Todos tenemos una tendencia natural a buscar en el pasado, referencias para nuestro presente, desde la academia, hasta la búsqueda de lecciones del más común de los mortales, ni que hablar los políticos y los historiadores. No siempre buscamos bien.

Este siglo XXI, tiene tres similitudes con un siglo trágico y terrible de la historia universal y en especial europea, el siglo XIV.

Fue en esa centuria que se produjo la mayor epidemia, la peste más devastadora, la peste negra que mató a cientos de millones de seres humanos en Eurasia, fue el siglo de la guerra de los cien años y se produjo el cambio climático, «la pequeña edad de hielo», el enfriamiento del norte de Europa. Hasta ese tiempo en las islas británicas se plantaba como en el resto de Europa la vid y el olivo.

Eduardo III, rey de Inglaterra y pretendiente al trono de Francia, inició las hostilidades contra este último reino, dando inicio a la guerra de los Cien Años, una de las más duraderas de la historia de la humanidad.

En el resto de Europa seguirían los conflictos: en Castilla se produjo una guerra civil por el trono entre Pedro I de Castilla, apodado «el Cruel», y su hermanastro Enrique de Trastámara, a través de la cual, el conflicto que mantenían Inglaterra y Francia se trasladó a Castilla. Por otra parte, el Imperio otomano seguiría expandiéndose sobre todo a través de los Balcanes, aunque un Imperio bizantino ya muy reducido y golpeado resistirá todavía las acometidas otomanas.

En Asia, Tamerlán o Timur, estableció el Imperio timúrida, un territorio islámico importante en el Medio Oriente y Asia Central y el tercer mayor imperio de la historia que ha sido nunca establecido por un único vencedor, similar al Imperio mongol de su antecesor Gengis Kan. Los estudiosos estiman que las campañas militares de Timur causaron la muerte de 17 millones de personas, que representan aproximadamente el 5% de la población mundial en ese momento.

Los mongoles fueron expulsados de China y se retiraron a Mongolia, el Ilkanato se derrumbó, el kanato de Chagatai se disolvió y dividió en dos partes y la Horda de Oro perdió su posición como una gran potencia en Europa del Este.

En África, el rico Imperio de Malí, un líder mundial de producción de oro, alcanzó su apogeo territorial y económico bajo el reinado de Mansa Musa I de Malí, el individuo más rico de la época medieval, y según diversas fuentes de la historia.

Sería superficial elegir los elementos de la actualidad que muestran similitudes con aquel siglo trágico, aunque haya diferencias de tiempos y de otras circunstancias.

Pero la mayor diferencia es que el resurgimiento de la humanidad de esa etapa trágica se produjo a partir del «Quattrocento», es decir del Renacimiento del siglo XVI particularmente en Italia.

Se lo considera a partir de la explosión de las artes, pero tiene una profunda base ideológica, a partir de la reivindicación de la Antigüedad y la extinción del Medioevo y en ello tuvo una influencia fundamental el humanismo, a partir de la valoración del arte, del pensamiento greco-romano.

Ya se había iniciado a mediados-finales del siglo anterior, pero alcanzó su cenit en el siglo siguiente y tuvo como epicentro a Italia y más concretamente a la Florencia de los Médici y a Milán de los Scorza. Los grandes intelectuales y artistas no se proponían reproducir el mundo clásico sino superarlo con una nueva concepción del mundo, con el ser humano como el centro absoluto de la creación, el antropocentrismo. Lo más notorio de ese periodo maravilloso de la historia humana se plasmó en la pintura, la escultura, la arquitectura, pero también de la literatura y de la política con aportes como el de Nicoló Machiavelli.

El otro gran momento de la historia, el Iluminismo, sin el cual no puede entenderse ni valorarse la gran Revolución Francesa, tiene una directa relación con el Renacimiento, comparten el mismo núcleo de pensamiento, colocando al hombre como el centro del universo y en la referencia de todas las cosas, la Ilustración lo define a partir de una razón crítica y a través de ella define sus derechos frente al Estado para preservar su identidad e individualidad y sobre todo su creatividad dentro de la civilización.

«No hay nada más rastrero, más servil, más inepto y más bajo que la mayoría (de quienes buscan el favor del poder)». Erasmo, en sus «Adagios», del año 1500. Ha pasado medio milenio, estamos en el siglo XXI y lo que no aparece debajo de la peste, de las guerras, del cambio climático es ni el renacimiento, ni el iluminismo, al contrario, la creación superior del ser humano en estos tiempos parece ser las tecnologías, sobre todo de la información y en la cumbre la Inteligencia Artificial, es decir, en su extremo la capacidad de las máquinas de superar al hombre, de negar absolutamente esos momentos supremos de nuestras civilizaciones. Todas.

Sobre la IA se discute en términos legales, tecnológicos, económicos, productivos y literarios con sus variantes en el cine y la TV, pero que poco se discute de filosofía, de humanismo. Que pocos nos interrogamos hacia donde nos lleva y cómo influirá en nuestras vidas. Lo que es absolutamente seguro que está influyendo directamente en la muerte de cientos de miles de personas en las guerras, en el espionaje, en nuevas tecnologías que ponen desde los más diversos ángulos en discusión el papel del ser humano.

¿Debemos enfrentarla, frenarla, destruirla? Recetas todas ellas de la Edad Media. Solo aceptando que nosotros mismos hemos construido con nuestra ciencia, nuestra sensibilidad o contra ella, un conjunto de avances tecnológicos que crean enormes posibilidades, pero también nuevos y graves problemas, para nuestro nivel actual del trabajo, pero no solo, también del pensamiento crítico, de la relación entre la tecnología y la creación intelectual, artística que nos obligan a superar esos retos en base a la filosofía, a las ciencias sociales, a la política, a la acumulación cultural en el mejor sentido del concepto, podrá ser un impulso a nuestro avance, a nuestro desarrollo.

La gran diferencia con el siglo XIV, es la velocidad de los cambios y que no se avizora en absoluto un impulso hacia el renacimiento y menos hacia el iluminismo. Y no hay ningún determinismo que indique que lo lograremos.