La dimensión del universo, las especies de la flora y la fauna, así como los seres humanos, son indicativos de las diferencias y particularidades que hacen de cada elemento algo único y exclusivo.

Cuando entendemos que las mismas estrellas tienen aspectos de hipergigantes, otras menos o más luminosas, enanas, hasta subenanas, nos asombra no solo su aspecto sino sus funciones y nos hacen pensar que cada luminosidad tiene el derecho de brillar distinto.

Si estudiamos la fauna, vemos lo dimensional, desde una jirafa, hasta un microorganismo. Aún dentro de estos últimos, encontramos diferencias como las arqueas, bacterias o algas y los protozoarios. Y en cada subgrupo hay más y más multiplicidades.

Si nos adentramos en la flora, podemos ver la gran variedad de orquídeas con colores, tamaños y desarrolladas en ambientes climáticos bastantes distintos. También, podemos determinar a los árboles y sus hábitats, según clima, altitud y suelos. Allí está lo hermoso y lo que produce asombro.

Si tomamos en cuenta el término diverso como aquello formado por elementos de la misma naturaleza, pero con características diferentes, nos resume el concepto de humano. Todos estamos compuestos por un mismo diseño de estructura ósea, órganos en el mismo lugar, células, cerebro capaz de asumir múltiples decisiones y acciones; nos asombra esa posibilidad de igualdad y diferencia que somos todos dentro de esta burbuja de mundo.

Podría decir:

Alumbre somos desde que se nace,
con la sangre espejo de los que latimos,
con la blancura de un hueso que nos mueve ligero entre la bruma,
todo esto que somos y no somos en la quietud de la comparación,
respirar y dejar de hacerlo siendo huella gravitacional
de un pasado-presente sin conciencia a veces, de nuestra mortalidad.

En nuestra sociedad pensante, se nos quiere encerrar en una cápsula de normas tan generales que matan, muchas veces, nuestro ser diferente. Cierto que se ha luchado históricamente por la igualdad de derechos; todos merecemos ser tratados con igualdad de condiciones, pero con la diferencia y la unicidad de los que somos.

Cuando convivimos con otros, existe la tendencia que aquellos que piensan distinto, actúan mental y físicamente diferente, son etiquetados, inadaptados, humillados, apartados y sus derechos oprimidos e invisibilizados.

Cuando era niña, muchas veces, me sentí diferente. Y eso, me empujó a aislarme. A ser expuesta como extraña porque me vestía distinta y porque el mundo lo dictaba o interpretaba de otra forma. Y por ello, sé que muchos niños en las escuelas o dentro de sus núcleos familiares, son etiquetados, vistos y analizados como diferentes como si fuese una enfermedad.

Grandes organizaciones mundiales promueven la igualdad para todos como masificación y ciertamente, sin una visión de individualidad. Me pregunto constantemente si todas las manifestaciones por el reconocimiento de la individualidad son por esa estrecha y carente forma de mirarnos y por ello, las reacciones más que asertivas, o empáticas se vuelven en ocasiones como causas o denominadas como «luchas».

Y las luchas suenan negativas porque la historia nos demuestra que por no ser respetadas esas diferencias surgieron las guerras, las leyes frontales, los afrontamientos territoriales o nacionalistas, el racismo, las ideologías carentes de empatía y cordura, la sexualidad controlada.

Como docente y estudiante que soy, puedo percibir que, dentro de una clase, cada niño es característico y guarda una excepcionalidad con genéticas, patrones familiares y sociales que lo hacen irrepetible. Y así es como podemos llegar hasta su propio ritmo de aprendizaje y lograr los objetivos educativos que tanto deseamos como sociedad y, por ende, un mundo más equilibrado y respetuoso.

Por otro lado, no podemos ignorar el bullying, el acoso moral, la persecución, lo bufonesco que resulta de no respetar que pensamos y actuamos diferentes y que es un derecho humano, sin ser lastimados o excluidos. Allí es donde el mundo debe caminar, buscando hermandad, el bien común y un perdón histórico para avanzar a una dignificada sociedad donde todos los derechos humanos sean reconocibles.

La flor es flor,
única de aroma y pétalo,
tú y yo, raíces que se esparcen distinto dentro del ser,
tan igualdad por merecimiento,
tan diferencia por exclusividad.