Hacía años Lila vivía acoplada a su pareja como si fuese una garrapata. Ya no sabía que hacer sin él. Le consultaba casi absolutamente todo lo que debía hacer en su día, desde qué ponerse y qué cocinar hasta si estaba de acuerdo en que comience un deporte. Ángel, por su parte, parecía no poner mucho reparo en ella, no se quejaba de su asedio, pero le contestaba casi todo en modo automático: si, no, puede ser, bueno. Solo la pregunta ¿qué te parece que cocine? parecía reanimarlo y sacarlo de su letargo, sus ojos se iluminaban y se disponía a brindar ideas.

Hacía diez años que se habían conocido y seis que vivían juntos. Tenían idénticos gustos cinematográficos, literarios, y hasta de helados. Todos pensaríamos que desde el comienzo fueron lo que se podría llamar una simbiosis, pero no, no fue así.

Cuando coincidieron, Lila estudiaba periodismo y Ángel ingeniería. Se conocieron en un casamiento. A él le encantó su desenvoltura, independencia y una manera loca de llevarse el mundo por delante y esa mirada que decía tantas cosas.

A veces recordaba la primera vez que la invitó a salir, la había buscado por redes y consiguió su teléfono con un amigo de ella. En ese entonces Lila estaba en una historia con otro hombre, pero al año volvieron a encontrarse y entonces fue ella quien lo invitó a salir. Al poco tiempo formalizaron y en tres años ya estaban buscando un departamento juntos. Lila comenzó a plantear la idea de tener un hijo y Ángel también tenía aquel deseo. Fue así como a los meses recibieron la noticia ansiada.

El embarazo iba muy bien, Lila trabajaba para una revista como FreeLancer y en sus tiempos libres como locutora en un programa radial y Ángel había ingresado a una empresa de alimentos. Estaban bien económicamente, se dedicaban a viajar cuando podían y eran felices.

Una tarde en que Lila salía de la radio, un coche manejado por un hombre ebrio, se salió del carril y la llevó por delante. El resultado: perdió al niño, sus piernas quedaron destrozadas y lo peor para ella, no podría volver a ser madre.

Con esfuerzo volvió a caminar y al trabajo, pero comenzó con ataques de pánico, depresión y ansiedad. El psiquiatra que la atendió le diagnosticó estrés post traumático, la medicaron y comenzó psicoterapia.

Con el tiempo los ataques y los síntomas disminuyeron, pero desarrolló un apego excesivo hacia su pareja, comenzó a volverse una niña miedosa y a acosar a Ángel a toda hora con demandas descocadas. Este, abatido por la culpa y la compasión hacia la situación de su mujer, accedía a cada una de sus peticiones y se volvía cada día más sombrío. Abandonó su círculo de amistades y se dedicó cien por cien a ella y al trabajo. Lila, por su parte solo siguió con el trabajo FreeLancer.

Había días en que encontraban cierta tranquilidad y regocijo en el tenerse el uno al otro, pero ambos sabían que algo se había roto, que habían intentado repararlo, pero las soluciones que encontraron o pactaron los estaban consumiendo.