El valle del Jadar, el cuenco fértil que alimenta a Serbia y un símbolo de lucha contra los invasores, vuelve a sentirse amenazado. Sus tierras guardan el “oro blanco” que exige el Pacto Verde Europeo, pero su extracción significa la contaminación de las aguas que riegan trigales y huertos de la zona y que transcurren por todo el país. Mientras el litio promete coches “limpios” para los ciudadanos de la Unión Europea (UE), en su periferia resuena como un eco de invasiones pasadas. Es así como el descubrimiento de un nuevo mineral ha puesto en juego los alimentos y el modo de vida de miles de familias, y aviva, una vez más, el espíritu de defensa de su pueblo.

En 2004 la multinacional angloaustraliana Rio Tinto perforó dos pozos exploratorios y encontró jadarita, un borosilicato con “volumen inusualmente alto” de litio. Rápidamente creció la cobertura mediática sobre el descubrimiento. La prensa comparó el nuevo mineral con la kryptonita de Superman y la compañía prometió convertir el valle del Jadar, Serbia, en el “hub energético europeo”. De la noche a la mañana, los prados serbios se convirtieron –al menos en los mapas corporativos– en el corazón de la revolución verde europea.

Pero ¿por qué fijarse en Serbia si la propia Unión Europea posee litio en roca dura en numerosos países y en salmueras geotermales en Alemania? Bruselas alega pragmatismo: Jadar promete un “suministro rápido y cercano” sin la burocracia que retrasa los proyectos dentro de la UE. Así, la lógica de la urgencia climática se mezcla con la impaciencia de los mercados y el deseo de inversión extranjera de Belgrado.

Ahí irrumpe el concepto del extractivismo. Su definición simple referencia la acción de sacar minerales de la tierra; sin embargo, sus consecuencias son más amplias. Es un modelo que exporta materias primas, deja la contaminación donde se extrae y concentra la riqueza donde se consume. Así, la dominación no se ejerce sólo con tanques, sino con taladros, contratos opacos y la promesa de un progreso que rara vez llega a la población local. Aunque al pensar en este concepto se suele relacionar con materiales e industrias considerados «sucios» (minería de carbón, extracción de petróleo y gas, etc.).

¿Qué ocurre cuando el extractivismo de un determinado tipo de recurso –en este caso el litio– es presentado como esencial para la sostenibilidad, verde y una promesa para el futuro?

Cuando ese patrón se pinta de verde hablamos de extractivismo verde: la idea de salvar el clima con nuevas zonas de sacrificio. La fiebre del litio ofrece “baterías limpias” para el norte global, mientras externaliza sus costos socio-ecológicos al sur o, en este caso, a la periferia balcánica.

El “oro blanco” se nos presenta como la solución definitiva, impidiendo imaginar futuros alternativos y traza fronteras desiguales. En nombre de la descarbonización, se extraen recursos de países en vías de desarrollo para sostener el consumo de la comunidad europea, creando una falsa imagen de sostenibilidad mientras se profundizan los desequilibrios ecológicos, económicos y sociales a nivel global.

En las páginas que siguen recorreremos la cronología del proyecto Jadar –de la euforia mineral a la revuelta ciudadana y su incierto desenlace– y abriremos tres ventanales laterales para examinar sus impactos ambientales, sociales y geopolíticos. El objetivo es recordar que la verdadera transición ecológica no puede sostenerse sobre viejas lógicas imperialistas, aunque el uniforme esta vez sea de color esmeralda.

De las secuelas medioambientales a la movilización

Los primeros titulares celebraron la “kryptonita serbia” y algunos habitantes sintieron orgullo por que sus tierras guardaran este mineral único. Las perforaciones parecían inofensivas, un gesto técnico que, según Rio Tinto, “muestra el camino al progreso”. Ese entusiasmo duró hasta que llegaron los indicios de contaminación.

Los habitantes de los pueblos de los alrededores del valle, en las zonas de Krupani, Loznica y Valjevo, observaron daños medioambientales en los lugares donde se habían llevado a cabo las prospecciones. Se comenzó a temer que una presa de residuos en una cuenca propensa a inundaciones convierta el Jadar en una sopa tóxica que acabaría en el Drina y, finalmente, en el Danubio. Un suceso que significa la contaminación de todas las tierras río abajo, lo que incluye el desplazamiento de sustancias tóxicas tanto a través del país como hacia Bulgaria y el Mar Negro.

Ante la desconfianza y la inquietud, los vecinos se convirtieron en investigadores: midieron metales en el agua, convocaron a hidrólogos de la Academia Serbia de Ciencias y Artes y divulgaron cada dato en asambleas rurales. Un estudio independiente confirmó la presencia de arsénico, boro y litio en pozos y arroyos próximos a las perforaciones. Así, la “ciencia ciudadana” reforzó un argumento simple: en un valle fértil, contaminar agua subterránea es un daño vasto e irreversible.

Hasta febrero de 2022 se perforaron 518 pozos que suman 204,7 km de núcleos, dentro de una licencia de 60 km² y a profundidades de 100-720 m. Mientras los residentes describían los sondeos como «una herida abierta», Río Tinto preparaba un proceso químico para transformar 143,5 Mt de mineral en baterías y boratos, con ventas previstas para 2027. Es así como la posibilidad de exploración crea una apertura para un futuro de extracción.

Ese futuro empezó a materializarse sobre 22 aldeas. En 2020 el Plan Espacial del proyecto reclasificó en una noche terreno agrícola a «suelo edificable», y Rio Tinto pagó el impuesto catastral para acelerar el trámite en silencio. La primera pancarta se alzó ese mismo año. Sin embargo, fueron los esfuerzos del gobierno por aprobar enmiendas a la Ley de Referéndum y a la Ley de Expropiación los que desataron protestas masivas. Según los activistas estas reglas estaban diseñadas para facilitar los procesos a inversores internacionales como Río Tinto. La aprobación de estas leyes se convirtió, así, en el punto de inflexión que movilizó a miles de personas en todo el país.

No obstante, antes de continuar con el desarrollo de los acontecimientos, es necesario comprender el contexto político y geopolítico en el que se desarrollan.

Contexto político

Los esfuerzos de extracción de litio en Serbia deben entenderse en el contexto político del presidente Aleksandar Vučić, que ha apoyado en gran medida el proyecto minero. Desde sus comienzos de su mandato, ha contribuido a la disminución de la democracia y la libertad de prensa, ha aumentado el etno-nacionalismo, una cultura de corrupción y una atmósfera de miedo y vigilancia. Aunque nada de esto comenzó con el régimen de Vučić, sí se ha exacerbado enormemente desde entonces.

Entre 1998 y 2000, Vučić fue ministro de Información durante la era de Slobodan Milošević, alcanzando prominencia como «el arquitecto de la ley sobre medios de comunicación más restrictiva de Europa a finales del siglo XX». Subiendo de nuevo al poder en 2012 como viceprimer ministro, más tarde como primer ministro a partir de 2014 y presidente desde 2017. El gobierno actual de Vučić está marcado por el control de los medios de comunicación, aunque el control se establece principalmente a través de la «comunicación populista» en lugar de la persecución abierta y la violencia hacia los periodistas.

Los bloqueos son una continuación de décadas de protestas masivas, incluso en 2017, cuando Vučić fue elegido para su primer mandato como presidente, lo que llevó a decenas de miles de personas a protestar en las calles durante días. Hasta el nuevo año, 2025, comenzó con polémicas en torno a las acusaciones de corrupción que desataron las protestas más grandes en la historia de Serbia donde centenas de miles de personas salieron a las calles.

La respuesta del gobierno ante las manifestaciones es siempre similar: subestimar, desvalorizar y privar de cobertura mediática. Es por eso que la Radio Televisión de Serbia (RTS) emitió anuncios de Rio Tinto sobre el proyecto Jadar y cuando el colectivo Kreni-Promeni intentó pautar un spot crítico, RTS lo rechazó.

El grupo organizó protestas ante la sede del canal denunciando el “bloqueo mediático” que procedió hasta obligar a los grandes medios a cubrir el conflicto. Días después, el gobierno respondió con el intento de aprobar reformas a la Ley de Referéndum y a la Ley de Expropiación. Como ya se ha mencionado, a partir de entonces el alcance del movimiento creció.

El 27 de noviembre de 2021, miles de personas bloquearon autopistas en todo el país, y el 4 de diciembre más de 50 ciudades pararon Serbia durante una hora. Los cortes se repitieron cada sábado, con retransmisiones en directo por Instagram que detenían carreteras, puentes y hasta la frontera con Bosnia.

El descontento con el gobierno era evidente y con las elecciones cada vez más cerca, el régimen de Vučić peligraba. Finalmente, la presión surtió efecto: el 20 de enero de 2022 el Gobierno revocó las licencias de Río Tinto y congeló la polémica Ley de Expropiación que facilitaba desalojos forzosos. Sin embargo, la tranquilidad duró hasta que el Partido Progresista Serbio aseguró su posición.

En abril se celebraron tres elecciones: las presidenciales, las parlamentarias anticipadas en y algunas locales, incluidas las de Belgrado, la capital. Vučić y su partido en el poder ganaron en los tres casos, aunque la victoria no fue tan abrumadora como en elecciones anteriores. Con tensiones e irregularidades denunciadas durante las elecciones, Vučić recibió el 60,01% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, y el SNS obtuvo 120 de los 250 escaños en las elecciones parlamentarias.

En abril de 2022, el reelegido presidente Aleksandar Vučić calificó de «error» la cancelación del proyecto Jadar, solo cuatro días después de las elecciones. La sensación de victoria quedó en suspenso.

Como respuesta, en mayo de 2022, Simon Thompson, el entonces presidente y director no ejecutivo de Rio Tinto, dijo a los accionistas en la Junta General de Accionistas de la compañía que:

Esperamos poder discutir todas las opciones con el gobierno de Serbia ahora que las elecciones están fuera del camino.

(Simon Thompson, 2022, presidente de Rio Tinto)

Aunque no se han reanudado los planes de extracción, hasta el momento de redacción de este artículo, la empresa en su sitio web, lamenta la cancelación del proyecto y declara que seguirá luchando por los derechos de explotación en el valle.

El proyecto en el valle del Jadar demuestra un contexto político marcado por la desconfianza generalizada hacia el gobierno, alimentada por décadas de autoritarismo blando, opacidad institucional y control mediático.

La rapidez con la que se planteó su reactivación tras las elecciones demuestra que, bajo el mandato de Vučić, la acción del gobierno no se alinea con las necesidades de su pueblo, sino con los ciclos electorales y los flujos de capital internacional. En este contexto, la lucha por el litio no solo es una lucha ecológica, sino también una lucha por la soberanía, la transparencia y la dignidad democrática.

Contexto geopolítico

Mientras tanto, Bruselas seguía el proyecto muy de cerca. Un documento filtrado en octubre de 2021 reveló contactos directos entre la DG Grow y Rio Tinto. En él, Jadar se describe como un proyecto europeo clave para la cadena de baterías. Esa correspondencia desató protestas ante la Delegación de la UE en Belgrado.

Aunque Río Tinto era el destinatario directo de las demandas porque actuaba como parte en el conflicto, en las manifestaciones se apelaba a la UE como público clave. Varios Estados miembros buscan litio —sobre todo Alemania, por su industria automotriz. A pesar de tener reservas en múltiples países de la comunidad europea, prefieren externalizar la producción a la periferia balcánica, convirtiendo a Serbia en “zona de sacrificio”.

El proyecto de Rito Tinto en el valle aún carecía de estudios fundamentales como la Evaluación de Impacto Ambiental (EIA) integral ni un análisis de riesgo de la presa de relaves. Aunque para el gobierno de Vučić esto no obstaculice su desarrollo, dentro de la UE significaría su impedimento. Entonces, los activistas recordaron que Serbia, como país candidato, debe transponer las directivas europeas de Evaluación de Impacto Ambiental, participación pública y protección de aguas. Por ello, la explotación tendría que ajustarse a los estándares comunitarios más estrictos, alargando plazos y elevando costes para Rio Tinto.

Al mismo tiempo, los portavoces se reunieron con la embajadora de la UE en Belgrado y con eurodiputados advirtiendo que el apoyo europeo al proyecto dañaría la imagen de Bruselas en Serbia. Una consideración crítica puesto el apoyo ciudadano a la adhesión ha pasado que ha pasado de un consenso de más del 70 % en la década de 2000 a una sociedad hoy dividida, con ligera mayoría en contra (según los datos del Ministerio serbio de Integración Europea).

Sin embargo, la guerra en Ucrania reveló la fragilidad de las cadenas de aprovisionamiento europeas, tanto energéticas como de materias primas críticas. Esto reforzó la búsqueda de fuentes dentro o cerca del territorio comunitario. El yacimiento serbio, a 200 km de la frontera UE, pasó a verse como un activo geopolítico que podría reducir la dependencia de importaciones desde China y Sudamérica.

En este contexto geopolítico, condenar la minería de litio en Serbia resulta poco probable. Bruselas da prioridad a la seguridad material y espera tener a Belgrado como socio clave para la transición energética europea, por lo cual hay poca posibilidad de que se pronuncien a favor del movimiento ciudadano.

La posición de Serbia frente a la Unión Europea refleja una tensión profunda entre los valores declarados y los intereses estratégicos reales del proyecto europeo. Aunque Serbia permanece fuera del bloque por razones estructurales claras, Bruselas no ha dudado en colaborar con su gobierno cuando conviene a sus propios objetivos. Aunque estos violen directamente los valores de la comunidad europea.

Pese a las irregularidades electorales, las protestas masivas contra la corrupción y la ausencia de estudios ambientales clave, la UE ha mantenido su interlocución con Belgrado para asegurar el suministro de litio necesario para su transición energética.

El caso del valle del Jadar evidencia que, cuando se trata de garantizar recursos críticos para satisfacer la demanda verde de los Estados miembros, la Unión está dispuesta a flexibilizar sus principios. Esta actitud continúa perjudicando su imagen en Serbia donde el apoyo a la adhesión ha estado en declive durante casi dos décadas.

Adicionalmente, la UE corre el riesgo de erosionar su credibilidad también en el plano internacional, al exigir estándares a países no comunitarios mientras se aprovecha de su incumplimiento cuando le resulta conveniente. En lugar de consolidar una política exterior coherente y ética, la UE corre el riesgo de actuar como un poder imperialista, sacrificando la coherencia normativa en nombre de la autonomía estratégica.

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Las constelaciones detrás de la resistencia al proyecto Jadar

La oposición local al litio se ancla en una memoria colectiva marcada por invasiones y guerras que reafirman el derecho a “defender la tierra con la vida”. El valle del Jadar se inscribe en la larga frontera entre los Imperios austrohúngaro y otomano. Evocar la ocupación otomana y las insurrecciones serbias (1804-1817) legitima hoy la lucha: Rio Tinto se nombra “ocupante” y el héroe nacional Miloš Obrenović (nacido en uno de los pueblos impactados por las concebibles minas) ondea en banderas de los manifestantes.

Las perforaciones atraviesan capas de suelo cargadas de huesos y munición de las batallas de Cer, la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Monumentos como la fosa común de Draginac, donde tropas nazis ejecutaron a 3 000 civiles, refuerza la idea de que el valle ya pagó demasiados tributos al conflicto. Para muchos vecinos, la contaminación del agua y el aire equivale a un “ataque” contemporáneo.

El vínculo emocional es tangible: desplazarse implicaría exhumar ancestros de un cementerio con siete siglos de historia o vender casas levantadas “con las propias manos” de abuelos y padres. En contraste, las casas vendidas a Rio Tinto se alzan ahora sin techos ni ventanas, vigiladas por cámaras y cintas de “Propiedad privada”.

Quienes permanecen recorren a diario ese paisaje de ruinas y sienten que reviven un dilema histórico: defender el suelo propio o cederlo a fuerzas externas. Para la población, los escombros de las parcelas vendidas abren un frente de “guerra psicológica” que demuestra que la historia de invasiones y resistencia del Jadar sigue presente y activa.

Ese paisaje de casas vacías y cintas rojas desemboca en una reflexión más amplia sobre la llamada “transición verde”. Aún pausado, el proyecto sigue descansando en perforaciones profundas. Aún envuelto en promesas de descarbonización, el proyecto sigue fundamentado en presas de relaves y cientos de miles de toneladas de ácido sulfúrico. Aunque la etiqueta ecológica apenas disimule el esquema extractivo en los centros de consumo, su incoherencia va a ser evidente en la periferia que ha sufrido los costes ambientales.

Frente a esa paradoja, el Jadar se encuentra en un cruce de caminos. Las ruinas pueden consolidar la percepción de derrota o sembrar las bases de un modelo distinto apoyado en la agroecología, el decrecimiento y de sostenibilidad justa, como proponen los residentes.

Cómo se resuelve esa tensión dependerá que el valle vuelva a ser recordado como un cuenco fértil cargado de historia o quede marcado como la mina inconclusa con potencial estratégico para la comunidad europea.