I

Copal y Tobalá tienen los ojos verdes. No necesitan hablar entre sí para entenderse. Con un movimiento corto y punzante de rostro, de nariz, es suficiente. Serpentean la columna vertebral para saltar de un lado a otro, y aterrizan sin hacer ruido. Al caminar, es como si no estuvieran ahí, o como si trenzaran sus pasos con el viento: no se escucha. Tampoco hace falta.

II

Tobalá es un tipo de maguey para hacer mezcal. Copal, un árbol sagrado de las tierras zapotecas. Los brazos del maguey son azules y frondosos, como si saliera de la Tierra con un grito jubiloso. Las ramas del copal son livianas, y rezuman una resina «que despierta al dios», dicen los locales. También son un par de gatos que cuidan el templo. Aparecen al amanecer. Luego se cobijan con las sombras otra vez. El atrio queda manchado de una ligera pasta aromática.

III

Justo afuera del Templo de Santo Domingo, en algún momento alguien sembró magueyes pequeños. Ahora son los «venerables senos de la tierra», como susurra la tradición prehispánica La silueta de las hojas se confunde con el verde de la cantera en la fachada de la iglesia. Son casi del mismo color, pero en etapas de vida diferentes. Solo se distinguen porque, a eso de las cinco de la tarde, la luz del sol hace que sus sombras se corran sobre la piedra verde. Luego cae la noche. Solo se distinguen dos pares de ojos, asechando desde el campanario, entre las pilastras, por detrás de las torres.

IV

No es extraño que el fulgor de Copal y Tobalá siga a los transeúntes por las tardes, cuando ya no hay luz en las calles. En ocasiones, incluso, la gente confunde a los gatos del templo por la luz del alumbrado público. Nadie sabe realmente de quiénes son, quién les alimenta o en dónde viven. Solo se asume que son de la iglesia, y que tal vez se enroscan dentro de la pila bautismal para dormir durante el día. Total, nadie la ha visto llena de agua bendita desde hace tiempo. Es un buen lugar para que nadie les moleste.

V

Es un hecho dicho a voces que Copal y Tobalá se encuentran con una mujer por las noches. Una mujer de ojos cavernosos, que se aparece durante las noches de neblina más densa. Quienes la han visto, aseguran que se sienta en las bancas del atrio para acariciarles. Al alba, se levanta y parte rumbo a Monte Albán. Los gatos amanecen con el lomo cubierto en polvo de cerámica rota. Finísimo, casi como si fuera incienso quemado. Ni siquiera se acicalan: parece que esperan a que ella vuelva a quitarles los restos del pelo.

VI

La primera vez que alguien la vio, el Chichonal1 exhaló una fumarola profunda. Era de mañana apenas. Tenía el pelo recogido en una trenza larga, y llevaba un huipil azul de telar de cintura. En su rebozo, traía a los dos gatos. En las manos, una botella de mezcal y una rama de copal hembra. Sin hablar con nadie, entró al templo y se dirigió hacia la sacristía. Esa noche, una de las bancas en el oratorio principal se encendió.

VII

Las llamas no alcanzaron al templo entero, porque el sacristán muy pronto alertó a los demás y lograron apagarlo. Sin encontrar el origen del fenómeno, decidieron relegarlo a un accidente, como los tantos que pueden suceder en una parroquia de esas dimensiones. Dos semanas después, uno de los nichos se encendió. El busto de San Andrés quedó reducido a cenizas por completo. Luego, el de Santo Tomás. Después, el de San Juditas Tadeo. Todos en noches diferentes. Y ahí sí, ni el sacristán pudo meter las manos. Todo el templo olía a mezcal de tobalá.

VIII

La coordinación eclesiástica decidió contratar vigilancia por las noches. Incluso a pesar de eso, y de que los nichos se ocuparon con santos nuevos, los incendios no se detuvieron. Siguieron ocurriendo en noches aisladas, como si verdaderamente fueran accidentes. Incluso se cuestionó a las madres y sacerdotes si dejaban el cirio encendido por las noches. La realidad era que nadie entraba a Santo Domingo por las noches: solo las sombras, y esa extraña resina pesada con olor a incienso, que quedaba impresa sobre los nichos después de que las llamas se consumieran.

IX

La última vez que la iglesia se prendió en fuego, el humo ascendió en columnas hasta las alturas. Esa noche, una vez que las puertas quedaron cerradas por completo, una de las capillas se encendió. Nada pudo salvarse: los nichos, el santo entierro, las reliquias. Todo se quemó. Cuando se lograron extinguir las llamas, se encontraron las hebras de un huipil azul, restos de una botella de mezcal y un olor penetrante a incienso. A la mañana siguiente, los gatos aparecieron frente a la puerta principal con los ojos llorosos.

Nota

1 El Chichonal es un volcán en Chiapas, al sureste de México.