El sintoísmo, la religión autóctona de Japón, se caracteriza por la presencia de animales vistos como deidades reveladoras que inspiran temor y reverencia a los seres humanos. Esta creencia ha calado hasta la actual cultura nipona, desde la literatura hasta el manga, y no escapa de ello el fascinante Agujero (impedimenta) de Hiroko Oyamada.

Agujero es un tríptico de relatos que tiene como elemento vertebrador la incomunicación, el miedo a la maternidad y el encaje dentro de la sociedad. Al igual que en otros autores japoneses como Sayaka Murata (La dependienta) o en algunas novelas de Haruki Murakami, los protagonistas de las narraciones de Hiroko Oyamada son la representación de la pieza defectuosa del sistema, de unos seres que, pese a estar unidos por un imaginario colectivo, se hallan inmersos en la más absoluta soledad como entes individuales, especialmente cuando su margen de desvío se adivina tan escaso.

El primero y más extenso relato que da nombre al libro es Agujero. En este, una pareja joven se desplaza al campo para ahorrar dinero y vivir al lado de los padres de él. Desde la mudanza, la llegada al pueblo de Asa, la protagonista, viene marcada por la pérdida de su individualidad y el despertar de su sexualidad reprimida. Cada uno de ellos representado por la luz de un lado y la presencia constante de las cigarras por otro, «me sorprendió la cantidad de luz que había a estas horas, como si fuese mediodía. Me levanté algo incrédula y vi que mi marido dormía profundamente a mi lado. Al abrir la ventana entró el canto de las cigarras». Cabe destacar desde el inicio el buen dominio de la descripción de los personajes, especialmente de los masculinos. Oyamada evita con acierto recurrir a sus pensamientos o sentimientos. Con un ligero esbozo de sus gestos, rasgos o hábitos, nos deja una visión nítida de lo que son y de lo que representan para la protagonista.

Como decía, Asa pierde su individualidad desde su llegada. Pierde su privacidad íntima y su espacio cuando su suegra, personaje clave, decide retirar las cortinas de la habitación. Pierde su privacidad económica cuando un grupo de niños deciden ver su número pin y su dinero en un cajero automático. Y pierde incluso su propia identidad personal cuando en algún momento su nombre deja de ser Asa para convertirse para todos simplemente en «la nuera» (el ideograma japonés ‘nuera’ se compone del ideograma ‘mujer’ y el ideograma ‘casa’). De la misma manera que el entorno trata de manera sorda pero firme de aniquilar su individualidad, crece la tensión sexual al ritmo de la banda sonora de unas cigarras incansables «abrí la ventana y oí las cigarras cantar […] nunca las había oído con tanta intensidad».

Es en ese momento cuando Asa cae en un hoyo persiguiendo a un extraño animal de tintes fantásticos y conoce al hermano de su marido, un personaje extraño y un fallo en el sistema repudiado por la familia. A partir de aquí la protagonista se moverá en un espacio de tránsito entre la humedad de los espacios oscuros y la seguridad de su hogar, entre el deseo y la realidad. «¡Que se callen las cigarras!» llega a exclamar la «ahora» nuera.

Todo se precipita con el entierro del abuelo de la familia y con el posterior instante revelador del relato. Asa va en bicicleta y voluntariamente decide atropellar y aplastar a una cigarra que estaba tendida en medio del camino. A partir de ese momento, ella misma nos lo dice, «no me encontré ni con el animal ni con el agujero ni con los niños». Algo ha cambiado.

Asa no ha recuperado su personalidad, ha adquirido una personalidad, su nueva personalidad. La historia se descubre como un relato de aprendizaje en el que el desprendimiento de la sexualidad y la individualidad le permite integrarse en un mundo donde el sexo parece oponerse a la maternidad, un espacio predecible y alienador, pero seguro.

La narrativa de Oyamada es sutil pero punzante, el buen hacer de su prosa se balancea entre la vaguedad de algunos detalles -no sabemos el nombre del pueblo, no sabemos de que trabajan su suegra ni su marido- y la relevancia absoluta de algunos elementos a priori menores en el texto.

El segundo relato del libro, y de no menor calidad, es Sin comadrejas. Una pareja con dificultades en sus relaciones sexuales decide visitar a otra pareja de la que son amigos. Llama la atención que, a diferencia de Agujero, el narrador sea un hombre y que su mujer en toda la narración sea referida simplemente así, como «mi mujer», sin que sepamos nunca el nombre. Las dos parejas disfrutan de una velada llena de comida y alcohol y «la mujer» del narrador rememora la curiosa manera que su familia tenia de atrapar y terminar con las comadrejas en casa. Lejos de la anécdota, la noche se destapa como un viaje interior y silencioso de «la mujer» del que ni tan siquiera el narrador, su marido, será consciente y que revela no solo la incomunicación sino el desapego y el miedo al embarazo.

El tercero y último de los relatos es Una noche en la nieve. El punto de partida es similar, una pareja visita a otra (de nuevo fuera de la ciudad, de nuevo en el campo) que acaba de tener un bebé. Por la noche cae una fuerte nevada, se quedan atrapados y deciden pasar la noche juntos. El relato gira de nuevo en torno a la incomunicación, la desilusión y el miedo a una maternidad entre aterradora e inevitable. Y la luz, la luz de nuevo como el presagio de una revelación silenciosa y dramática, «todavía era de noche. ¿Entonces de dónde venía aquella luz? De repente sentí frío» nos comenta el marido visitante que ha ido a dormir antes que su mujer. El llanto, la luz y la nieve derritiéndose nos anuncian un futuro aborto. «Había amanecido por completo y el sol blanco de la mañana empezó a derretir la nieve […] oí el sonido vago de una sirena». La delicadeza contundente con la que Hiroko Oyamada acomete los giros finales de sus tramas demuestra un dominio total del relato y una prosa de primer nivel.

Se ha mencionado mucho a Franz Kafka y a Lewis Carroll como referentes para Agujero. En cuanto a su semejanza con el escritor checo, la verdad es que los personajes de Oyamada difieren en algo primordial: en los protagonistas de Kafka no hay aprendizaje ni salvación posible, mientras que las de Agujero toman conciencia de su situación respecto a la maternidad y actúan en consecuencia. De manera aparentemente callada actúan y buscan la salvación, su salvación. Ya sea en el aborto o en la decisión de no traer una persona a este mundo.

Bram Stoker dijo que la idea de Drácula le vino después de una noche de pesadillas provocadas por un empache de cangrejos. Mientras que Hiroko Oyamada asegura haber escrito Agujero después de pisar una cigarra mientras iba en bicicleta. Desconozco cuál es el botón para que la inspiración aparezca en momentos tan curiosos, pero si espero que la próxima vez coja a Oyamada trabajando, porqué talento y técnica parece que le sobran.

Referencias

Agujero. Hiroko Oyamada (traducción de Tana Oshima). Impedimenta, 2021.