Hay que prestar atención a los detalles: ya sabemos que parte del mensaje está siempre en la forma. En primer lugar, conviene que estemos acodados en una superficie lisa, sólida y resistente, preferentemente la barra de un bar o la mesa de un restaurante, un lugar en el que, apartadas las migas de pan y las bebidas alcohólicas de rigor (los sospechosos habituales: carajillo, licor café, ese orujo que tiene cierto embrujo), uno goce del espacio vital suficiente como para expandirse.

En segundo lugar, es necesario hablar con rotundidad. Nada de “yo opino”, “yo creo” o “desde mi punto de vista”: lo que vamos a decir tiene la suficiente enjundia como para que sea considerado, si no ley universal, si al menos verdad absoluta e indudable, dogma de fe, axioma matemático. En tercer lugar, el estilo: claro, sencillo, conciso, directo, nada de florituras. Y si hay que gritar, se grita. Qué cojones: si no hay que gritar, se grita también.

Ahora sí, ya está usted preparado, ya puede usted decirlo, pronunciar las palabras mágicas que conjuran todo peligro. Dígalo sin miedo. Si lo está deseando. Venga, no sea tímido, repita conmigo: ¡Hay que joderse con la juventú!

¿Verdad que se siente ahora usted mucho mejor? ¿Nota las miradas de aprobación que ha despertado el comentario a su alrededor? ¿No siente que de repente el mundo conspira para darle a usted la razón? ¿No es ahora todo mucho más claro y evidente? ¿No es reconfortante librarse de esa engorrosa escala de grises y que el mundo vuelva a ser blanco o negro, que vuelva a haber buenos y malos?

Pero adelante, prosiga, no se detenga ahí, complete la argumentación. Los jóvenes de hoy en día no tienen ni idea de nada. Tampoco les interesa. Claro, porque resulta que los jóvenes de hoy en día no leen. A los jóvenes de hoy en día solo les interesan los famosos, pero no los que usted ve en la tele, sino los otros, los que salen en el TikTok ese. Los jóvenes de hoy en día no creen en el esfuerzo ni saben lo que es sacrificarse. Y para colmo, los jóvenes de hoy en día han perdido el respeto a la autoridad, empezando por sus profesores. Claro, con esta cosa moderna de la pedagogía, en el cole los jóvenes de hoy en día no aprenden más que chorradas. De hecho, ni siquiera se puede decir que aprendan. Ay, los jóvenes de hoy en día. Dígalo otra vez: “¡Hay que joderse con la juventú!”.

¿Sabe quién estaría también de acuerdo con usted? Según la web Quote Investigator, citada en este artículo de eldiario.es, Kenneth John Freeman, que en un escrito académico para la Universidad de Cambridge anotó lo siguiente: “Los jóvenes de hoy aman el lujo, tienen manías y desprecian la autoridad. Responden a sus padres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros ¿Qué les pasa a nuestros jóvenes? No respetan a sus mayores, desobedecen a sus padres, ignoran las leyes, su moralidad decae”. ¿Sabe cuándo lo dijo? En 1907. La cosa tiene su gracia porque en infinidad de ocasiones estas frases se han puesto en boca de Platón y Aristóteles para ejemplificar que la manía persecutoria hacia las nuevas generaciones viene de lejos.

No es verdad: los filósofos clásicos eran bastante menos necios que nosotros.

Porque la realidad es que todos y cada uno de los prejuicios que recaen sobre los jóvenes de todas las generaciones (también de esta última, que es, más o menos, como todas las demás) son torcidos, malintencionados y falsos.

Si no me creen, empecemos por lo más básico: dense una vuelta por internet y traten de contar la cantidad de artículos que acusan a los jóvenes de hoy de no leer. Pronto, descubrirán ustedes que la tarea es tan ardua como ponerse a contar estrellas en mitad de una noche clara.

Pocas mentiras más fáciles de desmontar. El Barómetro de Hábitos de Lectura de y Compra de Libros en España en 2023 elaborado por la Federación de Gremios de Escritores en España, el estudio más fiable que hay al respecto, afirma que el 74% de los jóvenes de entre 14 y 24 años leen al menos un libro al trimestre. Si vamos al detalle, el 85% de los niños entre 10 y 14 años lee en su tiempo libre (es decir, lee más allá de las lecturas obligatorias del colegio, que ya suponen un importante gasto de tiempo y energía), mientras que el 74,1% hace lo propio entre los 15 y los 18.

Aunque hay quien opta por no dar credibilidad a estos informes de lectura (curioso: suelen ser los mismos que creen a pies juntillas los estudios elaborados con un puñado de encuesta online y que tienen los bemoles de hablar de lo que quiere la Generación Z al completo), los datos cuadran con las ingentes colas que arman los adolescentes en las casetas de sus autores favoritos en las ferias del libro de cada ciudad donde hay una. Revelan una verdad incómoda: no solo leen más que los adultos, sino que, además, lo hacen con más entusiasmo.

Habrá quien me diga que leer un cómic no es leer o que los jóvenes solo consumen literatura ligera. Les respondo que, dados los denodados esfuerzos que hacemos los profesores de literatura por que dejen de leer casi cualquier libro, la cosa sigue teniendo su mérito. Digan ustedes, si no, cuántos adultos conocen que, sin recibir dinero a cambio de ello, pasen su tiempo de ocio leyendo el Cantar del Mío Cid o poemas de Gonzalo de Berceo.

No obstante, el prejuicio de la falta de lectura juvenil palidece ante la que sin duda es la madre de todas las mentiras, el no va más del prejuicio infundado: a los jóvenes no les interesa nada, son blandos, mimados y sobreprotegidos. O, como enunció el maestro Don Arturo Pérez-Reverte en ese templo consagrado al conocimiento que es El Hormiguero: “Estamos criando generaciones que no están preparadas para cuando venga el iceberg del Titanic”.

Acabáramos. A sus 72 años, Pérez-Reverte, que antes de ser académico y escritor de éxito fue periodista y que, por tanto, no debe de haber pisado el aula de un colegio regularmente desde hace más de 50 años, no ve preparados a los jóvenes para el mundo desastroso que está por venir (un desastre del que, no sobra decirlo, tenemos toda la culpa las generaciones que los precedieron, y no ellos).

Yo, que como periodista al lado de un tipo como él soy menos que nada y que me defino como mal juntaletras antes que como algo parecido a un escritor, veo, oigo y leo noticias, como hacemos casi todos. Y lo que me encuentro es justo lo contrario.

Veo, por ejemplo, que han sido los jóvenes los únicos que han conseguido despertar en el mundo algo de conciencia sobre la emergencia climática. Pienso que, con el rollo de dividirlos en generaciones inexistentes (que si millenials, que si X, que si Z, que si alfas, que si omegas), muchos tratan de que se olviden de su clase social y de que culpen de su precariedad a su abuelo y no a su jefe, pero no se lo están tragando. Opino que han sido ellos los únicos que han tenido la dignidad de gritar que lo que Israel está haciendo en Palestina no se llama guerra, sino exterminio, y que debe parar de inmediato.

No, no creo que a los jóvenes les falte preparación para afrontar el mundo que viene. Sí creo, en cambio, que les dejamos un mundo de mierda. Mientras arreglan nuestro desastre, les pido que sean indulgentes: en el fondo, lo único que nos molesta de ellos es que nos recuerdan constantemente que vamos a morir.