¿Todo poemario es un ejercicio de añoranza? Casi siempre. Pero sentir nostalgia es mirar atrás cuando se ha sido feliz y reencontrarse con colores de esa primavera que todos llevamos dentro, porque en ella descubrimos el amor; encontrar sensaciones que nos ayudaron a soportar el proceloso caminar de la vida. Volver a notar la caricia que penetró por nuestra epidermis hasta llegar a lo más profundo.

A menudo, ignoramos las palabras de tanto usarlas, pero por ellas transitan sentimientos. También encontraremos en los versos añoranzas de personas con las que hemos convivido y que ya no están entre nosotros; que nos enriquecieron y de las que aprendimos tantas cosas, ya que la vida es un continuo aprendizaje y siempre nos embarga la zozobra. Tal vez por eso, debemos construir una declaración de principios y expresar, a pesar de todo, que así somos:

Mira mi rostro,
mis manos extranjeras,
el desierto de Almería
que ya no abarca mis ojos azules.
La luz del sur
y el Mediterráneo de peces voladores.
De allí vengo.

En todo ejercicio de memoria, el poeta, a pesar de las dudas, debe reafirmar lo que un día escribió, porque todo poeta auténtico tiene que ser sincero, sin emplear artificios lingüísticos o personales, que muchos autores disfrazan con versos crípticos, casi siempre por carencias. Hablar de forma rotundamente sencilla para que no nos perdamos en recovecos que llevan a ninguna parte. Hasta las dudas deben estar bien definidas, porque ellas forman parte de una vida plena.

Si alguna vez nos invaden recuerdos, no esperemos que sea en días especiales, ni esperar la conjunción de cuerpos celestes. Tampoco que sea un día hermoso. Solo sentirlos y saber que se aferran cuando llegan al pecho y pasado un tiempo, expresarlos honestamente, decir: cuando no estás, falta el sutil lenguaje de las flores, los días sin horas, la avidez indómita de la carne que solo sacias tú.

Falta compartir una canción con Cohen, contar los días usados. Falta decirnos qué sencillo es quererte y seguir en tus ojos el sereno viaje del tiempo.

Y esperar el tránsito hacia el invierno:
[…] donde otoño ya cursa mensajes
y concilia luces.

Qué mejor que gastar la vida poetizándola. Y recordar, que así lo exige nuestra condición humana. Sentir cada hora y confiar en el día nuevo con esperanza. Aunque sea con incertidumbre: cuando te nombro, parece que está todo escrito. Que la aurora o la luna son las mismas de siempre repetidas por los mismos poetas enamorados.

Pero cuando descubro tu mirada, todo revive. Cesa el ruido de la calle, florecen los balcones y en patios lejanos los niños imaginan historias nuevas.

Tal vez en las palabras no escritas encontremos, en estos tiempos de confusión que nos está tocando vivir, la respuesta a la pregunta que, a mí, pobre poeta abrumado, me han hecho algunas veces: ¿para qué sirve la poesía? Pregunta, sin duda, fruto de este tiempo donde la banalidad inunda cada rincón de nuestro paisaje. Desde luego yo no tengo ni quiero dar respuesta, la poesía está ahí como el aire que entra en los bronquios sin consentimiento, o como el polen, que va flotando como si nada, pero fecunda.

Esta tarde, mientras la quimio la quema por dentro y piensas en la fragilidad de la vida, llega el crepúsculo al bar del hospital y sabes que el sol se va para renacer, porque la vida es obstinada. Que mañana será otro día. Que la belleza está ahí y solo hay que querer verla.

Entonces, recuerdo en estas luces que escapan a Carlos Sahagún:

El mundo está bien hecho, el mundo está
bien hecho, el mundo
está bien hecho…