Últimamente, hemos estado leyendo reportes de la arqueóloga dominicana Kathleen Martínez, quien, desde el 2005, busca la tumba de Cleopatra (69 a. C.-30 a. C.). Martínez presume, basada en evidencias que ha recopilado, que la tumba de la famosa reina egipcia se encuentra asociada al templo de Osiris, en Taposiris Magna, en Egipto, donde el Nilo se une al Mediterráneo. Un complejo de túneles, a más de una decena de metros bajo tierra, parece ser la guía hasta la tumba en la cual podría aún descansar Cleopatra VII Thea Filopátor, última gobernante ptolemaica del Antiguo Egipto.

Visitando el Museo Británico en Londres, la sala que más me impresionó fue la egipcia. Sarcófagos y momias, incluyendo animales, artefactos diversos, y murales cubiertos de jeroglíficos, llenan este recinto. Allí pudimos admirar una momia que maravilla y sorprende, la de Cleopatra. ¡Ah! Pero no la mítica Cleopatra. Esta fue una joven de unos 17 años, hija de Candace, familiar de Cornelius Pollius, Arconte de Tebas bajo el emperador Trajano. El cuerpo está envuelto en vendas de lino finas, decorada con pinturas policromadas representando a diversas deidades, incluyendo a Isis (guía al más allá), Nephthys (protectora de los muertos) y Anubis (dios de los muertos). En la «mortaja», está pintado el rostro de la joven. Esta, en su ataúd elegantemente decorado, fue encontrada en la necrópolis de Sheikh Abd el-Qurna, el valle de los nobles, al oeste de Tebas, en Egipto.

Aunque las momias de faraones y nobles egipcios son mejor conocidas, las chinchorro, del norte de Chile, son las más antiguas, con más de siete mil años. En esos tiempos, afloramientos de aguas subterráneas permitían asentamientos humanos en la costa del desierto de Atacama, al sur de Perú y norte de Chile. Los chinchorros poblaron esa región. Esta cultura se diferenció de otras de la misma área por tener un avanzado conocimiento en la práctica de momificar a sus cadáveres, un elaborado culto a los muertos y amplios conocimientos de anatomía humana.

Entre los indígenas venezolanos, los yukpas (motilones o chaké), los atures, grupo wötjüja o wotiheh (piaroas), y ciertos grupos andinos, practican/practicaban la momificación intencional.

Los yukpas habitan la sierra de Perijá y las serranías de los Motilones y de Valledupar, territorio entre Venezuela y Colombia. Acostumbran a envolver a sus difuntos en mantas y esteras. Previamente, cruzan sus brazos y doblan sus piernas, quedando las rodillas frente al mentón. Estiran sus pies, el izquierdo sobre el derecho. Las envolturas se amarran con cuerdas, y el cadáver es ahumado por días.

Sabemos de las momias atures, gracias a Alejandro de Humboldt (1769-1859), Jean Chaffanjon (1854-1913) y otros exploradores tempranos del Orinoco. Humboldt, luego de visitar la cueva de Ataruipe, necrópolis en las inmediaciones del cerro de la tortuga o de los muertos, en territorio wötjüja, escribe:

En esta tumba de toda una tribu extinta, rápidamente contamos unos seiscientos esqueletos bien conservados y ordenados regularmente. Cada esqueleto descansa en una especie de canasta hecha con pecíolos de palma. Estas canastas, que los indígenas llaman mapires, tienen forma de bolsa cuadrada. Sus tamaños varían en proporción a la edad del difunto; hay algunos infantes muertos al nacer. ... Los huesos se preparaban de tres formas diferentes: blanqueados al aire libre al sol, teñidos de rojo, o como momias, barnizados con resinas odoríferas y envueltos en hojas...

Menos conocidas son las costumbres funerarias de los pueblos indígenas de los Andes venezolanos. Según varios investigadores, algunos grupos andinos disponían de sus cadáveres de dos maneras diferentes. Con sus rodillas flexionadas podían ser colocados en grutas o cavernas funerarias, o en sepulcros artificiales excavados en la tierra, llamadas mintoy.

Pero la momia más notoria de Venezuela fue la del Dr. Tomás Lander (1787-1845), «gran pensador liberalista venezolano», ilustre politólogo, periodista, y político venezolano. A petición de su familia, fue embalsamado en actitud de escribir, permaneciendo sentado en su escritorio por unos 40 años hasta que el presidente Antonio Guzmán Blanco (1829-1899) ordenó, que, en abril de 1884, sus restos fueran conducidos al Panteón Nacional. Su embalsamador fue el Dr. Gottfried August Knoche (1813-1901), médico, nacido en Halberstadt, en el reino de Westfalia (hoy parte de Alemania), quien inventó un producto con el cual momificaría docenas de cuerpos.

Con unos 15 años, ya había realizado cortas expediciones a los cerros del lado sur de la cordillera de la costa, en el litoral central. La mayoría con mi amigo Galo. Recuerdo que un día nuestro amigo Wilson nos planteó visitar el «castillo de Knoche». No sabíamos de que hablaba. Alguien le comentó sobre un mausoleo en medio de la cordillera, cerca de Galipán. Apuntó detalles y la ruta a seguir. Por supuesto, nos anotamos en la aventura, saldríamos el próximo viernes, al mediodía. Llegaríamos al lugar al final de la tarde.

Llegó el viernes, Galo y yo apertrechamos nuestros morrales con latas de sardinas, galletas y caramelos, navajas y linternas. Preparados, llegamos a Punta de Mulatos para encontrarnos con Wilson. Desde allí hicimos autostop hasta la vía de Galipán. Allí conseguimos otro «aventón» hasta algo más arriba. Comenzamos la caminata hacia San José de Galipán y poco antes, nos internamos en el bosque por la ruta que le suministraron a Wilson. Comenzó a llover. Se dificultaba caminar por el mojado camino, pero estábamos a relativamente corta distancia de nuestra meta. Sin embargo, nos tomó casi tres horas llegar debido a lo inclemente del tiempo, la oscuridad y lo pequeño de la «trocha» que seguíamos. Subíamos, bajábamos un poco, nos resbalábamos, pasábamos pequeños riachuelos, seguíamos subiendo, cruzamos un último riachuelo, seguimos caminando y, de repente, en medio de la oscuridad y ante la pobre luminosidad de la noche y de nuestras linternas, allí estaba, parcialmente cubierto de plantas, sombrío e imponente, el mausoleo. Nos quedamos admirándolo varios minutos, empapados; caminamos a su alrededor, subimos unas amplias escalinatas y entramos. Seis fosas sin lápidas ocupaban unos dos tercios del espacio. Frente a las fosas, un pasillo nos permitía caminar cómodamente.

Teníamos una carpa, pero habría sido incómodo armarla sobre un terreno lleno de agua. Decidimos limpiar un poco las fosas y dormir en ellas. Amaneciendo nos levantamos a admirar y recorrer el lugar. El bosque arropaba las ruinas de la antigua casa, restos de muros y columnas. Se notaba el espacio en el cual estuvo la cocina. Un horno. Recuerdo un cuarto sin ventanas, pero con ciertos agujeros equidistantes que parecían conductos de aire. Fue el laboratorio de Knoche, se entraba por una puerta algo alta, pero estrecha. Llegó el mediodía, tiempo de volver a casa. Aunque quise regresar varias veces, nunca más volví, pero aún conservo en mi memoria aquella curiosa experiencia.

Gottfried Knoche, recién graduado de médico, emigró a Venezuela, residenciándose en La Guayra. Luego llegarían su esposa y dos hijas, quienes eventualmente trabajarían de enfermeras y ayudantes de su padre. En Venezuela nacería una tercera hija y un hijo. Eventualmente su hermano Wilhelm se les uniría. Revalidaría su título en la Universidad Central de Venezuela.

Aparentemente, vino a Venezuela con la intención de atender a la comunidad alemana, mayormente comerciantes y sus familias. Sin embargo, también se ocuparía de los pobladores nativos de la zona. Caritativo y humanitario, atiende sin distinción, a los pobres no les cobra. Ayuda a refundar el Hospital San Juan de Dios.

El Dr. Knoche era un hombre alto, fornido, de facciones correctas y enérgicas, de ojos azules y luenga barba rubia… [Su]… acento… era áspero; sin embargo, su carácter era bondadoso. Muchos fueron los que recuperaron la salud perdida, gracias a la ciencia de Knoche, sin contar con los clásicos «diez reales» que valía la consulta, pues nunca cobraba a los pobres.

Médico preocupado, aportaría a la lucha contra la epidemia del cólera que azotó a La Guayra, y otras regiones del país en 1854. Además de sus labores como médico, dictaría clases de latín y alemán en un colegio local.

Compra una pequeña finca cafetalera en El Palmar del Picacho, en Galipán, la llama Buena Vista, por la magnífica vista hacia la costa. Allí comienza a pasar los fines de semana. Eventualmente, se muda con la familia permanentemente, luego de edificar una casa cómoda, al estilo de las de la Selva Negra alemana. Knoche es también un científico, intenta evitar el proceso de descomposición de los cuerpos. Establece su laboratorio en la finca, creando un líquido, aparentemente a base de cloruro de aluminio, el cual inyectaba a cadáveres no reclamados, momificándolos sin necesidad de extraer sus órganos internos. Fue así como habría momificado a varias personas, incluyendo a Tomás Lander.

Construye el mausoleo con seis fosas en las que colocaría los cuerpos momificados de su familia. Knoche entrenó a su enfermera Amelie Weissmann (¿?-1926) en el uso del líquido embalsamador para que se lo inyectara a su muerte. Al morir Amelie, aparentemente fue embalsamada por el Dr. Julius Lesse, y depositada en el Mausoleo. El cuerpo momificado del soldado José Pérez, quien por muchos años estuvo en la biblioteca de Knoche, sería la última momia colocada en el mausoleo antes de ser sellado.

Luego vendría el olvido y el bandidaje. Cuando Galo, Wilson y yo visitamos la finca, hace unos 50 años, el Mausoleo estaba en buen estado, pero ya no estaban las lapidas, ni las momias. Hoy no se sabe a dónde las llevaron y los vándalos destruyeron mucho del lugar.

Objeto de numerosas especulaciones y conjeturas, tildándolo inmerecidamente de brujo, nigromante o hechicero y comparándolo, sin ningún fundamento, con personajes o monstruos de ficción ... Su figura ha pasado del ámbito histórico al ámbito literario y fílmico y en esa transición se ha desfigurado, de cierta manera, su verdadera historia.

Aunque desvirtúa un poco la memoria del científico, hace poco tiempo un grupo realizó una intervención al Mausoleo, a manera de rescate, y hoy parecen ser frecuentes los paseos turísticos al lugar.

«El Ave Fénix» de Jorge Luis Borges (1899-1986) comienza de la siguiente manera: «En efigies monumentales, en pirámides de piedra y en momias, los egipcios buscaron la eternidad».

Pensaban los egipcios que el espíritu de una persona sobrevivía al dejar la vida terrenal. El espíritu sería guiado por el guardián del mundo subterráneo, Anubis, hasta un tribunal donde enfrentaría el juicio de Osiris. El juicio lo presidían 42 dioses, el difunto debía responder por 42 posibles pecados mientras su corazón, fuente de su sabiduría, se pesaba en una balanza contra la pluma de Ma’at, diosa de la verdad, la moral, y la justicia. Si la balanza permanecía en equilibrio, el fallecido había llevado una vida ejemplar. Luego de las 42 respuestas se dictaba sentencia. De ser negativa, Ammit, criatura con cabeza de cocodrilo, cuerpo de león y patas traseras de hipopótamo, devoraría el corazón y el fallecido dejaría de existir. Si la sentencia era favorable, gracias a su momia, el difunto viviría eternamente.

Notas

Arriaza, B. (2003). Tipología de las momias. Chinchorro y evolución de las prácticas de momificación. Revista Chungara. 26(1): 11-24.
Berrizbeitia, E. L. (1991). Momias de Venezuela. Natura. 92: 9-15.
Berrizbeitia, E. L. (2000). Estudio Bioantropológico (pp. 38-49). En: Peña, J., E. L. Berrizbeitia y E. Palacios Prü, eds. La momia del Museo Arquidiocesano de Mérida. Serie Investigaciones, 1. Mérida: Museo Arquidiocesano de Mérida.
Borges, J. L. y Guerrero, M. (1957). El Libro de los Seres Imaginarios. México: Fondo de Cultura Económica.
Brier, B. 1996. Egyptian Mummies: Unraveling the secrets of an Ancient Art. New York: Harper Perennial.
Fundación Empresas Polar. (2010). Diccionario de Historia de Venezuela. 1.a reimpresión, 2.a edición. Caracas: Fundación Empresas Polar.
Humboldt, A. (1985). Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente. Caracas: Monte Ávila Editores.
Romero Muñoz-Tébar, R. A. (1979). Knoch[sic]. Ayer y hoy. Un paraje de leyenda. Revista Líneas. 271: 16-22.
Soyano, A. y Müller, A. (2016). La figura de Gottfried Knoche (1813-1901) en su verdadera dimensión histórica. Revista de la Sociedad Venezolana de la Historia de la Medicina. 65(2): 108-118.