Estamos moldeados por la tierra. Nuestra realidad corpórea se enraíza en su materia. El polvo ancestral de nuestro cuerpo es de origen mineral. Nuestros nexos son químicos, biológicos y energéticos. Estamos entretejidos por los procesos que acontecen en la continua reproducción, transformación, transfiguración y transmutación de la forma de vida que habitamos. El intercambio hacia la evolución es en esencia reproducción; perpetuar la vida hacia nuevos horizontes más abiertos.

La alquimia es un posible camino creativo para hacernos conscientes de esos procesos de transformación evolutiva, sintetizando cuerpo (materia) y vida (energía), refinándonos, para poder llegar a una plena comprensión, hasta aprender a amar todo lo que somos a través de ese proceso creativo psicofísico, hasta reunirnos de nuevo, conscientes, con esa misma creación al unísono.

En la etimología hebrea, Adán, el primer hombre, proviene de “adamá”, que significa tierra. Igualmente, la palabra “humano” proviene de “humus”, del latín, que también significa tierra. Eva, de forma complementaria, proviene del hebreo “hava”, que significa vida o respiro.
No cabe duda que reconocer y poder llevar a la consciencia esta huella terrena en nosotros no es solo un conocimiento fundamental para saber de qué estamos hechos, pero −sobre todo nos habla− a través de la historia de la evolución natural. No solo somos tierra como origen, sino que nuestros procesos de vida dependen de todos los suyos y al igual que somos de su materia, lo somos de forma animada. Somos Adán y somos Eva, para luego convertirnos en humus, como principio y fin de los ciclos en espiral, ascendentes o expansivos.

Por todo ello, profundizar en nuestro autoconocimiento a través de la relación y diálogos con la tierra no es en absoluto banal sino profundamente revelador. No solo nos debemos relacionar con todo lo que es tierra y sus seres vivos, a nivel bioquímico, natural o nutricional sino también a nivel subjetivo, íntimo e imaginativo, por no decir espiritual. En la jerga de la ciencia postmoderna hablaríamos de relaciones sistémicas complejas.

Nuestra comunicación o relación con la tierra se vuelve revelación, conocimiento o conciencia, gracias a esta íntima integración con ella. Así surge, por ejemplo, el conocimiento o experiencia de la medicina, en una unión entendible con las plantas, o el arte de vivir, con el refinamiento gastronómico, la estética de los materiales que nos visten o de los que nos protegen al construir nuestros hogares...
Lo estético –la belleza− es redención, al mostrarnos con equilibrio e integración la potencia del Todo reenfocada en el Uno. Nos iluminamos cuando, íntimamente, reconocemos la belleza en este proceso de integración vital. Como belleza, como amor que procura y organiza el entorno con sentido, sin tener que ser predefinido o argumentado. Somos naturaleza y naturaleza es amor.

Al expandir nuestra imaginación, redescubrimos que la belleza más profunda siempre proviene de la naturaleza, de sus paisajes, de sus atmósferas, de su luz o colores, de sus aromas o sabores, de sus sonidos o silencios, de su humedad o calor, de su fertilidad o abundancia consecuente, de la fusión simbiótica entre cuerpos.

No es una simple imagen lo que nos ofrece la naturaleza sino una −viva imagen− que ocurre a través de todos nuestros sentidos y procesos integrados a la vez, devolviéndola como proyección de nuevo.
En nuestro interior y a través de los sueños, también emerge lo natural. Sus elementos nos hablan y nos conmueven, ya sea través de las aguas, en maravillosas corrientes de transparencia marina, desvelando profundidades multitonales, con la sed que nos une a un amor impenetrable a la vez que nos inunda. El fuego nos purifica con la incandescencia de su luz dentro de la oscuridad. El polvo es la ceniza renacida, el proceso del Fénix, una iniciación temida pero también secretamente deseada, al poder desatar nuestro renovado poder al vuelo. Descendemos como polvo al subsuelo, descomponiéndonos hasta lo ínfimo para poder regresar, resurgir con el amanecer, con el brillo del rocío en la mañana.

A nivel nutritivo, todas las sustancias provienen de los materiales bilógicos generados a partir de la vida en la tierra, para que podamos sintetizarlos nosotros también en nuevas energías.
La tierra es nuestra naturaleza, nuestra madre biológica y, simbióticamente, nuestra madre espiritual; la base de nuestra recreación y construcción. Solo desde ella descubriremos que la materia está infundida de espíritu y que nuestra nutrición, no solo depende de los alimentos sino también de los sueños y la conciencia. Somos tierra porque también la soñamos…

Nuestro ser, adherido a la tierra, al espíritu y a la humanidad, nos ofrece un potencial inimaginable de creación. Démosle a la tierra lo mejor de nosotros para alimentarnos y alimentarla a ella también. Gaia en el alma humana.