El pasado 30 de abril el presidente Luis Inácio da Silva, Lula, logró reunir a 11 de los 12 jefes de Estado que conforman América del Sur. La única ausencia fue de la presidenta del Perú, Dina Boluarte, impedida de asistir debido a la crisis política de su país. La última vez que se habían reunido los presidentes suramericanos fue en 2014 en Quito, Ecuador, en la reunión regular de UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas) la instancia que agrupaba a la totalidad de los países, pero donde asistieron solo siete mandatarios en aquella oportunidad. Ello anunciaba el principio del fin del organismo que quedó reducido a solo cinco países: Bolivia, Guyana, Surinam y Venezuela, por el retiro o suspensión de su participación de los demás en el foro. El motivo central fue el principio de la unanimidad, o consenso, establecido en el tratado para aprobar los acuerdos, entre otros, la designación del secretario general. Ello no ocurrió y las negociaciones se extendieron sin llegar a un resultado aceptable para todos. Así comenzó a languidecer el organismo al mismo tiempo que cambiaban de color los gobiernos en la región, es decir de una mayoría de izquierda a una de derecha, lo que condujo a que siete países dejaran de participar en UNASUR.

Sin duda que el reciente encuentro en Brasilia es un éxito mayor de la diplomacia brasileña y del presidente Lula en particular, debido al rompimiento ocurrido en UNASUR y que por razones ideológicas distanció a los países. Ello dejó a la región sin una instancia de coordinación política, lo que quedó de manifiesto de manera dramática con la pandemia de coronavirus que golpeó al planeta y fuertemente a algunos países latinoamericanos. Ahí no hubo coordinación ni acuerdos para enfrentar de manera conjunta la compra de vacunas, las restricciones sanitarias, las medidas fronterizas y muchas otras que podrían haber servido para mostrar unidad y sintonía ante una emergencia humanitaria.

UNASUR nació en 2008 producto de la llamada «marea rosa» que caracterizó a la región con gobiernos de izquierda en la mayoría de los países, bajo la promesa de que «ahora si» se haría realidad el sueño de la «patria grande» con la que hace 200 años soñaron los padres fundadores de la independencia suramericana. Nada de ello ocurrió y, por el contrario, el mecanismo establecido para aprobar los nombramientos terminó siendo el gran freno que llevó al organismo a su casi desaparición. UNASUR es una creación brasilera producto de la visión de los encargados de planificar la política exterior en base a los objetivos e intereses de largo plazo del gigante suramericano. Con algo más de 8,5 millones de kilómetros cuadrados, es decir, más de 13 veces la superficie de Francia, junto a 215 millones de habitantes, que lo hace el séptimo país más poblado del planeta, es también una de las 10 mayores economías del mundo. Esa son parte de sus credenciales con las que se siente llamado a ser la voz principal de América Latina. Además, su proyección apunta a la vieja aspiración carioca de ganar un asiento en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y con un subcontinente unido, que hable con una sola voz, las posibilidades de Brasil para lograr su objetivo de política exterior tienen mejores posibilidades de cumplirse.

La reunión en Brasilia no estuvo exenta de controversias por la invitación al presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, quien es repudiado por varios de los países asistentes, que consideran que no se respetan los derechos humanos y mantienen fuerte críticas al sistema político por las serias limitaciones a la democracia que rigen en ese país. Las palabras afectuosas del presidente Lula ante todos los mandatarios fueron: «Nicolás Maduro sabe muy bien la narrativa que han construido contra Venezuela. Ustedes saben la narrativa que han construido sobre el autoritarismo y la antidemocracia». Las reacciones a esta palabras no se hicieron esperar y vinieron de un jefe de Estado de derecha, Luis Lacalle, de Uruguay, quien expresó «no se puede tapar el sol con un dedo» y más fuerte aún del presidente de izquierda chileno Gabriel, Boric, quien señaló: «no es una construcción narrativa, es una realidad, es seria, y he tenido oportunidad de verla en los ojos y en el dolor de ciento de miles de venezolanos que están en nuestra patria y que exigen una posición firme y clara respecto a que los derechos humanos deben ser respetados siempre».

Las palabras de ambos mandatarios fueron una píldora amarga para el dueño de casa, el presidente Lula, quien además debió enfrentar la fuerte crítica de la oposición derechista de su país por recibir al presidente Maduro. Además, le cobran por su posición respecto a la guerra entre Rusia y Ucrania, donde se ha abstenido de condenar la agresión de Moscú. Si bien en la reunión de los mandatarios no se habló de recuperar UNASUR, al cual ya se reincorporaron Brasil y Argentina, la reanimación del organismo exigirá una fina estrategia diplomática para superar las dificultades levantadas por los sectores conservadores de la región. En todo caso, nadie parece dudar de la importancia de volver a tener una instancia de diálogo político donde se pueden discutir democráticamente los problemas que afectan a América del Sur, subcontinente donde se hablan cientos de lenguas indígenas y además cuatro oficiales como son el portugués, el español, el inglés y el neerlandés.

Hay una extensa agenda de temas en espera de la voluntad política para enfrentarlos con decisión. Los más urgentes son la lucha al narcotráfico, la delincuencia, la inmigración que si bien son temas de política interna hoy se han convertido en problemas trasnacionales. A ellos se suman los efectos del cambio climático, la conservación medioambiental, la falta de conectividad, un proceso real de integración económica, la desnutrición y hambre que golpean algunas regiones, la pobreza y falta de un proyecto de desarrollo que potencie las riquezas naturales con que cuenta el subcontinente, así como el tremendo potencial humano. Por ello se hace urgente revivir UNASUR o una instancia similar que, con nuevas reglas, pueda ser una verdadera casa común, independientemente de los cambios de color de los gobiernos democráticos que se sucedan en América del Sur.