberada de actores extranjeros a través de la articulación entre la inteligencia y diplomacia, con el fin de inducir decisiones favorables a sus intereses, sin recurrir ni a la coerción directa ni a la persuasión explícita, sino desestructurando el juicio racional del adversario mediante desinformación, diplomacia encubierta, fragmentación de narrativas, guerra cognitiva, operaciones de inteligencia y técnicas de influencia en los ámbitos informacional y cultural.
En conclusión, aunque se ha demostrado la existencia de una variante del poder blando en sentido ofensivo a lo largo de esta teorización, existe la posibilidad para Occidente de usar este mecanismo para desafiar el iliberalismo en su sentido más autoritario. Porque se trata de entender cómo funcionan los mecanismos de influencia y, así, poder actuar defensiva y ofensivamente también. Se trata de comprender que el poder blando, expresado en la diplomacia, y el duro, representado por la inteligencia, siempre han estado ahí, operando y trabajando mediante puentes y nexos complejos, invisibilizados por el momento unipolar y visibilizados por el retorno a los conflictos de escala global. Será tarea de los estadistas reconocer y desplegar el poder blando ofensivo para preservar la estabilidad de Occidente.
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