Si alguien nos invitara a participar de una velada con Ilex Paraguariensis podrían ocurrírsenos muchas cosas para quienes no estuvieran familiarizados con el término. Desde imaginar un ritual ancestral con los pueblos originarios de Sudamérica, tal vez soñar con una misteriosa mujer paraguaya, o bien pensar que hemos sido invitados a una tertulia de experimentación con substancias de antaño. Tras corroborar que todo eso es tal cual, ¿aceptaríamos la invitación? Pues bien, a lo que hemos hecho referencia es a la yerba mate, a esa infusión originaria del Paraguay, tal como lo indica su nombre, hoy emblema y costumbre de varios de los nuevos pueblos de la América del Sur.

A mí siempre me han gustado las infusiones y, a decir verdad, todo tipo de bebidas. Pero claro está que, como en otros órdenes de la vida, hay cosas buenas y otras que no lo son tanto. Dependiendo del lugar, del momento y de la compañía, aprendí a disfrutar del buen café, del árabe «qahwa», con amigos de Medio Oriente, pero hoy disfruto principalmente de la versión tropical y americana. Asimismo, aprendí a degustar del exquisito té, «chá» de la China, que compartí con amigos del Lejano Oriente las veces que me he sentido descendiente de un dálmata llamado Marco Polo. Pero mi primer amor, mi amigo del barrio y compañero de aventuras, siempre fue aquel Don Mate.

Este «cacique guaraní», y le llamo de este modo con el debido respeto por considerarlo líder en estas cuestiones frente al Qahwa y al Chá, no lo es por sus propiedades específicas, sino por su ritual. La manera más artesanal que tiene su preparado y el tiempo que deberemos dedicarle a su consumo hacen del universo de la yerba mate una cuestión bien diferenciada. Porque no es tan sólo un elemento despertador ni digestivo, mencionando sutil y respectivamente a sus primos ya referidos, ya que este fenómeno logra también saciar a muchas otras cuestiones.

Sin pretender prescribir ni asesorar seriamente respecto a las adicciones que aquejan al mundo de hoy en día, me atrevo a mencionar el efecto positivo que ha generado desde siempre en mí, y en muchos amigos por el mundo, el valor agregado del Ritual del Mate. Porque he visto su poder combativo frente a tres síntomas que genera la angustia y su ansioso poder: tabaquismo, alcoholismo y «azúcares» (obesidad).

Cuando uno decide tomar esta bebida, deberá organizar la experiencia preparando el pocillo de mate y su respectiva bombilla, volcando allí la yerba y vertiendo moderada y continuamente el agua caliente (si lo preferimos frío habrá que incursionar en su versión llamada Tereré). En esto hay una sensación parecida a la manipulación del tabaco (yerba) y al acto de fumar (bombilla). Se podrá beber durante un período prolongado tal como se lo hace en las «reuniones para beber» (drinking sessions) individuales o grupales, o bien suele saciar la pulsión por la comida chatarra o previa a la mala ingesta de azúcares, cuando las otras infusiones no nos detendrán, sino que nos llevarán seductoras a aquello. Con esto digo que habrá que probar si cuando uno está con «ansias y ganas» de tabaco, alcohol o azúcares, si no se logra calmar ese impulso, un paso previo a erradicarlo, con esta yerba buena.

Una otra cuestión, que no es menor, es que el mismo pocillo y la misma bombilla serán utilizados para el consumo propio o compartido. Es decir, que cuando se toma el mate se compartirán dichos elementos. Una persona será la encargada de preparar y cebar la infusión y así mantenerla viva mientras irá saltando de mano en mano para que todos tengan su dosis en la ronda. Este modo de experimentación acerca mucho a la gente y crea esa hermandad casi a los besos.

En esta ceremonia no se dice «gracias» cuando nos lo ofrecen, sino que se agradece cuando no se quiere más, y al menos, uno habría que aceptar por sostener la cordialidad. En fin, gracias.