El fervor renovado por las cámaras desechables, los reboots que nadie ha pedido de películas y series de hace mínimo diez años, las colecciones de vinilos decorando salones y estanterías con títulos de artistas modernos… Cuando el mundo se muestra caótico a nuestro alrededor, la nostalgia se nos presenta como un refugio, un retorno a tiempos más sencillos. La nostalgia vende y nada más evidente que los dos últimos años para demostrarlo. Claro que esa sencillez es una falacia; la vida siempre ha sido complicada y los humanos siempre nos hemos sentido arrastrados por algo incomprensible que nos impulsa a despertarnos cada mañana y recorrer el mismo camino una y otra vez hasta el día de nuestra muerte. El tedio de una vida cotidiana siempre ha existido y la incapacidad de saber navegar la existencia es más vieja que Matusalén. Lo que queremos es la inocencia de la infancia y la falta de responsabilidades, pero lo que nos venden son productos pensados para suplir un vacío que simplemente debemos aceptar.

No digo nada nuevo, no descubro la luna por primera vez. Yo misma sucumbí a la fiebre de las cámaras desechables y, al querer comprar una nueva Kodak este verano antes de irme de vacaciones, descubrí que llevan meses agotadas. Lo retro es moda. Pero el ritmo frenético de las modas implica que queremos revivir todas las décadas a la vez.

Mi preocupación, como siempre, es intentar entender qué significa esto para el arte. Solo me hace falta ver qué es lo que está consumiendo la gente para darme cuenta de que la nostalgia también se ha infiltrado en ese mundillo, sobre todo en el audiovisual. Si fueron adolescentes en los 2000, tal vez recuerden series como Las chicas Gilmore, Gossip Girl o Pequeñas mentirosas. Son series que han quedado grabadas en el imaginario colectivo como iconos de la cultura pop adolescente. En los últimos años, vuelven a ser relevantes para la generación Z debido a su retorno: Gilmore Girls estrenó una temporada extra que seguía a los personajes originales años más tarde de que se terminara la serie, mientras que Gossip Girl y Pequeñas mentirosas han vuelto a empezar de cero con un nuevo elenco. Clásicos como La guerra de las galaxias, Top Gun, Cazafantasmas o El príncipe de Bel-Air también han vuelto o volverán a nuestras pantallas, mientras que Disney no hace más que anunciar remakes live-action de sus películas más populares. Parece ser que no nos quedan historias por contar.

Es ingenuo creer en una originalidad pura, ya está todo dicho; llevamos reescribiendo los mismos mitos desde tiempos de Homero, pero eso no significa que debamos volvernos vagos. Es agotador sentarse a escoger una película y ver que solo puedo escoger entre las cinco mismas franquicias. Reescribimos para aportar nuevos significados, explorar nuevas facetas de una misma historia, pero la forma en la que consumimos contenido ha cambiado y, aunque ahora la cultura es más accesible (¡punto positivo!), lo cierto es que el contenido empieza a dejar mucho que desear. En la era de la sobreproducción, del capitalismo exacerbado, la cultura se vuelve un bálsamo con el que calmar a las masas, pero, como señala Adorno (1984), aquel que no recuerda la verdadera esencia de una obra de arte se conforma con cualquier cosa. Incluso productos cuya calidad (audiovisual, literaria, la que sea) no es cuestionada, juegan a manipular las emociones de su público a través de la nostalgia (Stranger Things, con su curada estética de los ochenta, hace hincapié en los recuerdos de una generación que creció en la década retratada; mientras que el resto solo podremos experimentarla a través de la televisión y el relato de nuestros progenitores).

Al ser alguien que disfruta releyendo y revistiendo sus historias favoritas, soy más que susceptible a dejarme embaucar por la explotación de la nostalgia. Pero no puedo evitar pensar en Matt Damon en su entrevista con Sean Evans (2021). ¿Por qué ya no se hacen películas como las de antes? Con el éxito de las plataformas de streaming, los ejecutivos de Hollywood ya no se arriesgan al hacer películas y prefieren fórmulas que ya han demostrado ser exitosas. La obsolescencia del DVD significa que las productoras se lo apuestan todo al estreno y de ahí la prevalencia de historias con argumentos frenéticos, giros de guion sin sentido, pero sorprendentes y tácticas de marketing basadas en la generación de polémica, todo ello pensado para atraer a las masas al estreno. Nadie quiere comerse un spoiler y, desafortunadamente, eso significa que el público está más preocupado por el plot twist que por la obra en sí. Cuando nuestro goce de una obra se basa principalmente en dejarnos sorprender por el plot twist, esta obra pierde valor por el simple hecho de que, en una relectura o en un revisionado, el factor sorpresa ya no consigue cargar con todo el peso. Si carecemos de personajes redondos y una trama bien estructurada, con motivos interesantes y trabajados, la obra hará aguas por todas partes. No se tiene en cuenta, entonces, el potencial de una obra para ser revisitada una y otra vez; qué más da, ¿verdad?, si al final en unos meses tendremos su secuela o su precuela o su remake, un nuevo estreno con el que atraer al consumidor.

A estas alturas debo sonar ya como un disco rayado (mi anterior artículo también abordaba la fascinación de nuestra cultura por el plot twist), pero me obsesiona el rumbo que están tomando nuestros libros, nuestras series de televisión, nuestras películas, nuestros cómics… Como sociedad, nuestra forma de consumir es cada vez más automática, por lo que es importante que ese consumo se dé de forma medianamente consciente. Yo, por mi parte, seguiré exigiendo historias relevantes y de calidad.

Nota

Adorno, T. W. (1984). Aesthetic Theory. Londres: Routledge & Kegan Paul.
First We Feast. (2021, agosto 5). Matt Damon Sweats From His Scalp While Eating Spicy Wings: Hot Ones. Vídeo.