La reciente «Marcha de la Justicia» o rebelión que realizó el Grupo Wagner en Rusia empezando en la ciudad de Rostov-on-Don y que los llevó a estar a sólo 200 kilómetros de Moscú vuelve a poner sobre la mesa la evaluación del papel de las tropas y los soldados mercenarios en las guerras convencionales.

Es cierto que su líder y dueño Yevgeny Prigozhin ha aclarado que su operación militar no fue un golpe de estado y que jamás se propuso sacar del poder al mandatario Vladimir Putin, aunque en el Ministerio de Defensa ruso jamás confiaron en sus movimientos a lo largo de la carretera que conduce a la capital Moscú. Según otras versiones el levantamiento se proponía capturar y destronar a Sergei Shoigu, ministro de Defensa, quien había ordenado atacar campamentos de los mercenarios.

Las jornadas que concentraron la atención del mundo y generaron expresiones de apoyo y simpatía en el pueblo ruso dejaron la sensación de que el poder político de Putin ya no es tan omnipotente y empieza a reflejar algunas grietas y debilidades. Hasta el general Serguei Surovikin parece estar implicado en la rebelión.

Finalmente, Putin ha solicitado la intervención del mandatario de Bielorrusia, su amigo, Alexander Lukashenko y este se ha acercado con éxito al jefe del Grupo mercenario Wagner hasta alcanzar un acuerdo satisfactorio para las partes, por lo menos por el momento.

Prigozhin pasó a exiliarse con parte de sus tropas más leales en territorio de Bielorrusia y Putin anunció el levantamiento de toda acusación penal sobre los rebeldes, aunque unas pocas horas antes les había acusado de traidores a la patria y de haberle clavado a Rusia un puñal por la espalda. Un desenlace inesperado y aparentemente como de ciencia-ficción en una realidad rusa en la que la más ínfima manifestación de disidencia o crítica contra el poder establecido recibe las más severas e implacables respuestas. Pero esta vez ni siquiera se va a aplicar la ley contra las tropas de élite del ya célebre Grupo Wagner.

Lo que no está claro es si se trata del fin de la historia o apenas de alguno de sus capítulos de esta sucesión de rivalidades y desencuentros entre el Ministerio de Defensa, el ejército ruso y las tropas mercenarias de élite del Grupo Wagner. Por el momento permanece en su puesto el ministro de Defensa Shoigu y el jefe del Estado Mayor, pero cabe preguntarse ¿hasta cuándo?

Prigozhin queda en el exilio bielorruso, pero se ha convertido en una figura cada vez más admirada en el seno de Rusia y toda una figura mundial de una talla cercana a la de Putin.

Desde luego no faltan quienes anuncian y pronostican que en su momento Putin va a tomar venganza y sacará completamente de circulación al líder de los mercenarios. Pero ese no es el único desenlace posible: puede haber otros.

Ante tales acontecimientos es interesante reabrir las páginas de El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, especialmente en el capítulo XII titulado: «De las diferentes clases de tropa y de los soldados mercenarios».

Allí el célebre politólogo florentino alerta al príncipe (en nuestro caso alerta a Putin) de la utilización de tropas mercenarias que son (dice) inútiles y peligrosas:

El que apoya su estado sobre ejércitos mercenarios jamás se sentirá nunca firme ni seguro, porque tales tropas carecen de unidad, son ambiciosas, indisciplinadas y desleales, fanfarronas en presencia del amigo y cobardes ante el adversario…

La causa de ello estriba en que tales tropas carecen de otro incentivo en el campo de batalla que su escaso sueldo, insuficiente para que deseen morir por ti.

Y continúa Maquiavelo: «la ruina actual de Italia obedece al hecho de haber encomendado su defensa durante muchos años a tropas mercenarias».

El gran estratega florentino agrega:

Los capitanes mercenarios o son hombres excelentes o no. Si lo son, no cabe confiar en ellos porque aspiran a su engrandecimiento personal ya sea oprimiéndote a ti mismo —su propio patrón— ya sea oprimiendo a otros en contra de tus propósitos. Pero si dista de ser excelente, lo normal es que te causen la ruina.

Y concluye Maquiavelo:

La experiencia enseña que solo los príncipes y las repúblicas con ejércitos propios logran progresos dignos de elogio, mientras las tropas mercenarias originan daños de continuo. Por otro lado, resulta más difícil que caiga bajo el poder de uno de sus ciudadanos una república armada con ejércitos propios que otra apoyada en ejércitos mercenarios.

Libres y con ejércitos propios permanecieron muchos siglos Roma y Esparta. Y los suizos, que gozan de amplia libertad, no pueden estar mejor armados. Como ejemplo de ejércitos mercenarios en la antigüedad podemos aducir el de los cartagineses que, una vez concluida la primera guerra contra los romanos, a punto estuvieron de verse a merced de sus propios soldados mercenarios…

Parafraseando a Nicolás Maquiavelo, si el mandatario supremo Vladimir Putin apoya su estado sobre ejércitos mercenarios jamás se sentirá nunca firme ni seguro porque tales tropas son indisciplinadas, ambiciosas y desleales y así como pueden estar realizando campaña en territorio ucraniano tratando de acercarse a Kiev, de pronto pueden entrar en conflictos con el ejército oficial ruso y empezar sus marchas por los territorios y carreteras de Rusia avanzando amenazadoramente hasta las cercanías de Moscú.

Sobre todo, porque en este caso el capitán o líder de los mercenarios es excelente y eficaz en el campo militar y eventualmente puede derrocar al ministro de Defensa ruso y hasta el mismísimo hombre fuerte del Kremlin.

Aunque un poco tarde, el mandatario supremo de las Rusias ha aquilatado las amenazas representadas por las tropas mercenarias de élite del Grupo Wagner y empieza a reubicarlas en Bielorrusia, en los campamentos de Ucrania y hasta probablemente en África. A su vez, está obligando al Grupo Wagner a la entrega de equipo militar pesado al ejército regular ruso.

Ha recibido unas impresionantes señales de alerta en el sentido de que el Grupo mercenario Wagner con Prigozhin al frente estuvo a sólo 200 kilómetros de Moscú, la capital de la Federación de Rusia y lo pudieron destronar.

Los recientes acontecimientos militares en Rusia nos recuerdan por lo menos dos cosas: los riesgos advertidos por Maquiavelo de utilizar tropas mercenarias en la defensa de un estado y la naturaleza finita del poder del príncipe, por más omnipotente que parezca.

Concluyo con las palabras de Maquiavelo:

Los príncipes prudentes, por tanto, han rehuido por siempre estas tropas y recurrido a las propias, pues prefieren perder con las suyas a vencer con las de otros y sin considerar verdaderas victorias aquellas logradas con armas ajenas.

Y agrego otro pensamiento del politólogo florentino: «Nada es tan débil e inestable como la fama de un poder que no se sustenta en su propia fuerza».

Tal parece que el príncipe Vladimir Putin ya entendió las lecciones ofrecidas en las páginas del fundador de las ciencias políticas modernas: Nicolás Maquiavelo.

Nota

Maquiavelo, N. (2014). El Príncipe. Madrid, España: Edimat Libros, S.A. pp. 55-59, 62 y 64.