¿Y si cantar no fuera solo un acto artístico, sino un acto de soberanía? Mi voz no nació en un escenario, nació en el silencio, en el mantra, en el llanto contenido, en las canciones que nunca me atreví a cantar. Hoy, por fin, la dejo salir entera, como expresión de todo lo que soy.

Nunca fui una de esas niñas que escogían para cantar los solos o las estrofas en el coro del colegio. Yo estaba para los coros y más bien mimetizada en el grupo, porque nunca me explicaron como pasar de la voz hablada a la cantada. La música es una parte fundamental de mi camino y cantar estuvo escondido en mi cuarto de San Alejo hasta principios del año pasado.

De ser el cucarrón1 del coro de primaria a la presentación en público de la canción “Quien manda” el viernes pasado, hay décadas y sobre todo un proceso de desarrollo personal y espiritual. Por eso este artículo es sobre lo que he descubierto sobre mi voz con motivo de las clases de técnica vocal y hip hop que tomo desde hace tres semestres. Aunque no todo es de esa siembra, sí he cosechado todo ahí.

La voz

Para escribir este artículo y por la curiosidad que me dio el caso de Rafael Pardo, que casi perdió el habla por un ACV, he estado leyendo sobre el proceso cerebral de cantar y hablar. La voz es la expresión sonora del cuerpo y el alma, creada por el aliento, vibrada por la laringe, moldeada por el cuerpo y dirigida por el cerebro. El cerebro coordina el proceso vocal con: corteza motora que envía señales a los músculos de la laringe y la respiración; la corteza auditiva que permite escucharte y ajustar la voz; el área de Broca que planifica el lenguaje (si estás hablando o cantando con palabras); el sistema límbico que tiene influencia en el tono emocional de la voz (rabia, alegría, tristeza).

Así mismo, la voz es una característica de ser único y de identidad como una huella digital porque depende de la longitud y grosor de las cuerdas vocales; la forma de las cavidades de resonancia; la coordinación neuromuscular y el propio estado emocional y de salud.

Sin embargo, cuando hablo de “la voz” no solo me refiero a la acción física de dejar pasar el aire por el aparato fonador y producir sonido en palabras y canto. Pienso en la voz también como lo que sugiere Rafael Pardo2 en el lanzamiento de su nuevo podcast.

Con mucha dificultad se le oye en el audio decir “por un accidente cerebro vascular prácticamente perdí el habla”, y continúa fluido “pero no mi voz, que es recreada por la inteligencia artificial. Ahora estoy aquí lanzando este nuevo podcast con mis opiniones, mi proceso y mi historia. Bienvenidos a La voz de Pardo”. Ver desde el minuto 19:33 de este video:

Me gusta la contundencia de este mensaje, pues se puede perder la capacidad técnica de hablar, pero no la identidad profunda como sujeto que desea expresarse y comunicarse con el mundo.

Entonces, para mí, cantar ha sido, además de producir sonido, un proceso de juntar todas las partes que me componen para expresar y comunicar lo que vive en mi interior y se activan con el mensaje de la letra, así como los sentimientos y las emociones que me produce la canción. Cuando digo juntar, me refiero también a estar en conciencia y en dominio de todo lo que soy (habilidades, capacidades, experiencia) y que transmito en esa canción, así no la haya compuesto. Para mí, cantar es creer en mí para crear.

Los que me conocen desde hace rato saben que cantar en una plaza pública o en un escenario no es precisamente mi zona de confort. Por eso quiero compartirles en este artículo mis descubrimientos sobre la experiencia de aprender a cantar, improvisar e interpretar.

Las taras y la redención de la vibración

El primer obstáculo para cantar es creer que solo los que cantan bonito tienen derecho a hacerlo. Cantar es tan natural al ser humano como hablar. El tema de la estética es otra cosa. La afinación, ritmo, vocalización, duración del aire para sostener, el timbre, tendrán que ver precisamente con las taras o falsas creencias adquiridas en el proceso de educación. A los que quieren cantar y les dijeron como a mí que cantaban feo, les comparto “Redemption Song” de Bob Marley3, que sirve para emanciparse de la esclavitud mental, de las creencias obsoletas sobre el derecho a cantar o cualquier otro yugo.

Mis taras se han refinado con el tiempo. Siempre han tenido que ver con la vulnerabilidad de sentirme tan expuesta que hace que no pueda hablar sin que se me quiebre la voz. O sentirme tan profundamente observada y juzgada que mido y calculo cualquier acción para no desentonar. Eso no me deja espacio para “jugar” y ser espontánea. Cuando otros me observan tiendo a petrificarme y quedarme en blanco. En mí habita un pensamiento de que cualquier cosa que hagas es motivo de rechazo y exclusión. Por eso he jugado más para pertenecer que para ser plena o disfrutar.

Todo esto ha venido evolucionando. Primero como abogada al aprender a argumentar y sostener una defensa en un examen oral (que para mí eran la muerte) en los casos de consultorio jurídico y luego litigando en representación de entidades públicas, ante múltiples jueces de Colombia. Luego manejando grupos como profesorado yoga y ahora acompañando a personas en sus procesos de desarrollo personal y espiritual.

El llamado

En 2008 estuve en unas sesiones de musicoterapia donde el canto era parte de la autosanación. Ahí, Claudia, mi terapeuta, me recordó el derecho a cantar así no suene bonito. Luego me invitó a una sesión con un sanador que recuerdo se llama ABDI. En la sesión espontáneamente comencé a cantar y avergonzada porque lo que salía de mí no era en español o algún idioma conocido, lo hice muy bajito. Entonces ABDI se acercó a mi oído y me dijo en inglés: “Louder”4. Así nació mi voz espiritual, que estuvo en receso de expresarse en esa manera espontánea hasta 2017 cuando hice la iniciación en Siddha yoga y recibí de mi Gurú la activación de la kundalini. Desde ahí en la formación en constelaciones familiares, mi voz espiritual salía en cualquier ejercicio grupal, cuando estaba en profunda conexión o soledad (en meditación, en la ducha o manejando mi carro).

Mientras tanto, un mantra fue la seña para mí correspondencia para tomar la formación para ser profesora de Hatha yoga en el método de Anusara Yoga. Sin saber más palabras en sánscrito que el OM, y solo con oír el mantra de invocación de Anusara, lo aprendí y esa noche soñé con él. Fue le llamado a entender que mi camino espiritual tiene que ver no solo con el bhakti (devocional), el canto y música, sino con el trabajo de arquetipos y símbolos de las deidades de yoga.

En 2015 entré a la formación en terapia Gestalt de la Escuela Transformación Humana. Era lo que necesitaba para recuperar el camino de la autenticidad, la creación, la adultez en términos de hacerme responsable de lo que me pasa atendiendo lo que ha quedado pendiente en mí. En esa formación todo me confrontó de manera amorosa. Que fuera amoroso no significa que no hubiera estado en crisis o que hubiera sido “pan comido”. Nada me puso más contra las cuerdas que las clases de teatro terapéutico, donde la improvisación y proponer dominaban la escena. Fue evidente que en el estado de vulnerabilidad y petrificación que me ponía al estar en público, no iba a lograr hacer lo que anhelaba, como cantar, y lo mas básico, que es jugar o pasar el tiempo en compañía de otros siendo auténtica.

Mi voz espiritual estuvo retada en un temazcal, en donde inundé el espacio con lo que canalizaba y a la gente no le gustó. La persona que estaba dirigiendo la actividad me interrumpió para que parara. Cantar en esos espacios no solo es un esfuerzo inmenso por el calor del vapor, sino que participar en compañía de otros hace que todos trabajemos todo lo que hay que soltar. Así que, llena de vinagre, decidí que el canto canalizado era un regalo solo para mí. Luego, con menos vinagre, entendí que puedo medir lo que canalizo y que no todo el mundo debe aguantar oír lo que en mí se produce.

Así se redujeron las manifestaciones espontáneas de canciones y melodía a solo momentos de profunda conexión. Siempre tuve ganas de traducir eso en una canción. Tengo algunas grabadas.

La decisión tomar las clases de técnica vocal y hip hop

La música está presente en todas las partes de mi vida. Desde el oráculo de mi “playlist” al inicio del día cuando me baño. Trabajando con Mozart de fondo para concentrarme y fluir. En mis ratos libres viendo qué postea Alejandro Marín (@themusicpimp) o cualquier artista que sigo en Instagram o Spotify. Asistiendo a algún concierto en vivo, que es una de las cosas que más disfruto.

Cantar me da foco y sentido. Cantar un mantra me permite soltar cualquier agenda o pensamiento. Quedo unificada lista para meditar. Como se dice en inglés, quedo “tuned”. Me entusiasma tanto que a menudo me esfuerzo y se resiente mi voz.

Entonces a principios de 2024, sentí que era momento para aprender a cantar y me inscribí en el curso de técnica vocal en el área de música urbana, del instituto de cultura de Cajicá, la ciudad donde vivo. Tenía claro que no quería aprender a cantar bajo la marcialidad y homogeneidad de un coro. Yo quería ser solista.

Esa semana apareció el anuncio en Instagram de la escuela de hip hop en el mismo instituto y dije ¿por qué no? Habiendo transmutado la experiencia de la clase de teatro terapéutico al punto de disfrutarla y poder proponer, me interesaba rapear, por la improvisación y composición, en eso de cumplir mi fantasía de duelos de raperos de Eminem en la película 8 Mile5. Me asombra y admiro la velocidad de esas mentes para encontrar rimas y responder al contrincante. Mi idea también era adquirir el método e incluirlo dentro de las técnicas expresivas que usamos en terapia Gestalt.

En ese momento, no había nada más ajeno a mí que el hip hop, ni que me hubiera sacado más de mi zona de confort como haberme inscrito en esa clase. Pero vamos por partes: primero les cuento de la clase de técnica vocal.

La acción de producir sonido hablado y cantado

En clase de técnica vocal he aprendido mucho sobre cómo pasar de la voz hablada a la cantada. Sobre los resonadores de pecho, nariz, coronilla y el falsete. La técnica del aparato fonador es para calentar y ejercitarlo de manera de lograr sostener y ampliar el rango vocal. Lo que había visto antes en el colegio, en la escuela donde tomé clases de guitarra en mi adolescencia y en el curso de locución que tomé en 2018, me dieron el contexto empírico y la teoría. Necesitaba un proceso más profundo para ensayar y sentir en dónde físicamente se me acomoda más.

Ahora puedo decir que la parte física de cantar y hablar es un asunto de aire. La maestría está en dejarlo pasar por los pliegues vocales de la manera más lisa o suave. Para eso hay que respirar bien, con conciencia del diafragma y llenando los pulmones. Al principio dije: “claro, respiración plena como en yoga”. No. No es solo llenar, es administrar el flujo de aire para que sea constante y homogéneo. Es saber que las notas agudas requieren más aire para no rasgar los pliegues. Laura Quintana, mi profesora, dice que es como empañando un vidrio. Cuando se acaba el aire es cuando suena quebrada, con gallos. Cuando uno se queda colgado a un metro de la cima.

Sin embargo, esto podría hacerlo una máquina o un instrumento. Más allá de la parte física, se canta para presentar o comunicar algo. Así que cada semestre usamos la clase para prepararnos para presentar una canción en público. Escogemos una para ampliar nuestro rango vocal y la técnica y también aprendemos a expresarnos con la canción.

Esa canción también tiene que ser algo con lo que nos sintamos identificados y nos guste. ¿Cómo escogerla? Tiene que retar y sentir una satisfacción de poder cantarla y compartirla. Para mí tiene que ver con el amor a primera vista de lo que se siente con la melodía y el ritmo. Luego un amor a segunda vista, con la letra, el mensaje que me usa para seguir circulando.

Desde el primer semestre cada canción ha sido un oráculo para trabajar lo que tengo pendiente de hacer conciencia o para asentar los valores y recursos que necesito en ese momento. Cada canción me dio el valor (de recurso y de coraje) y la declaración de independencia que necesitaba: Así he cantado y preparado “Remamos” de Kanny García “con la valentía delante”, aun cuando se está con todo en contra; “Me cuesta tanto olvidarte” de Mecano, con la vulnerabilidad de aceptar las consecuencias de las acciones; el himno de poner límites a las relaciones tóxicas con el “No” de Shakira; la invitación a ser uno mismo sin importar lo que otros digan de “Englishman en New York” de Sting; y este semestre la oda a la resiliencia que se canta con el último aliento de la batalla, de “Elastic Heart” de Sia.

Para eso mi proceso para la presentación de la canción ha incluido:

  • Aprenderme la letra de la canción y la melodía.

  • Saber dónde van los espacios para respirar.

  • Conocer cómo usar los resonadores y los articuladores para que el sonido salga homogéneo. Ahí es donde se hacen más muecas. Ahora entiendo por qué Sia cantaba al principio con una peluca que le tapa la cara.

  • Saber los adornos que trae la canción (vibrato, glisando, estacato, yodel, melisma, mordente, “humming”, falsete, voz plena y la voz de cabeza).

Con eso ahora viene la interpretación. Laura nos ha enseñado que la puesta en escena tiene mínimo tres formas: la introspección, el ancla y romper la cuarta pared. También es importante el uso del micrófono que acompaña a la boca a donde quiera que vaya. En la interpretación, para mí ha sido importante ver su estructura. En especial si tiene partes repetidas además del coro. En eso acompaño con las manos y los gestos de la cara para que se vea diferente. Esto me ayuda para pasar la cuarta pared, cuando interactúo con el público.

Entonces, aun cantando las canciones de otros, he sido lo más autentica que puedo ser. Todo en mí se junta para darle sentido y sentimiento, memoria, afinación y oído, soporte con la respiración, para hacer mías esas palabras. Todo lo que me pasa y ha pasado, las alegrías y lo que he sufrido llena esas palabras cantadas y se lo expreso o comparto a aquel que está en el público, que necesita que se lo recuerden.

El universo Hip Hop

Y yo que creía que iba solo a rapear. Vaya sorpresa que me llevé con que el hip hop que es un movimiento con 5 elementos: el DJ (tornamesa, scratching), el MC (rap/maestro de ceremonias), el breakdance (bailar), el graffiti (visual) y el conocimiento (o “street knowledge”). Yo agregaría un elemento adicional que ha sido fundamental y es la idea de comunidad (Cypher). Desde el primer momento me sentí acogida por el grupo, aun cuando es evidente que no comparto la estética, el lenguaje, la vibra del hip hop.

El primer semestre fue un tour por todos los elementos de la mano del profesor, Sergio Bonilla, AKA (also know as) Psiclocibe (@xilozibe). Él nos dejaba improvisar con un beat de fondo y ahí hubo espacio para dejar salir mi voz espiritual. Él me explicó de primera mano la estética de los grafitis de chapinero y fijarme en la firma de la “crew” o colectivo que hace arte urbano en las paredes. En este semestre escribí la letra de mi primera canción: Llama la llama.

El segundo semestre fue de acople y de recibir al nuevo profesor, Jose Puin, cuya “chapa” o AKA es Mulato. El trajo una idea de ensamble de la escuela de hip hop con estudiantes de técnica vocal para cantar en dúo. Ese semestre quise componer pero Jose se dio cuenta que me cuesta mantener el ritmo y escuchar las entradas. En lo vocal no pude acomodarme a rapear letras de amor de un hombre a una mujer, que en este caso era una joven estudiante de técnica vocal, menor de edad. Así, aprendí varias canciones para practicar rapear y cantar: Dibújame (Nanpa, Samantha Barrón) y Quizás (Afaz Natural), pero me sentí muy incómoda. En la presentación del semestre me quedé sin voz y solo pude ser maestro de ceremonias para presentar a mis compañeros (MC), que es todo un arte en hip hop. También, Jose aprovechó para enseñarme lo técnico, micrófonos, consola y las partes del escenario. Al final apareció la canción para mí: “Quien manda” de la Mala Rodríguez.

Escuchar

Antes de hablar de la interpretación de la canción que da título a este artículo, quiero desarrollar un poco la idea de escuchar que es vital para poder cantar y definir la propia voz. Escuchar con atención es el primer acto de presencia pues solo cuando afinamos el oído interno podemos encontrar la verdad de nuestra voz al cantar y al hablar. En eso de la presencia, escuchar además implica reconocerse, reconocer al otro y entrar en la corriente común con el otro. En una palabra, escuchar permite sintonizarse.

El reto en hip hop para mí ha sido escuchar. El beat, el ritmo, para saber dónde entrar y donde acentuar el “punch line”. En el “freestyle”, para responder las líneas que el contrincante ha propuesto. Escuchar para componer, porque las líneas son de 8 a 12 sílabas y deben coincidir con el compás que por lo general es de cuatro cuartos.

Componer también es una labor de síntesis. Aunque he compuesto algunas cosas, mis líneas son más largas. Por eso acordé con Jose tener una canción para presentarme y luego seguir con la composición. Cantar “Quien manda” me ha dado una sensación de progreso.

¿Quién manda?

En esta canción, la estructura de dos estrofas y dos coros diferentes no solo son un reto a mi memoria, sino que suponen un cambio constante de mecanismo, es decir, de ajustes musculares y resonadores que producen un tipo particular de sonido. Pasa de tono grave en las estrofas rapeadas a las agudas y melódicas de los dos coros y vuelve al rapeo. Eso me implica variar entre voz de pecho, mixta, cabeza o incluso falsete. Además, no tiene descansos instrumentales, va de chorro de principio a fin, lo que me supone una muy buena administración de la respiración. En especial para los tonos agudos del segundo coro.

Al principio, el desafío más grande, y donde Jose fue más exigente fue en coincidir con el compás en el segundo coro, en la parte que responde “quién manda aquí”, “tiempo de ver cómo se levanta la gente, yo no necesito poder”. Una y otra vez y es frustrante no marcar bien la entrada. Casi claudico como el Karate Kid.

El primer coro es una dicha en donde me expando acompañada de los cinco elementos, la noche, las estrellas, los caminos y lo que cae al suelo, la esperanza. La comprensión de la plenitud que es la que me permite dar y compartir en abundancia. Puro gozo, fluido, fácil de aprender. Es el descanso y el apoyo del universo dentro de la canción. Visualmente es muy rico así fue más fácil de retener y expresar porque todo eso habita en mí.

El reto en las estrofas estuvo en algunas frases de la primera y en todo el texto de la segunda. Le pregunté a Pedro Falla, un amigo actor y constelador (@hacker_emoional), que hacía cuando no recordaba las frases de sus parlamentos. El me dijo que me fijara en la resistencia de decir el contenido de la frase que no puedo recordar.

Me di cuenta de que en la primera estrofa no quería reconocer que “quien no entiende el reflejo no conoce al oponente”. Eso quería decir que no quiero aceptar que proyecto en el otro proyecto lo que no quiero aceptar de mí misma: lo malo y sobre todo lo que admiro. Por eso, lo saco de mí y lo pongo en lo externo. Tampoco quería aceptar que solo yo me ayudo “a caer por la pendiente” porque era aceptar la responsabilidad que para salir del hoyo es mía.

La segunda estrofa tiene que ver con que estoy en un momento en donde “si me atrevo a cruzar esa línea no creo que vuelva”. He hecho tanto por pertenecer a todos mis sistemas, que esa frase es la del no retorno. ¿A qué? A los patrones viejos y obsoletos. Mientras tanto, puedo quedarme eternamente pensando en la celda de esos patrones. De eso se trata la segunda estrofa. Entonces si, estoy contra las cuerdas, y al mismo tiempo mi fe es intocable. Ya no tengo más remedio para lograr lo que deseo, que ya se está manifestando, precisamente porque estoy creando como artista al cantar canciones como esta.

La versión más auténtica de mí no es la que se adapta para sobrevivir y recibir amor, la que trabaja de 8 a 5 en un trabajo que no la satisface solo para ser funcional y no desentonar. Es la que reconoce que cantar es fundamental para mi vida en plenitud y se atreve a mostrarse en público confiada. Es la que sabe quien manda en su vida, porque es soberana y quiere estar en dominio y apropiación de todo su ser.

Eso fue lo que dije al presentarme ante el público en el parque de la estación del tren de Cajicá hace una semana. Lo que me atrevo a declarar para mí y todas las personas que están en mi campo, incluyendo a mis consultantes. Es la que se atreve a romper la cuarta pared, a interactuar con el público animándolos a levantar las manos como lo enseñó Jose al principio de la presentación. Es la que disfruta y goza esos casi tres minutos de comunicación y cocreación que dura la canción.

Como le dije al público en la presentación de la semana pasada: háganse esta pregunta, como se la hicieron ellos... ¿Quién manda aquí?

Notas

1 Parece ser que la palabra cucarrón no está en la RAE porque es una palabra que solo usamos en Bogotá para nombrar a los escarabajos y otros coleópteros. Una vez salen de la tierra zumban en manada y son el terror de cualquier colegio femenino. Por eso el profesor de cuarto de primaria me llamó cucarrón en el coro de cuarto de primaria y me puso al lado a Danna García, si, la actriz y cantante desde niña, a ver si afinaba.
2 Rafael Pardo es un personaje público que ha tenido grandes responsabilidades para Colombia, como ser el Consejero Presidencial para la Paz, en el proceso de paz en los años 90 con el grupo guerrillero M-19. También ha sido ministro en los mandatos de tres presidentes y alcalde encargado de Bogotá. En todos estos cargos la habilidad de comunicar un mensaje claro es fundamental, por lo que oírlo hablar con dificultad es impactante.
3 “Libérense de la esclavitud mental. Nadie más que nosotros mismos puede liberar nuestras mentes. No teman a la energía atómica, porque ninguno de ellos puede detener el tiempo”. “Emancipate yourselves from mental slavery. None but ourselves can free our minds. Have no fear for atomic energy. Cause none of them can stop the time”.
4 Más fuerte.
5 Pueden verla en este video.