En un mundo cada vez más cartografiado, modelado y estandarizado, las formas de habitar tienden a quedar subsumidas bajo lógicas que privilegian la regularidad, la visibilidad y la clasificación.
Habitar, representar, patrimonializar
La arquitectura, el urbanismo y las políticas patrimoniales han operado tradicionalmente desde paradigmas geométricos que buscan ordenar el espacio para hacerlo gobernable. Sin embargo, existen otras formas de presencia territorial que resisten esa codificación, permaneciendo en los márgenes de los relatos oficiales y de las estéticas dominantes.
En este contexto sugiero los conceptos de patrimonio distante y degeometría, que se articulan como herramientas críticas frente al pensamiento lineal y homogeneizante sobre el espacio, la historia y la forma.
El patrimonio distante no se define por su mayor o menos proximidad física ni por su consagración institucional, sino por su capacidad de interpelar desde la lejanía conceptual y simbólica.
La degeometría, por su parte, no es la simple negación de la geometría, sino una apertura hacia modos de concebir y producir el espacio desde la complejidad, la adaptabilidad y la diferencia.
Este texto propone desarrollar la degeometría como estética política, entendida como una forma de resistir la normalización de los territorios y de imaginar otros modos de habitar, de mirar y de conservar.
Patrimonio distante: una crítica al régimen de visibilidad
El concepto de patrimonio ha estado históricamente ligado a criterios de valoración normativa: monumentalidad, autenticidad, antigüedad, belleza.
Estos criterios se inscriben en un régimen de visibilidad que privilegia ciertas formas materiales, ciertos estilos arquitectónicos, ciertas narrativas históricas.
Frente a esta lógica, el patrimonio distante se propone como una categoría crítica: no aquello que está lejos en términos geográficos, sino aquello que ha sido distanciado por los dispositivos institucionales de selección y consagración.
Este distanciamiento no implica olvido, sino una forma de resistencia: una persistencia sin reconocimiento, una presencia no domesticada.
El patrimonio distante es aquel que se mantiene al margen de los discursos dominantes, pero que contiene en sí mismo una potencia evocadora, una memoria encarnada, una forma de conocimiento territorial que no se ajusta a los moldes canónicos.
Pensar el patrimonio desde la distancia es, por tanto, un gesto político que cuestiona los centros de validación y propone una ética de la escucha hacia lo otro, lo periférico, lo no homologado.
Degeometría: más allá de la forma
La geometría ha sido, desde la antigüedad, una herramienta fundamental para representar y organizar el mundo. En la modernidad, se transforma en paradigma de racionalidad, eficiencia y control.
El urbanismo, la arquitectura y las ciencias del territorio se estructuran en torno a lógicas geométricas que buscan legibilidad, predicción y estandarización.
Sin embargo, esta geometría hegemónica no es neutral: comporta una voluntad de orden que muchas veces entra en conflicto con la riqueza orgánica y situada de los modos de habitar.
La degeometría no se define por la mera ruptura de la forma, sino por una actitud epistemológica y sensible que se abre a lo informal, lo curvo, lo asimétrico, lo adaptativo. Es una manera de leer y componer el espacio que no parte del control, sino de la escucha.
Es también una forma de desautomatizar la mirada, de cuestionar los esquemas visuales y mentales que nos llevan a privilegiar lo regular por sobre lo complejo.
La degeometría reconoce que la vida no ocurre en líneas rectas, y que las formas vivas del habitar exigen otras lógicas: menos predictivas, más relacionales.
Una estética política
Pensar la degeometría como estética política significa comprender la forma no solo como una cuestión estética, sino como un campo de disputa simbólica, cultural y territorial.
Las formas organizan percepciones, legitiman usos, asignan jerarquías.
En ese sentido, la geometría hegemónica opera como una tecnología del poder: estandariza el espacio para facilitar su gobernabilidad, invisibiliza la diferencia, impone lógicas funcionales sobre lógicas afectivas.
La degeometría, en cambio, introduce una dimensión de desobediencia.
Es una forma de desprogramar los lenguajes técnicos y abrirse a otras racionalidades.
Es un gesto político porque se niega a reproducir las formas que excluyen, que homogenizan, que borran las huellas de lo singular.
Su estética no responde a un estilo, sino a una ética: la ética del cuidado, de la atención, de la escucha hacia los modos diversos de construir mundo.
Lo común, lo mestizo, lo inacabado
La estética política de la degeometría no busca la perfección ni la pureza. Por el contrario, reivindica lo inacabado como signo de vitalidad, lo mestizo como expresión de complejidad, lo común como horizonte de sentido.
Frente a la lógica del objeto cerrado, propone la apertura; frente a la idea de autoría individual, propone la agencia colectiva; frente al tiempo lineal de la modernidad, propone una temporalidad circular, erosionada, porosa. En este marco, la forma no es un fin en sí misma, sino una consecuencia de relaciones: con el entorno, con los materiales, con las memorias.
Lo común no se decreta ni se diseña desde arriba; se construye desde abajo, en la convivencia con lo diverso.
La degeometría es una herramienta para percibir y sostener esa diversidad formal como expresión de una política de lo vivo.
Desarmar el mapa, abrir el mundo
Degeometrizar no es destruir la forma, sino liberarla de su función normativa.
Es un ejercicio de reapropiación del espacio desde la sensibilidad, la memoria y la diferencia. Al desarmar los mapas mentales que reducen el territorio a códigos, abrimos la posibilidad de imaginar otros mundos posibles, otras estéticas de lo común, otras formas de patrimonio.
En tiempos de crisis climática, desplazamientos forzados y colapso de modelos urbanos, pensar la degeometría como estética política es también una urgencia: una invitación a descentrar la mirada y a reconocer en lo informal, lo marginal y lo resistente, no una carencia, sino una posibilidad.
La posibilidad de reaprender a habitar el mundo sin dominarlo.
Donde geometría y degeometría se encuentran
Aunque el discurso sobre la degeometría tiende a subrayar su carácter disonante respecto a las lógicas geométricas dominantes, existen territorios urbanos en los que ambas dimensiones conviven y dialogan, generando una riqueza morfológica y simbólica que desafía cualquier clasificación binaria.
Ciudades como Estambul, Nápoles o Fez muestran con elocuencia cómo la geometría impuesta —desde los imperios, los planes coloniales o las modernidades funcionalistas— se ha ido trenzando con capas de degeometría originadas por el habitar cotidiano, las adaptaciones informales, las apropiaciones colectivas del espacio. En estas ciudades, las tramas geométricas se desdibujan en pasajes, escaleras, patios y umbrales, que parecen nacer más del deseo y de la historia que del dibujo racional.
Lo no planificado no aparece como residuo del orden, sino como su complemento vivo, su desborde necesario.
En ciertos casos, incluso, la degeometría se incorpora como estrategia proyectual:
arquitecturas que simulan ruinas, calles que se curvan deliberadamente para favorecer lo inesperado, intervenciones contemporáneas que celebran lo irregular como forma de resistencia estética y política.
Así, la ciudad se revela no como un sistema coherente, sino como un campo de tensiones entre órdenes y fugas, entre el mapa y el territorio.
La degeometría, en este sentido, no niega la geometría: la interpela, la interrumpe, la pluraliza.
Allí donde ambas coexisten, el patrimonio deja de ser un objeto a conservar y se vuelve un proceso en disputa, una coreografía de memorias, deseos y contradicciones.
La forma que resiste
Entre la geometría que ordena y la degeometría que desborda, habita la ciudad real. No como síntesis, sino como tensión viva.
Allí, en la forma que no cierra, en el trazo que se curva, en el espacio que se entrega al uso, persiste la posibilidad de un patrimonio que no se hereda: se reinventa.
La degeometría no solo como categoría formal o teórica, sino como acto de resistencia, como lectura crítica del habitar.