Bienestar. Lo confundimos muchas veces con placer o disfrute momentáneo. Cuando esto sucede, solemos perdernos a nosotros mismos en pos de calmar una ansia por sentirnos bien. La cuestión es: ¿cuánto dura ese efecto?; ¿a qué renunciamos, qué negamos en nuestro interior para experimentar sensaciones fugaces que no son lo que realmente necesitamos?
Buscamos anestesiar una parte de nosotros que nos pide centrarnos un momento en nosotros mismos, observarnos, escucharnos y optar por aquellas decisiones que, aunque incómodas, quizá nos lleven a un puerto más seguro y a encontrarnos con ese verdadero bienestar que proviene de vivir en coherencia con lo que sentimos, pensamos y hacemos.
Vivir en armonía y en abundancia parece utópico en estos días. Muchas personas se refieren a esta concepción de forma despectiva, diciendo que se trata de un “pensamiento mágico”. En realidad, más allá de las palabras y el marco teórico que uno pueda utilizar para referirse a esta idea, buscar vivir en armonía es, más bien, un cambio de perspectiva frente a la vida.
Esto no significa que se deba prescindir de tomar sesiones de terapia psicológica en ciertos casos, sino buscar la manera de integrar de forma holística prácticas que ayuden a las personas a sentirse mejor tanto consigo mismas como –y por consecuencia– con su entorno. Me refiero a que, muchas veces, un individuo emprende un camino terapéutico, y en ese camino se cruza con terapias alternativas que le muestran un submundo que antes no había explorado… y le resuena, le “sirve”, por así decirlo, en su camino de autoexploración. No implica que de esa forma vaya a sanar un trauma de su niñez, pero sí, al menos, le da herramientas para afrontar sus heridas, para atravesar sus miedos, para acompañarlo en su proceso personal de sanación.
Entender que el proceso personal de sanación no es lineal y que es un sendero que se recorre a lo largo de la vida es fundamental en este punto. No somos objetos rotos, remendados con precisión para tratar, en la medida de lo posible, de volver a nuestra forma original. Somos seres en camino de aprendizaje y evolución constante. Lo que percibimos como fracasos son oportunidades para aprender aquellas lecciones que nos hagan avanzar en nuestro proceso; es por eso que dichas lecciones se repiten de diversas formas en nuestra vida hasta que, por fin, podemos aprender de las mismas y movernos hacia la siguiente. Todas las partes de nuestra vida contienen lecciones para aprender.
El bienestar, entonces, no es un destino final, sino un viaje continuo. Es un proceso que requiere atención, intención y, sobre todo, paciencia. No se trata de alcanzar un estado de perfección o de felicidad constante, sino de aprender a navegar las olas de la vida con mayor serenidad y comprensión. Es un equilibrio dinámico entre lo que sentimos, lo que pensamos y lo que hacemos, y cómo estas dimensiones interactúan entre sí y con el mundo que nos rodea.
En este sentido, el bienestar no es algo que se pueda comprar o conseguir de manera externa. No se encuentra en una pastilla, en una compra impulsiva o en una experiencia fugaz. Es algo que se cultiva desde dentro, a través de prácticas y hábitos que nos conectan con nuestra esencia y nos permiten vivir de manera más auténtica. Esto incluye, por ejemplo, la práctica de la atención plena, el ejercicio físico, la alimentación consciente, el descanso adecuado y la conexión con otros seres humanos. Pero también implica aprender a decir “no” cuando es necesario, a establecer límites saludables y a priorizar nuestro bienestar emocional y mental.
Uno de los mayores desafíos en este camino es aprender a distinguir entre lo que realmente nos nutre y lo que simplemente nos distrae. En un mundo lleno de estímulos y demandas constantes, es fácil caer en la trampa de buscar soluciones rápidas para aliviar el malestar. Sin embargo, estas soluciones suelen ser superficiales y efímeras, y a menudo nos dejan sintiéndonos vacíos o insatisfechos. En cambio, el verdadero bienestar surge cuando somos capaces de enfrentar nuestras emociones, incluso las más incómodas, y de tomar decisiones que estén alineadas con nuestros valores y necesidades más profundas.
Por ejemplo, muchas personas buscan el bienestar a través del éxito profesional o el reconocimiento social. Sin embargo, aunque estos logros pueden traer satisfacción temporal, no garantizan una sensación duradera de plenitud. De hecho, cuando basamos nuestro bienestar en factores externos, corremos el riesgo de perdernos a nosotros mismos en el proceso. El verdadero bienestar no depende de lo que tenemos o logramos, sino de cómo nos relacionamos con nosotros mismos y con el mundo que nos rodea.
Otro aspecto fundamental del bienestar es la conexión con los demás. Somos seres sociales por naturaleza, y nuestras relaciones juegan un papel crucial en nuestra salud emocional y mental. Sin embargo, no se trata simplemente de tener muchas relaciones, sino de cultivar conexiones auténticas y significativas. Esto implica aprender a comunicarnos de manera honesta y empática, a escuchar con atención y a estar presentes en nuestras interacciones. También significa aprender a pedir ayuda cuando la necesitamos y a ofrecer apoyo a los demás de manera desinteresada.
Además, el bienestar está estrechamente relacionado con la capacidad de encontrar significado y propósito en nuestra vida. No se trata solo de sentirnos bien en el momento presente, sino de tener una sensación de dirección y de contribución a algo más grande que nosotros mismos. Esto puede manifestarse de muchas maneras, ya sea a través de nuestro trabajo, nuestras relaciones, nuestras pasiones o nuestro servicio a los demás. Cuando encontramos un propósito que nos inspira, nuestra vida adquiere un sentido más profundo y nos sentimos más conectados con el mundo que nos rodea.
Sin embargo, es importante recordar que el bienestar no es algo estático. Cambia y evoluciona a lo largo de nuestra vida, y lo que nos hace sentir plenos en un momento puede no ser lo mismo que necesitamos en otro. Por eso, es fundamental cultivar una actitud de flexibilidad y adaptabilidad. Esto implica estar abiertos a explorar nuevas formas de cuidarnos y de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás, y estar dispuestos a soltar aquello que ya no nos sirve.
En este proceso, la autocompasión juega un papel crucial. A menudo, somos nuestros peores críticos, y nos castigamos por no ser lo suficientemente buenos, lo suficientemente exitosos o lo suficientemente felices. Sin embargo, el bienestar no se trata de ser perfectos, sino de ser humanos. Implica aceptar nuestras imperfecciones y tratarnos con la misma amabilidad y comprensión que ofreceríamos a un ser querido. La autocompasión nos permite reconocer que el sufrimiento es parte de la experiencia humana y que no estamos solos en nuestro camino.
Finalmente, el bienestar también está relacionado con la capacidad de vivir en el presente. Muchas veces, nos perdemos en preocupaciones sobre el futuro o en arrepentimientos sobre el pasado, y nos olvidamos de disfrutar el momento presente. Sin embargo, el presente es el único momento que realmente tenemos, y es en él donde podemos encontrar la paz y la plenitud que buscamos. Practicar la gratitud, por ejemplo, es una manera poderosa de conectarnos con el presente y de apreciar las pequeñas cosas que nos brindan alegría y satisfacción.
En resumen, el bienestar es un estado de equilibrio y armonía que se cultiva a través de prácticas y hábitos que nos conectan con nosotros mismos, con los demás y con el mundo que nos rodea. No es un destino final, sino un viaje continuo que requiere atención, intención y paciencia. Implica aprender a distinguir entre lo que realmente nos nutre y lo que simplemente nos distrae, y a tomar decisiones que estén alineadas con nuestros valores y necesidades más profundas. También implica cultivar conexiones auténticas, encontrar significado y propósito, y practicar la autocompasión y la gratitud. En última instancia, el bienestar es un regalo que nos damos a nosotros mismos, y que nos permite vivir de manera más plena y auténtica.