El escenario internacional sigue siendo oscuro. Entre la región de Palestina y el genocidio diario que se realiza en Gaza por el gobierno de los carniceros de Israel y sus aliados internacionales, y la guerra en Ucrania, provocada por la OTAN, Europa se cubre con un gran paraguas, a modo de una gran espada de Damocles, bajo un peligro de guerra inminente, casi inevitable, totalmente omnipresente, sobre las naciones de la Unión Europea, que están entre esos extremos como la parte interna de ese sándwich político y geopolítico, pasto principalmente de los intereses económicos y geopolíticos militares que allí actúan.

Recordemos que Europa es toda la región comprendida desde Portugal y España, al extremo de la Península Ibérica, hasta la Rusia que limita con los Montes Urales, que fue el más importante escenario de la Segunda Guerra Mundial.

Una guerra actual de características europeas, dentro de ese contexto geográfico, es sin lugar a dudas, una guerra que calificaría por sus impactos y consecuencias en una verdadera Tercera Guerra Mundial, que podría tener la característica de una Guerra Mundial atómica de baja intensidad, donde probablemente se utilizarían bombas atómicas similares en su capacidad destructiva a las que fueron lanzadas criminalmente por los Estados Unidos contra las ciudades de Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9 de agosto de 1945, cuando no era necesario el uso de armas atómicas en ese momento final de la participación del Imperio del Japón en aquella guerra, lo que sirvió para disuadir al mundo de la nueva época que iniciaba: la época de las guerras atómicas o nucleares.

Hoy, una guerra así tendría un alcance global, trascendente a Europa, al norte de África y el extremo oriental del Asia. Sería una guerra que, inevitablemente, alcanzaría al continente americano, donde nunca, en las dos guerras mundiales así conocidas del siglo XX, ha caído una sola bomba, ni ejércitos han desarrollado combates de ninguna especie.

La sola amenaza de participación de la OTAN en el conflicto de Ucrania ha provocado que Rusia declare que esa participación, si se llega a concretar, sería una guerra de la OTAN contra Rusia, por lo que Rusia tendría el derecho de actuar en respuesta contra los países europeos que así se comprometan. Así lo ha declarado y hecho saber reiteradamente el presidente ruso, Vladimir Putin.

Putin no ha dicho (pero es obvio que también así actuará) que será una guerra contra Canadá y Estados Unidos, que son países integrantes del Pacto de la OTAN.

En la Segunda Guerra Mundial, Hitler ordenó que sus submarinos actuaran hundiendo barcos en puertos latinoamericanos y del Caribe, como lo hicieron, para obstaculizar el apoyo en armas, comestibles y el traslado de abastecimientos en general, que desde América se hacía para las tropas que combatían a las fuerzas fascistas y nazistas.

En una situación actual, todos los puertos y aeropuertos de la costa Atlántica de los Estados Unidos y Canadá, si fuera necesario, serían atacados con misiles transcontinentales, y si a eso se llegara, se harían bombas atómicas de baja intensidad, para evitar cualquier suministro de material militar a las tropas que estuvieran combatiendo contra Rusia. Nada sería seguro. Hasta el Canal de Panamá se volvería un objetivo estratégico para evitar el traslado marítimo de armas y pertrechos de guerra de la costa pacífica de los Estados Unidos, usando el Canal de Panamá para ir a Europa.

El control geopolítico, territorial y militar que el presidente Trump ha señalado que quiere desarrollar en Panamá (como ya lo está haciendo) es parte de esta estrategia, en esa posibilidad de un conflicto armado de esta envergadura. De manera que, si allí fuera necesario, también tendrían su dosis de bombas atómicas de baja intensidad.

Hiroshima y Nagasaki son el testimonio de que la humanidad se puede destruir a sí misma en dosis pequeñas o grandes, según sea la necesidad de la confrontación.

Las bombas "Little Boy" y "Fat Man" utilizadas en esas ciudades hoy son juguetes de niños, comparadas con las que se han desarrollado mundialmente, producidas y almacenadas en más de 10000 artefactos de ese tipo, y de distintas magnitudes de explosión, por los países productores de armas y de armas atómicas.

En aquella guerra, Estados Unidos anunció que esa armas nucleares habían sido usadas en combate. En una guerra actual se volverían a usar con la misma justificación de armas de combate, con la gravedad de que esas armas circulan en varios países que hoy están involucrados territorialmente en los escenarios donde están los focos de guerra calientes.

Las bombas de Hiroshima y Nagasaki tuvieron un impacto devastador en las zonas donde fueron lanzadas, con un impacto de muerte de poco más de 400000 personas entre ambas. Antes del lanzamiento de las dos bombas atómicas, Estados Unidos había bombardeado 67 ciudades japonesas. Las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki se lanzaron, afectando áreas de cinco a diez kilómetros de ancho.

La justificación del uso de armas atómicas para poner fin a una guerra sigue siendo válida para los guerreristas. La lucha internacional contra el desarme nuclear no ha sido suficientemente válida en estos últimos 80 años.

La detonación de bombas atómicas tiene también la consecuencia de envenenamientos por radiación, desarrollo de leucemias y otros cánceres.

Hay guerras recientes, de las últimas décadas, donde se han hecho caer más bombas que las lanzadas en la Segunda Guerra Mundial.

Si las bombas atómicas de 1945 se lanzaron con el objetivo de hacer rendir al Imperio japonés, el lanzamiento de bombas atómicas hoy sería para acabar con un gobierno, con un sistema político, con una nación, un país o un gran territorio.

Después de Hirohima y Nagasaki, se han lanzado, a modo de prueba, más de 2000 bombas atómicas o nucleares, como pruebas de las armas atómicas en desarrollo y producción.

Se estima que China, Francia, India, Israel, Corea del Norte, Pakistán, Rusia, el Reino Unido y Estados Unidos tienen almacenadas más de 12500 armas nucleares.

El presidente Trump se ha empeñado en acabar con la guerra en Ucrania, pero no así con el genocidio israelí en Gaza, donde han apoyado las acciones criminales del ejército y del gobierno israelí, y ha apoyado las incursiones militares de Israel a Irán y Siria, aparte de los otros apoyos que sostiene en otros conflictos militares en África y los que quiere desarrollar en el Caribe.

Elemento importante para desarrollar armas nucleares es el uranio, que se encuentra principalmente en Australia (con las mayores reservas), Kazajistán, Canadá, Rusia, Siberia, la Antártida y Groenlandia, donde Trump ha puesto el ojo de la apropiación territorial.

En América Latina no hay uranio ni países con armas nucleares, pero no estaríamos al margen de una guerra de esta naturaleza: nos alcanzaría en todas sus consecuencias.

El uranio, como elemento natural, es más abundante que el oro, la plata o el mercurio, parecido al estaño y poco menos que el cobalto o el plomo.

20 países concentran las principales minas de uranio y, de ellas, diez minas producen casi el 60 por ciento del uranio mundial. Las minas se encuentran en Canadá, Australia, Namibia, Rusia, Níger y Kazajistán.

La reserva de uranio mundial se estima para los próximos 100 años, de acuerdo a la Agencia de Energía Nuclear y del Organismo Internacional de Energía Atómica. Mundialmente hay cerca de 500 reactores nucleares en funcionamiento.

La reunión, de pocos minutos, del pasado viernes 15 de agosto en Alaska, entre Trump y Putin, que solo alcanzó para saludarse, darse la mano y ni siquiera almorzar, evidenció que a Trump y a Putin les preocupa la guerra de Ucrania, y las consecuencias más amplias que puede tener.

Trump, con gran sentido de la realidad política de la situación ucraniana, reconoció que Ucrania no está ganando la guerra, si no que la está perdiendo; que el avance de las tropas rusas es de varios kilómetros por día; que el ejército ucraniano muestra importantes señales de cansancio y abatimiento, no solo físico sino también moral, y de capacidad y compromiso de combate; que el control territorial ruso es cada día mayor, casi del 20 por ciento del territorio de Ucrania.

Reconoció Trump también que, por encuestas realizadas por Estados Unidos entre la población de Ucrania, casi el 90 por ciento desea que la guerra se acabe y están de acuerdo con el dominio ruso de los territorios que tienen bajo su control, que además son de una población rusa superior al 90 por ciento de sus habitantes.

Trump atendió las peticiones rusas de que Ucrania no entre como miembro a la OTAN, que no se establezcan bases militares de la OTAN en territorio ucraniano, que se acaben las manifestaciones nazifascistas en la administración política ucraniana, que los territorios en poder ruso así se quedaban y que no habría intercambio territorial con Ucrania de regiones rusas.

Putin fue claro en señalar que el apoyo militar de la OTAN a Ucrania comprometía a esa organización en el conflicto, y que de llegar a participar con efectivos militares entendería que es una declaración de guerra que tendría sus consecuencias sobre los países que con la OTAN participaran, originando una escalada militar más amplia, ya en el escenario de casi una Tercera Guerra Mundial.

Trump no pudo imponer su deseo de un “alto el fuego”, considerando que lo correspondiente es un acuerdo de paz, que es lo que más fácilmente se puede lograr, aceptando las condiciones establecidas por Putin.

Trump dijo claramente: “La mejor forma de terminar la horrible guerra entre Rusia y Ucrania es ir directamente a un Acuerdo de Paz que terminaría la guerra, y no a un simple acuerdo de alto el fuego, que en muchas ocasiones no se puede sostener”.

Por ello se dio como consecuencia la salida rápida de Trump de la reunión y la convocatoria urgente que hiciera para la reunión en Washington el pasado 19 de agosto, con Zelenski y algunos líderes europeos en la Casa Blanca.

Trump reconoció que el enfrentamiento militar puede durar hasta principios del próximo año, con las dificultades que el invierno europeo puede ocasionar a las tropas ucranianas, especialmente.

De nada le valió a Trump tratar de impresionar a Putin con las maniobras aéreas que hiciera sobre su cabeza, sin quitarle la alfonbra roja con que lo recibió.

Trump reconoció sus dudas sobre continuar dando el apoyo a Ucrania, sin Europa, puesto que Ucrania en este momento pasa su peor situación de fragilidad y debilidad. Los avances rusos en en Donetsk y Pokrovsk son contundentes.

Los rusos han duplicado sus ataques aéreos y han logrado alcanzar bajo control más de 3500 kilómetros cuadrados de territorio. Ucrania se ha retirado del territorio ruso de Kursk, porque no lo ha podido sostener.

Las garantías estadounidenses para Zelenski y Ucrania se agotan. Por eso Trump declaró, después de la reunión de Alaska, que “ahora le toca al presidente Zelenski lograrlo”.

Esa guerra le ha costado a Estados Unidos, desde Biden hasta Trump, casi 500000 millones de dólares, y a la Unión Europea le va costando casi 150000 millones.

La guerra en el interior de Ucrania ha atado al gobierno para las correctas tomas de decisiones. A Estados Unidos y su presidente Trump, pareciera ya no importarle Ucrania, las garantías de seguridad o el gobierno de Zelenski. Le interesa a Trump también participar de la explotación de las tierras raras que hay en Ucrania, unas en territorios que están en poder de los rusos ahora, y otras en las cuales quiere participar directamente.

La reunión de Alaska se repetirá en Moscú, sobre el reconocimiento real de la posición de fuerza y de la realidad que tiene Rusia en esa región.

Ucrania y los guerreristas europeos tendrán de ceder para lograr una paz efectiva.

Ningún otro país europeo está siendo amenazado por Rusia, pero Rusia se defenderá de cualquier país europeo o miembro de la OTAN que participe perversamente en ese conflicto, que considere con ello que le ha declarado la guerra. Y con ello se puede abrir la válvula de la Tercera Guerra Mundial de Baja Intensidad.

¡Ojala que esto no ocurra!