Los conflictos etnoculturales y el incremento de la pobreza son algunas de las principales causas de desestabilización y violencia política en el mundo. ¿Cómo conciliar la diversidad de culturas y la unidad de los seres humanos? ¿Cómo es posible una sociedad justa y libre bajo las condiciones de profundos, cada vez más generalizados y en apariencia irresolubles, conflictos culturales?

Creada por Andrés Manuel López Obrador y Manuel Pérez Rocha, la UACM (Universidad Autónoma de la Ciudad de México), de la que es rectora la joven y prestigiada socióloga Tania Rodríguez, es una universidad singular. Haciendo honor a sus propósitos y objetivos originales en 2001 inició su proyecto instalándose en zonas y barrios de la CDMX a donde no llegaban instituciones de educación superior. Además de la formación académica e intelectual, y teniendo como objetivo central la atención directa de los estudiantes, se buscó desde un principio vincularla con las múltiples necesidades de una urbe colosal, descomunal, por su extensión y arraigados problemas tanto demográficos como de insuficiencia y calidad de los servicios públicos indispensables: seguridad, agua, comunicaciones y transportes, educación, cultura, etc.

En consonancia con su Ley de Autonomía y de la experiencia acumulada, desde la perspectiva de lo que denominamos «cultura urbana» hemos intentado el abordaje de su situación institucional; es decir, de diálogo intercultural entre clases, sectores y comunidades muy diversas, originarias y tradicionales, antiguas y modernas de la inmensa urbe y sus entornos más cercanos. Algunas de estas ideas han sido elaboradas y sintetizadas de la siguiente manera:

Primero, estamos frente a un proceso cultural muy profundo, en el que una arraigada cultura machista y xenófoba alcanza la dimensión de una avalancha con fuertes acentos propios del todavía vigente período neoliberal.

Segundo, esa expresión cultural no es fruto de la desinformación o ignorancia (lo cual sería desde luego discutible), ya que se cuenta con altos índices de educación formal, un poderoso sistema público-privado de ciencia y tecnología, de investigación y de universidades.

Tercero, ahora se muestran con mayor claridad los límites de la tesis de que la escuela «civiliza». Aprender a ser humano, social, tolerante, respetuoso y solidario es lo que a los nuevos modelos educativos pragmáticos en boga no le interesa y lo que tanto hace falta.

Cuarto, entre las muy diversas raíces culturales de los distintos grupos sociales, hay una parte de la omnipresente cultura estadounidense que es sumamente agresiva y belicosa, que aún se rige por nociones de destino manifiesto y de supremacismo sobre otros pueblos.

Por ello, para enfrentar lo que viene debemos pugnar por una educación crítica de fondo y por fortalecer instrumentos tangibles que sepan combinar la información, los conocimientos y la intercomunicación variada y diversa.

Recordamos ahora que, si bien son dos caras de la misma moneda, cultura es educación y educación es cultura. ¿Cómo afecta en este ámbito, a nosotros y a prácticamente todo el mundo, la llegada y los nuevos asedios al poder electoral de la ultraderecha norteamericana y el avance de los núcleos más conservadores en distintos países? Una derecha nazi —según Adolfo Gilly— seguramente más radical y agresiva que las de Reagan y Bush.

El giro descolonizador

Estamos transitando, sin duda, como bien señala Enrique Dussel, de una presunta posmodernidad a una transmodernidad; es decir, de la enajenación ideológica de un largo colonialismo eurocéntrico a un giro descolonizador que significa una visión propia, plural y una auténtica filosofía de la liberación.

Parte del pensamiento colonizador consiste en suponer que los conceptos y valores de otros pueden tener el mismo sentido para nosotros, sin considerar que su origen y su razón de ser, en el caso de los colonizadores, obedece a propósitos y necesidades distintas a las de los colonizados.

Quienes aceptan o incluso buscan la sumisión y la dependencia, a cambio de ciertos privilegios y seguridades, con escasa conciencia histórica o con claro cinismo, actúan con mentalidad colonizada. Son gente que no cree en valores como la dignidad, la libertad, la igualdad. En todo caso, si esos bienes, de manera subordinada y en alguna medida les son otorgados o reconocidos, eso es suficiente para ellos. Son las oligarquías que ejercen el colonialismo interno con sus esferas de influencia.

Bajo esta óptica, de diálogos interculturales entre comunidades de enormes conglomerados urbanos y rurales ¿qué valores encarnan en una democracia burguesa, sea metropolitana o periférica?

El temor y la ambición, que suelen ir juntos, son algunas de las peores miserias de espíritu. Han sido uno de los motores que han puesto en marcha las acciones de conquista y la construcción de imperios.

Las estrategias proimperialistas ponen a prueba el reconocimiento de la propia fuerza. Pueden originarse incluso en el rechazo de presuntas agresiones y defensa de intereses nacionales y de fronteras (p. ej. identificar migración con delincuencia, como hace Trump). Pero una vez puestas en marcha, desatan el ímpetu avasallador de imponer y someter, de destruir, de conquistar, con toda su crudeza y crueldad, a quien se identifica como un enemigo al que se ve más débil, vulnerable o menor Y entonces ¿qué o quién puede detenerlos?

En tiempos no tan remotos eso fue lo que llevó a los romanos, a los españoles, italianos, ingleses, franceses, alemanes y norteamericanos, embriagados con la ilusión de poder, a convertirse en bandas guerreras y en élites narcisistas y masas enajenadas para quienes el sufrimiento y la sangre de otros se convierte en tributo «natural» y obligado del «débil» hacia el «fuerte».

En las Memorias de Adriano, p. ej., tan abundantes en reflexiones sobre la «naturaleza» del poder, la belga Yourcenar apenas roza los aspectos éticos o metafísicos de la constitución y el ejercicio del poder imperial. Esos romanos, que emularon siempre pero poco o nada comprendieron el espíritu de los griegos (también imperialistas), se quedaron solo con los signos exteriores, con la liturgia, con la pompa y circunstancia, con los huecos discursos y la barbarie del poder (Lex romana y Pax romana). Algo parecido a lo que hicieron luego Inglaterra y EE. UU.

Todos esos acontecimientos «triunfales» de la historia —que hay que revisar a contrapelo, de abajo hacia arriba, como dice Walter Benjamin— parecen ajenos casi por completo a los sentimientos y al dolor de los otros, de los «enemigos», de los vencidos por ideas y acciones de la más pura barbarie y de la más cabal injusticia.

Teoría y práctica

Permítasenos entonces, ante la circunstancia grave de los nuevos intentos de asalto al poder de las derechas ultraconservadoras en EE. UU., en España, en Hungría, en México y en otras partes del mundo, proponer algunos puntos de reflexión sobre el Diálogo de Culturas en un espacio tan heterogéneo como es la megalópolis de la Ciudad de México (y que desde luego encuentran correspondencias en muchas otras sociedades), en el que interactúan etnias originarias, clases y sectores sociales integrados por jóvenes, mujeres, adultos, de barrios, colonias, pueblos y comunidades diversos en una extraordinaria mezcla y combinación de expresiones culturales, artísticas y de saberes ancestrales, tradicionales y modernos, clásicos y populares, occidentales y mesoamericanos. Hablamos del «México profundo» y del «México imaginario», sobre los que escribió Guillermo Bonfil Batalla.

Se trata de reconocer y hacer valer hoy desde los ámbitos de la cultura y con perspectiva de género, como parte de nuestras tareas universitarias de difusión y extensión, ante las crudas manifestaciones de racismo y discriminación que vuelven a estar en boga, los datos duros y más actuales de las ciencias biológicas y antropológicas.

Entre otras, las investigaciones del Proyecto Genoma Humano han descubierto que los seres humanos son muy semejantes entre sí y tienen extraordinarios paralelismos con el resto de los organismos vivos. El genoma dirige el desarrollo natural de las especies vivas, desde el óvulo hasta la muerte. El cuerpo humano tiene aproximadamente 100 billones de células, cada una contiene dos series completas del genoma, con sus 23 pares de cromosomas. Cada cromosoma está constituido por un par de larguísimas moléculas de ADN, una doble hélice con los genes. Una serie procede del padre y otra de la madre.

Pues bien, de los 3 mil 120 millones de datos que componen el «Libro de la vida», los científicos han encontrado que el 99.8 % son idénticos para todos los seres humanos. El investigador Craig Venter —de la compañía Celera Genomics— utilizó este dato para denunciar la estupidez de los intentos de discriminar a las personas por su «raza», su etnia o su sexo: «El criterio de raza no tiene bases científicas. En los cinco genomas que hemos descifrado no hay modo de diferenciar una etnia de otra», afirma Venter.

No es pues la naturaleza, sino los prejuicios, las costumbres, la lengua, la cultura, el miedo o el odio, lo que nos separa.

No hay nada natural en las naciones y las diferencias a las que apelan los nacionalistas; solo aparecen como significativas en determinados contextos sociales, cuando no son deliberadamente manipuladas o inventadas (Manuel Toscano).

El nacionalismo halaga nuestros instintos tribales, nuestras pasiones y prejuicios, y nuestro nostálgico deseo de vernos liberados de la tensión de la responsabilidad individual que se procura reemplazar por la responsabilidad colectiva o de grupo (Karl Popper).

El incremento de la pobreza y los conflictos etnoculturales son algunas de las principales causas de desestabilización y violencia política en el mundo. ¿Cómo conciliar la diversidad de culturas y la unidad de los seres humanos? ¿Cómo es posible una sociedad justa y libre bajo las condiciones de profundos, cada vez más generalizados y en apariencia irresolubles, conflictos culturales?

Planteado desde una voluntad ética y política de integración el diálogo intercultural —según José Rubio Carracedo— es preferible al concepto de sociedad pluricultural o multicultural, que puede servir de coartada para una ideología del ghetto y de la exclusión. Así, ciertos ideólogos ultraderechistas o xenófobos pueden reconocer que respetan las otras culturas, siempre y cuando los otros se queden en su contexto, en su nicho cultural, en sus miserables y empobrecidos países de América, África o Asia.

El respeto y el reconocimiento mutuo es solo un primer paso para la fase de intercambio e intercomunicación, que conduce directamente a la auténtica meta del diálogo intercultural. La solución no es el mosaico plurinacional, sino el pluralismo sociocultural.

En la escala que nos es propia, y en espacios a nuestro alcance, pensamos que en una universidad con proyección científica, humanística, crítica y de eminente vocación social como es la UACM, el cuidado de los niveles académicos y de investigación debe hacerse extensivo a las tareas de difusión cultural y extensión universitaria. Pensamos no solo en las expresiones más clásicas y tradicionales de las bellas artes (música, teatro, danza, artes plásticas, literatura), que desde luego hay que seguir impulsando, sino también en la divulgación científica y en el análisis crítico y el debate abierto de los fenómenos interculturales y de las ideologías de nuestro tiempo (conferencias, debates, seminarios, talleres, diplomados, diálogos abiertos en espacios públicos).

Universidad y ciudad

Acorde con el propósito de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, de formar integralmente a los estudiantes con un espíritu crítico y plural que les permita tener una amplia visión de la sociedad actual, la difusión cultural y la extensión universitaria tienen como tarea primordial ofrecer a la comunidad académica y a la población en general actividades culturales y formativas que den cuenta de las más diversas manifestaciones en la educación, el arte, la ciencia y la cultura en general, fomentando valores de respeto, pluralidad y reconocimiento de nuestras identidades.

En este sentido, una universidad pública como la nuestra tiene un importante lugar como espacio independiente y autónomo que por su naturaleza debe incentivar la creación y educación artística, propiciar espacios de formación y encuentro de la comunidad universitaria y el entorno social con los creadores, pensadores y promotores, tanto académicos como autodidactas que fomenten el disfrute de las mejores expresiones de las ciencias y de las artes.

Desde las primeras versiones del proyecto de Ley de Autonomía de la UACM, como en muchas otras leyes universitarias, se hace una referencia constante y frecuente a las actividades culturales, de manera muy similar a las que se hacen respecto a la educación y la investigación. Sin embargo, pronto se echa de ver que, para propósitos organizativos, presupuestales, de estatus laboral y de representación en órganos de gobierno, la cultura queda con frecuencia por debajo de los otros dos fines de la universidad (educar e investigar); es decir, en una situación de complementariedad e incluso de marginalidad acentuadas. Todo ello a pesar de que las esferas de la actividad académica relativas a la difusión, la extensión, las publicaciones y la información constituyen no solo partes esenciales del quehacer universitario, sino que son algunas de sus dimensiones o caras más visibles para identificar a la universidad ante la sociedad en general.

Evaluación crítica y autocrítica

Mirando no solo al interior sino al exterior del ámbito universitario, después de dos décadas de labores académicas, culturales y administrativas de la UACM, pareciera ser útil y conveniente evaluar y diagnosticar de manera adecuada la actividad cultural (difusión, extensión, publicaciones e información), así como los avances y retos de las políticas y experiencias que dan sentido y permiten ubicar cualquier propuesta relacionada con esta parte sustancial de la vida universitaria. Para ello nos parece que se hace necesario diseñar una metodología que, entre otros elementos, considere:

  • Una revisión de la normatividad y una definición clara de la difusión cultural y de la extensión universitaria.
  • Una evaluación, calificada y plural, integrada por conocedores del tema de dentro y, en cada caso, de fuera de la universidad.
  • Una consulta sobre los servicios culturales con formatos y encuestas apropiados, entre estudiantes, profesores y pobladores de las comunidades aledañas.
  • Un debate abierto a la crítica y la autocrítica sobre las condiciones, los recursos y el personal dedicados a la difusión y a la extensión.
  • Un diagnóstico y un pronóstico; es decir, un informe y una propuesta cultural operativa, ampliamente consultada y consensuada, para ser discutida y en su caso aprobada por el Consejo Universitario.
  • Un diálogo intercultural que integre a la universidad con su entorno comunitario de pueblos originarios, barrios populares y gremios artísticos e intelectuales.

De lo que se trata, en última instancia, es de que a partir de una estructura organizativa mínima y eficiente se pueda brindar a estudiantes, profesores y trabajadores, y a las diversas comunidades de la ciudad, en las distintas áreas urbanas donde operan unidades académicas y culturales, las expresiones y oportunidades formativas que ofrecen las ciencias y las humanidades, las artes y el patrimonio cultural. Todo ello en el espíritu innovador, abierto y socialmente orientado de la UACM, que se sintetiza en un lema que implica ya por sí mismo un diálogo intercultural: «Nada humano me es ajeno».