Desechar las etiquetas que a lo largo de mi vida he colocado en otras personas y en mí misma, es una de las prácticas conscientes con las que me encuentro comprometida hoy día.

No hace mucho tiempo, me percaté de que, de manera automática, los seres humanos tendemos a juzgarlo todo. A partir de la opinión que nos creamos —casi siempre a priori— de algo o alguien; y basándonos en la propia realidad, seguimos con la tarea de colocar etiquetas calificativas: bueno o malo, bonito o feo, reflexivo o superficial, por mencionar solo algunos ejemplos de la manera simplista en que valoramos nuestras experiencias diarias; o peor aún, a las personas que se cruzan en nuestro camino, o a nosotros mismos. En otras palabras: creemos que poseemos la verdad, y es ahí en donde la vida se nos complica.

Es probable que más de una persona tenga en mente a alguien de su círculo de amigos, algún miembro de su familia, o un conocido que considera intolerante y terco —y por tanto fácil de catalogar en el grupo de los que se creen dueños de la verdad—; pero la realidad es que en el fondo todas las personas —aún en pequeña medida—, caemos en ese patrón de juzgar y valorar desde nuestra limitada percepción, aunque sea solo en nuestra mente. ¿Y qué con eso? Que los juicios y las etiquetas que colocamos nos alejan de la verdad y de tener experiencias más libres y fluidas; tanto con las otras personas, como con nosotros mismos y con la vida.

Así lo plantea Foundation for Inner Peace (1976/1992), en el libro de Un Curso de Milagros (UCDM):

Los juicios se inventaron para usarse como un arma contra la verdad. Separan aquello contra lo que se utilizan y hacen que se vea como si fuese algo aparte y separado. Luego hacen de ello lo que tú quieres que sea. Juzgan lo que no pueden comprender, ya que no pueden ver la totalidad y, por lo tanto, juzgan falsamente (UCDM, Lección 311, Libro de ejercicios).

Y lo realmente complicado es que, precisamente cuando juzgamos algo, damos por sentado que nuestro juicio es cierto, sin dar ni siquiera cabida a otras posibilidades. Eso no solo nos lleva a errores, sino también a experimentar la vida de una forma mucho más limitada, por las etiquetas que cargamos.

Ser consciente de que nuestra realidad o verdad es solo una de los millones de realidades o verdades que conviven en el mundo, es una de las mejores cosas que nos pueden suceder ya que, desde esa posición, al observar cualquier situación o persona, no sentiremos la necesidad de juzgar y etiquetar.

De aquí que, dejar de percibirse como una persona que posee la verdad lo cambia todo. Esta claridad inmediatamente le quita alimento al ego; que constantemente intenta reforzarnos la idea contraria y nos hace caer en conflictos innecesarios, para demostrar que tenemos la razón.

Desde ese entendimiento, ya no hay necesidad de convencer, de imponer el criterio, de controlar, o de buscar aprobación para no ser juzgado, por tanto, juzgar se vuelve innecesario también. En consecuencia: la fluidez, la tolerancia, y el respeto, serán los valores que guiarán nuestras experiencias y relaciones.

Dejar de juzgarlo todo y liberarse de etiquetas —para no limitarse por ideas preconcebidas o simplificadas— es el paso necesario cuando se decide empezar a vivir en apertura a las posibilidades infinitas que ofrece la vida, y es mi invitación con el artículo de hoy.

Nota

Foundation for Inner Peace. (1992). Un curso de milagros. (R. M., González y F., Gómez, trad. Trabajo original publicado en 1976).