Quizás las nubes me han ensimismado. Quizás todo lo que sé se ha vuelto contra mí. Quizás dios ha cambiado su rumbo. Quizás yo he tenido que cambiar sin comprenderlo de antemano. Quizás me han violado. Quizás la herida sea tan grande que he perdido la memoria y mi razón se ha vuelto la injusticia que propago. Mi dolor hace culpable a los demás.

He propagado la guerra desde mi expulsión y Palestina representa ese dolor. Ataco desde mi vacío. Temo el abismo que me arrastra hasta la punta de la lanza que digo me defiende.

Mi íntimo dolor se ha propagado por el mundo, y a mi sed de venganza la he convertido en mi propósito. Digo ser sagrado. Soy el cáliz que va a aniquilar a quien se me acerque al comulgar con el beso traidor de mis labios. He conquistado el espacio para salvaguardar mi mal.

La luz de los bosques se ha apagado desde mi reflejo. Las cortezas del árbol y las pieles se han desprendido finalmente, con su carcoma desde el interior de las raíces y la oscura ausencia de la empatía que ya no alcanzo, culpando. La comunicación interna con los valles del agua se ha secado sin mis lágrimas. Expresar el dolor hasta su fin hubiera sido la mejor fortaleza en vez de asfixiarlo con mi deseo de venganza camuflada cuando clamo justicia.

He quemado todos los puentes para aislarme en mi púlpito. Soy columna y pedestal. Al ser víctima me he convertido en verdugo y me he alzado en esta guillotina.

He escondido los ladrillos que antes fueron oro en su pureza. Deseo derretirme con fuego en ellos, buscando el río hasta llegar a las lluvias que suspenden los cielos en el alma con destellos.

Voy a recorrer de nuevo mi origen con la humildad del que ha visto su final. Volverme virginal después de haber podido conocer mi mal. He visto al monstruo; no era el otro sino el mío propio, cuando tuve que creer en el odio para poder matarlo.

Del revés de nuevo se vuelve. El origen empieza en su final.

La luz ilumina las sombras cuando han trazado la raíz hasta el mal. Luego arrancarlo todo, nuevamente de raíz.

El dolor también fatiga, fatiga la historia al haberse propagado, y su persistencia acaba, quizás, en una serena paz flotante, después del abandono y el perdón. La tesis y la antítesis hegelianas son en realidad el espejo quebrado, entre el dolor y el que no consigue sanarlo.

El vapor del agua se alza desde dentro, y la respiración del corazón devuelve el líquido al cauce de su sangre, expira para inspirar. Los lagos se alumbran desde los fondos oscuros del alma y la llama enciende de nuevo la hermandad, al reunirse después con lo disuelto en el llanto.

La corrección entre Caín y Abel ha tenido que llegar hasta aquí, ha construido Babilonia y Jerusalén, ha tumbado las dos torres y ha derretido los hielos planetarios de norte a sur. Ha expoliado el petróleo sin saber que era parte del flujo amniótico de protección, el río que cubre la tierra como el himen que sella una frontera entre el cuerpo y el alma, entre el origen y el final, entre el dolor y su conciencia, entre la luz y la sombra, entre lo que vemos y lo que no cuando nos mira.

El viento ha vuelto, arrasando como el aliento que no cesa. El amor no lo ha podido todo. El tiempo tuvo que quebrarlo y hacer que padeciera para poder volver a sí, consciente. La soledad creó ese amor como la razón de poder doler, para poder volver. El amor creó el dolor, que creó la herida, y el blanco de la cal lo ha tenido que consumir hasta su hueso.

El cadáver flota en el río Estigia y se hunde hacia sus cuevas, dejando que el vendaje y las sábanas que lo cubrían en superficie se disuelvan, bajo la cal y el fuego lento. Luego, alcanzada la quietud todo aflora de nuevo, al volver después del olvido.

Con el nuevo horizonte, las almendras serán ojos y vaginas.

Gaia en el alma humana.