No todos los acosos y las persecuciones tienen un final tan poético y mitológico como el de Apolo y Dafne, en que el acosador es burlado, ya que su víctima implorando a los dioses es convertida en un frondoso árbol de laurel, para así, salvarse de la violación.

Esta historia mitológica de asedio y derribo, la vemos representada día a día en las noticias, pero con un final más dramático.

Mujeres víctimas del ataque y la destrucción por sus parejas o depredadores a las que el viento de la desgracia conduce a un camino de soledad y muerte. Mujeres a las que una ráfaga de violencia las conduce a un abismo sin retorno. Es terrible saber que las víctimas han estado ligadas a sus ejecutores por relaciones de afectividad y que sean sus parejas los que ejercen esa crueldad brutal, que en muchas ocasiones desemboca en la muerte.

No hace falta llegar a esos extremos, pero muchas veces, el acoso de hombres sin escrúpulos hace que la mujer acosada ponga en grave riesgo su salud y su vida, al ser rebajada en su dignidad de ser humano. Estos casos los vemos cuando a mujeres de otros países, las engañan con argucias, prometiéndolas un trabajo digno, que luego es falso, para después meterlas en la prostitución.

También en las redes sociales se están produciendo estos hechos despreciables. Así, estamos viendo como niñas y adolescentes son engañadas y sometidas a abusos, en contra de su voluntad y sin su consentimiento, por hombres que no tienen conciencia y sólo buscan placer o dinero.

Las mujeres, ya desde su infancia, pueden estar abocadas a sufrir discriminación por influencias estructurales de poder entre ellas y los hombres, existentes en variados niveles a lo largo de todas las comunidades del mundo. Han tenido que pasar muchos años para que las leyes reconozcan los derechos de las mujeres y las protejan de una manera más efectiva.

Entre las medidas más importantes que se deben emplear para prevenir la violencia y la discriminación contra las mujeres, es la educación de niños y niñas en valores de igualdad y respeto.

Es dramático constatar como la violencia de género ha existido en todas las épocas. Si nos remontamos a la Antigüedad Clásica, ya descubrimos como la violencia ejercida contra la mujer, está presente hasta en la mitología y afecta a todas las clases sociales y es tan antigua como la humanidad misma. Es representativo como hasta el dios Apolo persiguió sin descanso a la ninfa Dafne queriendo apoderarse de su virginidad y ésta tuvo que llegar al sacrificio de su propia vida para preservar su virtud.

En el libro de las Metamorfosis del poeta Ovidio en el Siglo VIII.

Se narra la historia de Apolo y Dafne:

El dios Apolo era distinguido por su gran belleza y por ser un gran cazador.

Sucedió que un día persiguiendo a una serpiente que se había refugiado en el templo de Delfos, le dio muerte con sus flechas en ese lugar sagrado, lo que desató la furia de los dioses por haber profanado el templo. También se atrevió a insultar al dios Eros por llevar arco y flecha siendo un niño, por lo que este, disparó una flecha que inoculó a Apolo de un amor irrefrenable hacia la ninfa Dafne, y a esta, una flecha de odio contra Apolo. Era tal el deseo incontrolable que sentía por la ninfa que la persiguió por toda la tierra.

Dafne horrorizada y repudiando el amor de Apolo, pidió a su padre, el dios fluvial, que la convirtiera en laurel para que el loco enamorado no pudiera poseerla.

Esta historia trágica en la que destacan la presencia de la lujuria y los deseos incontrolados nos plantea el respeto que debemos tener hacia cualquier ser humano, por pequeño o humilde que nos parezca, es una lección de cómo el orgullo y la presunción siempre es derrotada, en este caso por Eros, el dios niño del amor.

Es también terrible el enfrentamiento de una lujuria desmedida, frente a la virtud. En esta historia vemos como Dafne el único modo que tiene de salvar su virginidad es renunciar a su vida y transformarse en laurel.

Así, cuenta la historia que cuanto más Apolo lloraba por no poder poseerla, sucedía que sus lágrimas actuaban como agua fructífera, que regaban la tierra, haciendo crecer las ramas en que los brazos y piernas de Dafne habían quedado transformados, hasta que toda ella quedó convertida en un frondoso laurel.

Apolo y Dafne

Pues veo que ya no puedes ser mi esposa, al menos serás un árbol consagrado a mi deidad. Mis cabellos, mi lira y mi aljaba se adornarán de laureles.

(Ovidio, Las Metamorfosis)

¡De los oteros de un profundo acantilado,
de los sueños más luminosos y bellos,
nacieron Apolo y Dafne!

Rodeados por los cometas
de un sueño hecho fulgor,
traspasando en su delirio
inmensas regiones donde
el candor habita,
surcando suavemente
ebrios mares de crispadas olas.
Llegaron a un campo cristalino
donde mueren los lirios más puros.

¡Apolo el bello perseguidor!
¿Quién alentó tu deseo,
quién avivó esa llama adormecida?
Tú, el dios de la belleza,
atrapado en la bella enredadera
de unos cabellos virginales y esquivos.
Seducido por la frialdad de Dafne.

¡Apolo, el dios de la música!
¿A dónde te llevó la suite para viola,
acaso al más profundo abismo
donde son coronadas
las cabezas de los héroes enamorados?

Dafne, la ninfa de los labios alados,
de la túnica volátil,
nacida del aire transparente,
arrojada por el viento a un vergel de luz,
lecho del amor más fugaz y esquivo.

¡Qué bella musa
impoluta y aurea!

Triunfó la virtud
sobre el deseo,
imploraste la ayuda de los dioses
y en laurel quedaste convertida.

En la primavera salvaje,
tus ramas regadas por las lágrimas de Apolo,
florecieron de amor,
pero ya era demasiado tarde.

¡Qué bello cazador cazado,
qué bella ninfa salpicada
por los cantos de los ruiseñores!