Querida Annie:
“Cada vez que, por un motivo u otro, subo al desván, mi objetivo principal es verlo a ‘él’. Ahora hay alguien que forma el centro de mi vida, y me alegro de ello” (18 de febrero de 1944). ¿Quién, con unos cuantos años en este mundo, puede decir que no ha sentido el maravilloso sentimiento de estar enamorado? Este hecho ha cambiado de forma radical tu diario en el año de 1944 (todas las entradas que cite serán de ese año). Lo que empezó con una amistad e incluso con antipatías, ha avanzado hasta una mayor unión (“¡qué mirada tan ardiente tiene ese muchacho! Creo que voy a enamorarme de él. Si ya no lo estoy”, 3 de marzo).
Como bien sabes, le di gran importancia en mis anteriores cartas referidas a tu diario en los años 1942 y 1943 a lo político y a todo lo que describiera la guerra. Ahora no consigo casi nada de ello en tus textos. Tu tiempo está dominado por una sola experiencia, y te entiendo perfectamente porque lo viví en mi adolescencia y en mi temprana adultez, y puedo decir que sigo enamorado aunque sin el agite de las primeras experiencias. Es una elección más que una emoción. Algo más racional, pero siempre anhelamos esos momentos de total intimidad y que nuestro mundo sea absorbido por esa forma de felicidad. Amar es lo más humano, porque es nuestra esencia como creaturas de un Dios Amor.
Tu Diario termina tres días antes de la fatídica fecha del 4 de agosto de 1944 y en mi artículo semanal de la serie que estoy desarrollando sobre el 80 aniversario de la Segunda Guerra Mundial te dediqué varios párrafos, porque tuve también que referirme a un autor que falleció el 31 de julio y que seguramente te habría gustado mucho leer: Antoine Saint-Exupéry. El gran conflicto se acerca a su final, y todos en el “anexo” se llenaron de esperanzas porque ¡por fin sobrevivirían!, pero ocurrió lo que tanto temieron. Considero que el filme sobre tu vida que mejor describe ese momento, es el de George Stevens: The Diary of Anne Frank (1959). Logra también resumir tu vitalidad, alegría y especialmente la fe que tenías en la humanidad. Cada vez que la vuelvo a ver lloro con su terrible conclusión: ¿el triunfo del mal? Ser vencidos por la violencia de sus captores y asesinos, no poder ver que finalmente el Bien se impondría sobre los tiranos. Esperar con resiliencia que tumbaran la puerta de vuestro escondite.
En mi país, te cuento, las mayorías nos ilusionamos con el posible triunfo de la democracia; pero una vez más la letra de nuestro himno parece hacerse realidad: “el vil egoísmo que otra vez triunfó”. La maldad se impone, la violencia represiva nos ahoga; son más de 1400 personas las que padecen el encarcelamiento y más 24 personas asesinadas, por el solo hecho de protestar y exigir el reconocimiento de la voluntad popular. La oscuridad se hace más tenebrosa. Me he sentido identificado cuando escribes: “El mundo está trastornado; las personas decentes son enviadas a los campos de concentración, a las prisiones, en tanto que la gentuza que se queda aquí gobierna a jóvenes y viejos, a ricos y pobres” (25 de mayo).
Y más identificado aún cuando en el discurso de los opresores está presente tu época, porque la Segunda Guerra Mundial sigue viva en ideas y consecuencias políticas ¡y es un pretexto para lo peor! Después del sufrimiento de los inocentes (“Rezo por todos los judíos y desgraciados”, 6 de enero), lo más terrible es ver a los malos tan campantes y a los buenos acorralados. Pienso mucho en ti, en cómo “el anexo” era un pequeño refugio mientras pasaba la tormenta... y así también hacemos todos los que no perdemos la esperanza que el Bien termine triunfando ¡más temprano que tarde! En lo personal se lucha para ser estoico (“lo único que puedo hacer es esperar”, 28 de enero) y un buen cristiano, y como tal ser ejemplo de optimismo y alegría ¡pase lo que pase!
En las calles de mi país se percibe en las personas un cúmulo de sentimientos donde la tristeza y el anhelo de justicia es lo dominante. El venezolano está entrenado en derrotas, solo espero que las mayorías no caigan en el derrotismo, la emigración sin planificar o el encierro en esa frase cierta pero totalmente irresponsable e idiota (en el sentido griego): “si no trabajo no como”, que significa: no haré más nada por el Bien Común. Debemos seguir viviendo sin rendirnos en el sueño de tener una mejor sociedad, porque de eso depende nuestra felicidad individual.
Tú eres ejemplo para tantos jóvenes de mi país, porque no perdías la esperanza; de esta forma nos dices: “Brilla el sol, el cielo es maravillosamente azul, el aire está cargado de promesas y mi alma despierta a todos los deseo… unos deseos locos de charlar, sentirme libre, de amistad, de soledad. Unos deseos locos… de llorar. Estoy a punto de estallar” (12 de febrero, cuando llega la primavera). Nadie critica que nos apoyemos en la naturaleza, la religión, la familia o el trabajo ¡lo que es un crimen es la indiferencia ante el destino nacional! Nadie pide el martirio, solo “poner el hombro”, no ceder ante el mal.
El mejor ejemplo de los que “ponen el hombro” no los cuentas con la organización “Holanda libre; que hacen documentaciones de identidad falsas, suministran dinero a las personas ocultas, preparan refugios, proveen de trabajo clandestino a los jóvenes. Quienes allí trabajan realizan una acción desinteresada, ayudan y permiten vivir a otros poniendo muchas veces en peligro su propia vida” (28 de enero). Y cómo los cuidan vuestros protectores: Miep Gies, Johannes Kleiman, Bep Voskuijl y Victor Kugler. Todos ello mantienen la empresa de tu padre andando como la mejor “tapadera” del escondite, y no dejan de llevarles lo necesario para vivir e incluso hacerles visitas con sorpresas que les hacen más tolerable el encierro. De esa forma escribes: “Jamás olvidaremos el heroísmo de los que luchan contra los alemanes, pero debemos poner al mismo nivel el de nuestros protectores, que tantas muestras de cariño y benevolencia nos ofrecen constantemente; y en los días festivos o cumpleaños siempre están dispuestos a servirnos” (28 de enero).