Desde la época de Richard Nixon y Henry Ford, Kissinger entendió que el camino imperial de Estados Unidos en la Guerra Fría exigía solidificar la alianza histórica con el Reino Unido, y que la Organización del Atlántico Norte era la alianza que uniría los países europeos en torno a la política externa de EE. UU. Cuando en su cumpleaños 93, durante la campaña de quien sería el presidente 45 de la historia de EE. UU., Kissinger escuchó el eslogan de campaña de Trump, «hagamos grande nuevamente a América», comprendió que el partido republicano tenía un futuro presidente. Pero, también entendió que su largo camino de manejo de crisis y misiones secretas como parte de la política imperial de EE. UU., guerra de Vietnam y los bombardeos de Navidad en 1972, derrocamiento del príncipe Sihanouk en Cambodia y bombardeos, operaciones encubiertas en Laos para desactivar la huella de Ho Chi Minh, golpe en Chile etc., habían llegado a su término ante el eslogan ganador de Trump.

Por eso, ni siquiera se inmutó, cuando en 2023, el esta vez candidato por segunda vez, en una muy reservada entrevista, le dijo, «pero te das cuenta de que lo que me propones está muy lejos de todo lo que has afirmado en tú vida académica y política». Sí, respondió, «porque pienso que el mundo unipolar pasó a mejor vida y estamos en un planeta armado hasta los dientes; por eso nuestro escenario de poder cambia en el siglo XXI».

La conversación con Trump y lo que sigue constituyen un imaginario de lo que Kissinger habría cogitado y recomendado al candidato republicano en los últimos meses de su existencia.

¿Por qué el viaje a Beijing?

Henry Kissinger, en un gesto propio de su adiós, visitó Beijing para conversar con Xi Jinping sobre el clima y el interés común de romper el hielo entre las dos mayores potencias mundiales. Henry, viejo zorro «amigo de China», alojado en la Casa de Huéspedes del gobierno chino y, con el talante de la diplomacia del pingpong, que ya en otras épocas acercó a la China de Mao con los EE. UU. de Nixon, en el último día de visita, casi como en una divagación de despedida, dejó caer algunas reflexiones, acerca de lo que podrían ser los planes de Trump si este ganara la elección de noviembre de 2024.

«No se podía descartar», dijo, «un viaje de Trump a China y conversar con Usted Sr. Presidente, sobre su Plan de Paz en el Medio-Oriente». «Eso significaría», continuó, «desmarcarse del apoyo sin límites de la Administración Biden a Netanyahu». «Es más, el nuevo presidente expondría su reconocimiento a la Resolución 181 de NNUU (1947) que mandató la existencia de dos Estados, seguido de un Plan de Reconstrucción de Gaza y su apoyo a Mahmoud Abbas, para un plan de Paz en la franja de Gaza».

Estas declaraciones y las reacciones del presidente Xi permiten imaginar un clima distendido de conversación; sobre todo que las relaciones de EE. UU. y la isla de Taiwán para los chinos, provincia rebelde, nunca fueron fáciles de abordar. ¿Por qué no entregar una presencia política a cambio de una resolución pacífica de los diferendos con la provincia rebelde de Taiwán? Una virtual pacificación en el estrecho de Formosa debía dar al traste las misiones de la demócrata Nancy Pelossi en julio 2023 y bipartidistas en febrero 2024, y de paso dejaría sin real justificación el acuerdo AUKUS. En esta secuencia de sorpresas, manos libres en una visita a Moscú, sería la consecuencia obligada.

«¿No es una dimisión total la que me sugieres?» – espetó Trump

Porque ansioso ante un panorama, más próximo a una rendición que de un reacomodo diplomático de EE. UU., Trump argumentó:

«¿Qué justificaría esta eventual dimisión?»

«Pues, nada» respondió tranquilamente Kissinger, «no crees acaso que el Mundo debe hacerse cargo de su propia deuda». Respuesta que hizo sentido a Trump. Sintió como si escuchara su propia voz en los cientos de mítines de campaña a lo largo y ancho del país. «Simplemente negocias desde la casa del enemigo» insistió Kissinger.

¡Cómo recibir un país con un déficit fiscal de 120% del PIB y un presupuesto de defensa de casi 1 trillón de dólares! Hace sentido, un futuro de nuevas relaciones con China y patiar p’l lado ganancias sin relevancia alguna para el electorado estadounidense! (pensó Trump para sus adentros).

El camino de la guerra caviló, lleva a tanques, cañones, navíos, portaviones, misiles, aviones, drones y cabezas nucleares (¡deuda al final de cuentas!). Un acuerdo entre gigantes lleva a la paz, a los intercambios, al comercio, la investigación sobre las grandes tareas, el control de las emisiones de carbono y nuevas fuentes de energía limpia, en fin, la apertura a la Humanidad de bienes públicos escasos para inmigrantes; ya son 6 millones en nuestra casa.

En un tono convincente, Trump escuchó la voz que desde el poder no vaciló en condenar a muerte a líderes extranjeros, apoyar gobiernos corruptos, bombardear villorrios en Vietnam, Cambodia y Laos, intrigar tras las bambalinas del poder…

«El desarrollo de medios ofensivos complejos llevó siempre implícita una mirada crítica a los alcances de la teoría, lo que permitió entender el desarrollo de la fuerza aérea en el curso del siglo XX y su integración a las otras armas».

«Por eso la geopolítica del siglo XXI, se basará en la evolución de esa arma y las investigaciones sobre el área espacial lo que recreará de manera revolucionaria la estrategia».

«Cuando G.W. Bush decidió instalar misiles en el entorno de Rusia, en países de la órbita de la antigua URSS, a saber, Polonia y República Checa, ese experimento fallido trajo reminiscencias de la crisis de misiles de la época de Jrushchov-Kennedy. Pero eso pierde toda validez en vista de los nuevos actores que se suman a la estrategia, a saber, las grandes corporaciones transnacionales, organismos de mayor poder que muchos Estados del Tercer Mundo. Contexto al que se suma la tecnología aeroespacial que define espacios, tiempos y medios de intervención», remató el viejo diplomático.

Las armas del siglo XXI

Prosiguió, «una nueva estrategia, requiere de nuevas armas. Ahí están las nuevas armas de la estrategia: las transnacionales. Aquellas, son las que proveerán las materias primas estratégicas que necesitamos para afirmar nuestro poder en la evolución de la Humanidad que parte con el siglo XXI».

«A la solución de fuerza, donde prima la racionalidad y la noción del duro, se impone la negociación. En el caso actual, de la guerra en Ucrania, la dirigencia de la OTAN y de USA, arrastra a la población europea a una solución de guerra».

«Negociar, no es fácil en nuestro país, porque el estadounidense entiende y cree que la negociación es un fracaso. Pero este es un mundo en armas, mundo en el cual, un super poder como nosotros representa un peligro. Además, nos resulta penosamente caro».

«Sólo en la negociación, se abre un plan realista para la Paz en Ucrania, y en Eurasia, lo que sentaría las bases de un nuevo diálogo con la Unión Europa, reviviendo parte de los acuerdos de Minsk, compatibles con aquellas realidades y garantías que se imponen después del fracaso de 2 años de guerra».

«Por eso», concluyó Kissinger. «Sólo en esa ruta neutralizarás la influencia de la CIA y el Pentágono. Eisenhower neutralizó a Churchill y generales americanos guerreristas (Patton entre otros) que al día siguiente de la Segunda Guerra Mundial insinuaron un ataque a la URSS. Pero Eisenhower, como Comandante en Jefe del frente occidental de la invasión a Alemania, tenía un tremendo prestigio y se impuso en la reconstrucción de Europa».

En este nuevo contexto, ponerse de acuerdo con Putin significa sepultar la CIA y el Pentágono y remodelar, en la obsolescencia, a la OTAN.

Se diría que en su despedida nada quedó al azar, pues Kissinger eligió un interlocutor: China, que, por décadas, EE. UU. ignoró como interlocutor válido.

Sólo si la apuesta presidencial de Kissinger tuvo éxito, conoceremos el resultado de la misión secreta a Beijing.