Mientras Marco Polo emprendía el retorno a Europa desde los dominios del Gran Kan de Catay, en Génova zarpan dos galeras comandadas por los hermanos Ugolino y Vadino Vivaldi con la ambiciosa meta de «llegar a las Indias por la Mar Océano»1. Su partida da inicio al primer intento de circunnavegar África registrado por la historia, cuando las dimensiones e incluso las formas del continente eran desconocidas. Dos siglos antes de la llegada de Colón, Vasco da Gama y Amerigo Vespucci a «las Indias», los genoveses inician su aventura bajo el signo de la audacia hasta desaparecer más allá de los límites del mundo entonces conocido. Siglos más tarde, se hallaron relatos que describen el fin del periplo en el legendario reino del «Preste Juan».

El proyecto de llegar a la India circunnavegando África moviliza a la aristocracia genovesa a fines del siglo XIII. Su organizador y principal financista es el patricio Tedisio d’Oria, hijo del almirante Lamba d’Oria2 y también primo del archivista oficial de la ciudad, Jacopo d’Oria, a quien debemos las únicas informaciones positivas disponibles sobre esta expedición. Este es conocido en 1291 como «el último continuador de Caffaro», el célebre cronista que doscientos años antes había iniciado un sólido sistema de registros genoveses.

Hombre de mar, Tedisio d’Oria se había destacado, poco antes, en la batalla de Meloria (1284) donde la armada genovesa derrotó la flota de Pisa, combatiendo en un navío armado por su familia. Vuelta la paz, funda la sociedad de armadores organizadora de la expedición. Pero por un motivo desconocido cede el mando a los hermanos Vivaldi. La historia de Génova volverá a encontrar a Tedisio en 1292 durante la captura de una nave pisana procedente de Alejandría.

Los nuevos jefes de la empresa son reclutados entre la flor de la nobleza. Ugolino y Vadino Vivaldi eran hijos de Amighetto di Guglielmo y Giovanina, quien pertenecía a la famosa estirpe de los Zaccaria, influyente dinastía ligada al comercio y la navegación.

La sociedad es pactada por diez años. Entre los socios, se conoce la participación de Antonio di Negrono. Un mes antes de la travesía invierte 500 liras genovesas, contra reembolso de 527 doppie de oro «de buen y justo peso» al arribo a Mallorca. Di Negrono obtiene así un interés de 5,4%, sabiendo que, en 1291, el curso de la lira genovesa y de la doppia eran idénticos. La suma representa una pequeña fortuna: a fines del siglo XIII una esclava es vendida en Génova por 10 liras, un pequeño velero por 24 y una galera vale entre 200 y 400. Audaz pero no temerario, Di Negrono hace su beneficio en la etapa menos arriesgada del viaje3.

Durante el invierno 1290-1291 los preparativos son sin duda intensos: almacenan agua, víveres y todo lo necesario para una larga navegación. Al llegar la primavera, en mayo de 1291, las galeras Allegranza y Sant’Antonio se lanzan al mar para intentar un viaje revolucionario que debe llevarlas hasta la enigmática India.

Los hermanos Vivaldi levantan anclas acompañados de dos asociados, Giacomo y Antonio Argilofi, y de dos frailes franciscanos encargados de cristianizar a los pueblos «paganos» que encontrarían en su ruta. Hasta Mallorca la expedición recorre sin problemas un derrotero conocido. Cuando las islas Baleares quedan atrás navegan haciendo cabotaje en las costas ibéricas: Barcelona, Valencia, Alicante, Almería y Cádiz, hasta llegar a Gibraltar, llamado entonces Estrecho de Ceuta o Columnas de Hércules, para penetrar en la inconmensurable «mar Océano», término que designa los mares fuera del Mediterráneo. A partir de ese instante las dos frágiles galeras tomaron rumbo hacia el sur desconocido y misterioso4.

Las últimas informaciones que nos transfiere Jacopo d'Oria señalan la llegada a un sitio llamado Gozora situado en las costas sudmarroquíes. El anciano archivista concluye con una súplica: «... no hemos vuelto a tener noticias. Que Dios los guarde y los guíe en su retorno».

Su ruego será vano. Veinte años más tarde Pietro d’Abano, doctor y astrónomo de la Universidad de Padova, señala en su Conciliator5 que la suerte de los exploradores sigue siendo desconocida. No habrá más noticias. Hasta que en los años 1800 se descubrirán los escritos de un navegante genovés y el diario de viaje de un fraile castellano que los sacaron del olvido.

¿Qué motivó esta arriesgada expedición? Observando el comercio, las guerras, la política y los mitos que conforman la febril vida de los pueblos mediterráneos del siglo XIII, podremos comprender la determinación de los audaces viajeros.

Los genoveses: grandes transportistas marítimos

En las inmediaciones del primer milenario, los navíos de Génova, entonces un villorrio llamado Janus, osan acometer contra las posiciones de los «sarracenos», en Cerdeña, España e incluso en Túnez. El botín proporciona a la ciudad-estado los medios de organizar el comercio y de construir una importante flota, que hará de los genoveses grandes transportistas durante las Cruzadas y la Reconquista española.

Como retribución, obtienen de los Barones Francos una parte del botín y el derecho a organizar factorías en las costas del flamante Reino de Jerusalén, los territorios conquistados por los cruzados en el próximo Oriente. Los marinos genoveses navegaban con regularidad más allá de las ciudades italianas, para comerciar en Siria, Egipto, Bósforo, el Mar Negro, las Islas Baleares, Francia y España. Durante el siglo XIII surcan «la Mar Océano» estableciendo viajes regulares hacia Southampton, Londres y Brujas, puertos que sus competidores venecianos sólo alcanzarán hacia el año 14006.

El enriquecimiento de Génova es fulgurante. El valor de las mercaderías que transita por el puerto dobla entre 1214 y 1274, para cuadruplicar entre este año y 1292. Su población se acerca a la centena de mil, lo que hace de la ciudad-Estado una de las más pobladas de Italia, comparable únicamente a Florencia7. Su imponente flota le permite conquistar la supremacía sobre Pisa y Venecia, sus rivales en el mar.

Comerciantes y marinos, los genoveses no logran aventajar a las ciudades italianas en la construcción de grandes monumentos civiles o religiosos, pero ya en 1150 alzan una muralla dotada de torres, para protegerse de los milaneses, de la que aún subsiste la Porta Soprana y la Porta dei Vacca, últimos vestigios de la venerable fortificación. Las ricas familias patricias, a menudo rivales, como los Fieschi, Grimaldi, Doria, Spinola, Embriaci y los Zaccaria, erigen torres como símbolo de prestigio e instrumento de defensa, de las que sobrevive la Torre Embriaci. No obstante, el gran orgullo de los genoveses es su puerto, uno de los pocos merecedores de ese nombre en el Mediterráneo, después de Alejandría.

La clase ascendente de los comerciantes vertiginosamente enriquecidos, harta del despotismo de la nobleza, impone en 1257 como gobernante al Capitán del Pueblo Guiglielmo Boccanegra quien durante su efímero gobierno de seis años manda construir el Palacio del Mar, sede de su gobierno. Dos siglos más tarde será llamado Palazzo de San Giorgio donde residirá uno de los primeros bancos de Europa.

Navegar en el siglo XIII

Durante el período dorado que conoce Génova entre los siglos XII y XIII, sus embarcaciones; bucci, taride, panfili, galeotti, y muchas otras, son construidas en los astilleros de Fontanella, próximos al puerto. Allí, en Venecia y en Cataluña, son armados los navíos de mayor tamaño de la época: la galeaza o galea da mercato provista de dos mástiles y de un importante velamen compuesto de velas latinas (triangulares). Su largo aproximado es de 40 metros y su ancho de 5,5. Las propulsan entre 25 y 30 remeros por lado; su tripulación raramente excede la centena de hombres y tienen una vida útil de 20 años8.

Desde el año 1318 una galera impulsada por 50 remeros garantiza una línea postal regular entre Génova y Túnez9. En el siglo XIII no son ni galeotes ni esclavos sino trabajadores libres, regidos por un contrato. Incluso se estila consultar la tripulación antes de tomar una decisión importante. El dicho «a bordo; después de Dios el Capitán» será una realidad mucho más tarde10.

Sin embargo, los progresos tienen límites. La navegación hacia puertos lejanos –Flandes y el mar Negro– es posible únicamente durante los meses de verano. Las flotas parten en Pascuas para retornar en septiembre, otras zarpan al final del verano para arribar a destino antes del invierno y permanecen inmóviles mientras los cielos están cubiertos, esperando mayo del año siguiente para emprender el retorno. En ambos casos permanecen inmóviles la mitad del año11.

Los Portulanos: un gran avance en la cartografía

La guerra entre la cruz y la media luna, no constituye un obstáculo insalvable al desarrollo del comercio entre los reinos cristianos y los principados musulmanes. De este contacto los genoveses conocieron las cifras árabes, el uso de la brújula y nociones de geografía heredadas de la Grecia clásica.

Los nuevos números –conocidos en el resto de Europa sólo hacia el siglo XV– aportan a los comerciantes genoveses una facilidad de cálculo entonces desconocida. La brújula permite un paulatino reemplazo de la lenta técnica marina del cabotaje por la navegación de alta mar y el diseño de cartas marinas generalmente orientadas hacia el norte, llamadas portulanos, como el Portulano de Pisa, contemporáneo de los hermanos Vivaldi, conservado en la Biblioteca Nacional de Francia.

Cuando en 1270 el Rey de Francia Luis IX (San Luis) parte en cruzada hacia Túnez –donde morirá de peste durante el sitio– encarga a navegantes genoveses el transporte de su persona y sus bienes a bordo de la galera Paradis. Viéndolo inquieto por no divisar las costas de Cerdeña seis días después de zarpar del puerto de Aigues-Mortes (cercano a Marsella), el oficial de marina Pietro d’Oria despliega una carta de navegación e indica un punto diciendo: «Esta es nuestra actual posición, Cágliari está cercano». Esta es la más antigua referencia a una carta náutica conocida por la historia de la navegación12.

Aunque ignoramos todo sobre el instrumental de las galeras comandadas por los hermanos Vivaldi, podemos suponer que una expedición de esta envergadura fue dotada de las últimas adquisiciones de la técnica; cartas marinas, brújulas y, quizá, un timón fijo al codaste. De las nociones geográficas propagadas por los árabes, los genoveses pudieron vislumbrar la forma triangular del continente africano y la posibilidad de circunnavegarlo. La tradición atribuye al general cartaginés Hannon exploraciones en el océano Atlántico y al Faraón Necao (609 - 564 AC) el mérito de haber organizado una flota tripulada por marinos fenicios que habría logrado contornear África. Esta legendaria flota habría zarpado del mar Rojo para llegar dos años más tarde a Gibraltar, deteniéndose cada invierno el tiempo necesario para sembrar y cosechar.

No obstante, los avances técnicos no eran motivo suficiente para organizar una expedición temeraria. Fue la geopolítica de la época que impulsó a los genoveses a buscar una salida desesperada.

El comercio de las especias amenazado

El término «especias» designaba una vasta gama de productos de lujo venidos del Lejano Oriente y vendidos en Europa a buenos precios. Llegan al mar Mediterráneo por dos grandes vías: una es la célebre «ruta de la seda». Del Este de la China atraviesa Asia Central por Samarcanda y Bagdad para desembocar en los puertos del mar Negro o del Mediterráneo oriental. La otra recorre un itinerario en parte marítimo, cruzando el océano Indico llegaba a Bassora en el Golfo Pérsico o a los puertos del mar Rojo, desde donde las mercaderías transitan por tierra hasta Alejandría13.

Allí, los mercaderes francos o italianos pueden comprar las preciosas especias duramente gravadas de impuestos por los príncipes musulmanes. No pueden ir al oriente a causa de la lejanía y también porque ir más allá de los puertos del Mediterráneo oriental les está completamente vedado.

Este estado de cosas se había prolongado hasta mediados del siglo XIII cuando trastornos políticos ocurridos en Extremo Oriente modifican la situación. Los mongoles herederos de Gengis Kan se apoderan de toda Asia Central y fundan la dinastía de los Yuan. Hasta su reemplazo cien años más tarde por la dinastía china de los Ming, logran la unificación política de la mayor parte de Asia, garantizan cierta seguridad en las rutas y abren su imperio al extranjero, incluyendo al Occidente.

En la corte del Kan reina una cierta la tolerancia religiosa. El soberano escucha disertaciones de teólogos musulmanes, budistas, cristianos orientales (nestorianos) y otros, que intentaban –infructuosamente por supuesto– ganarlo a su fe.

Los reinos cristianos de Occidente se encuentran ahora frente a civilizaciones orientales receptivas y poseen factorías en el mar Negro y en el Mediterráneo bajo control de los cruzados. Todo lo necesario para llegar hasta la codiciada Especiería sin –o con menos– intermediarios.

Por esta brecha penetran los monjes viajeros Juan de Pian Carpino, Guillermo de Rubruk, Juan de Montecorvino (nombrado obispo de Pekin por el Papa Clemente V), Andrés de Longjumeau y Oderico de Pordenone, enviados por los papas a informarse sobre los mongoles e intentar la conversión del Gran Kan. Los religiosos son seguidos por comerciantes, entre ellos el célebre Marco Polo. Pero hubo otros no menos importantes como Andalo Savignone, Ingo Gentile y Galeotto Adorno que, regresan a Génova con las preciosas especias, fuente de enriquecimiento de la ciudad.

Sin embargo, estos contactos comerciales prometedores están severamente amenazados. Después del fracaso de la Séptima y la Octava Cruzada, las ciudades Francas de Palestina son reconquistadas una tras otra por los «moros». El Sultán Qalaoum entra victorioso en Trípoli el año 1289. El Papa Girolano Masci (Nicolas IV) intenta una nueva Cruzada para intentar defender San Juan de Acre, la última ciudad cristiana del Levante. Pero esta cae en manos de las tropas del sultán en 1291. A partir de ese momento los puertos del Mediterráneo oriental se transforman en monopolio musulmán.

Es fácil imaginar la consternación en las ciudades cristianas. Profundamente ligados al espíritu de cruzada, los genoveses se imaginan lo peor: el fin del comercio con Oriente y la decadencia de la ciudad. Ese temor, que la historia demostrará infundado, los lleva a intentar lo imposible. La Sociedad de Tedisio d’Oria decide organizar la expedición que abriría definitivamente las rutas del Oriente evitando todo intermediario.

Se necesita más que coraje para emprender tal viaje, cuando se considera que las dos galeras zarpan desafiando las enormes barreras psicológicas impuestas por los mitos y la geografía imaginaria que imperaba durante el siglo XIII.

La geografía de lo imaginario

Los brillantes trabajos geográficos desarrollados durante la civilización helenística por Eratóstenes y Tolomeo fueron dejados de lado en la Edad Media. La geografía fue excluida de las materias impartidas en las escuelas medievales. Durante casi un milenario será un patrimonio cultural exclusivamente árabe.

Los pensadores cristianos de Europa se las ingenian para dar una visión del mundo en concordancia con las enseñanzas de la nueva fe. El venerable San Isidoro de Sevilla considerado como el hombre más erudito del siglo VII, sitúa el Paraíso Terrenal y los cuatro torrentes que de él fluyen en las «regiones orientales», a una altura conveniente para haber quedado a salvo de los estragos del diluvio universal.

La esfericidad de la tierra, aceptada en la antigüedad, provoca dificultades a los dogmas medievales. Las teorías clásicas describen una barrera de fuego infranqueable en torno al ecuador que impide todo contacto con los eventuales habitantes de las antípodas. Pero entonces, ¿cómo esos pueblos podían descender de Adán y Eva? Si no eran sus descendientes ¿cuál era su origen? ¿eran víctimas del pecado original? Las autoridades doctrinarias optan por evitar todo riesgo de herejía: decretan que las antípodas no existen y que la tierra es plana. Si no ¿de qué manera los habitantes del hemisferio austral podían desplazarse con la cabeza hacia abajo? La pregunta es lógica, pero la respuesta debió aguardar varios siglos hasta el descubrimiento de Isaac Newton.

Impregnados de esta geografía imaginaria los navegantes del siglo XIII temían tropezar con islas fantásticas e imaginaban el mar habitado por atroces monstruos, como el Charybde y el Scylla, capaces de hacer zozobrar las naves. La distorsión de la forma de los continentes era tal, que desconocen los límites australes de África y ven el océano Indico como un mar interior.

Si el mar es desconocido en su mayor parte, también lo es una buena porción de la tierra. El corazón de Asia y de África son territorios fuera del alcance de las civilizaciones europeas. Justamente ahí se instala el mito más grande de la Edad Media: el inmenso y potente reino de un Monarca-Sacerdote cristiano, donde las crónicas de la época harán terminar la aventura de los hermanos Vivaldi.

El legendario reino del Preste Juan

En el siglo XIII los reinos cristianos eran minoritarios frente a sus enemigos musulmanes, entonces señores de una parte de España, de toda África del norte, de los contornos del mar Rojo y de numerosas factorías en las costas del océano Indico. Un examen lúcido de la situación, sobre todo después del fracaso de las Cruzadas, les impide aspirar a una victoria rápida, incluso simplemente a una victoria, sobre los adeptos a la «secta de Mahoma».

De allí el nacimiento del mito. En tierras lejanas existiría un reino rico y potente reino gobernado por un gran monarca cristiano cuyos ejércitos estaban prestos a socorrer a la Europa cristiana. Aún más, estaría dispuesto a concertar una alianza militar con la cristiandad para atrapar a los musulmanes en una gigantesca tenaza.

En 1145 el Papa Eugenio III recibe un sorprendente informe de la Iglesia de Armenia cuyo contenido nos fue trasmitido por Othon de Freisingen y Albéric de Trois-Fontaines: «... un príncipe llamado Juan, que moraba detrás de Armenia y de Persia en las extremidades de Oriente, profesando al igual que su pueblo el nestorianismo, y reuniendo en sus manos el imperio y el sacerdocio, hizo la guerra en Media y en la Persia, se adueñó de Ecbatana, e hizo añicos los ejércitos enemigos»14. El Preste Juan sería descendiente de los Reyes Magos y la sepultura de Santo Tomás se situaba en sus dominios. La necesidad de creer era tal, que los informes de los monjes viajeros contienen abundantes menciones al reino del Sacerdote-Monarca.

Hacia mediados del siglo XII, aparece en Occidente una misiva del propio Preste Juan dirigida al Emperador de Bizancio y al Rey de Francia, proponiendo una alianza para reconquistar el Santo Sepulcro; su reino –dice la carta– está poblado por aves llamadas grifones e ylleriones, en los desiertos viven cíclopes y los detestables seres antropófagos de las ciudades malditas de Gog y Magog.

La esperanza de encontrar el imperio del Rey-Sacerdote fue, sin duda, uno de los mitos más importantes de la Edad Media. Con el tiempo, el emplazamiento de su reino fue trasladado de India Anterior e India Superior (Asia) a la India Tercera (Abisinia), hasta comienzos del siglo XVI cuando un diplomático de la corona portuguesa, Pedro da Covilha, halla la modesta corte nómada del Negus de Etiopía, correspondiente al gramo de verdad que habitaba esta leyenda.

Los hermanos Vivaldi en el reino del Preste Juan

Durante siglos ninguna información pudo aclarar, ni siquiera con un rayo de luz, la suerte de la expedición de los hermanos Vivaldi. Sólo en el siglo XIX fue hallada una huella de los exploradores en el Itinerarium Ususmaris; una colección de documentos donde se aparece un informe y una carta atribuidas al navegante genovés Antoniotto Usodimare.

Hijo de una ilustre familia genovesa durante la época de los grandes descubrimientos, Antoniotto se había instalado en Portugal, tierra soñada por los navegantes, pero también tierra de refugio que le permitía vivir a una distancia prudente de sus prestamistas. En 1455, mientras preparaba la expedición que descubrirá las islas del Cabo Verde, decide enviar informaciones sobre su viaje precedente a las costas de Guinea. El contenido de la misiva es más bien pesimista sobre los negocios, pero extremadamente importante para nuestra historia.

Su carabela –relata Antoniotto– había excedido de 800 millas al sur los mares conocidos por los cristianos y, aunque sea difícil de creer, un día más de navegación habría sido suficiente para perder de vista la Estrella Polar. En esas circunstancias descubre el río Gambia, donde la expedición se detiene para buscar oro y malaquita.

En tierra, a 300 leguas de los territorios del Preste Juan –continúa Usodimare– se topa con un capitán del Rey de Melli acompañado de cinco hombres, entre los que se encontraba uno «... de nuestra nación, creo que perteneció a la galera de los Vivaldi perdida hace 170 años...». El hombre blanco le explica que era, efectivamente, el último descendiente de la tripulación. Luego describe los elefantes, unicornios y los hombres con rabo que devoraban a sus hijos.

Sus antecesores, «... después de haber navegado mucho tiempo llegaron al mar de Ghinoia (¿Guinea?) donde una de las galeras varó sobre un banco de arena, la otra cruzó ese mar hasta llegar a una ciudad etíope llamada Menam donde fueron capturados por los cristianos sumisos al Preste Juan. Esta ciudad está atravesada por el río Sion». Extraño relato que persistirá15.

Cuatro siglos después, en 1877, el editor español Marcos Jimenes de la Espada, hombre de una extraordinaria erudición, descubre y publica bajo el título de Libro del Conosçimiento de todos los reynos y tierras y señoríos que son por el mundo...16, la narración del viaje de un hermano franciscano castellano, que en 1304 partió de Sevilla para recorrer el mundo.

El fraile viajero –cuenta El libro– cruzó un extenso golfo hasta encontrar una gran ciudad llamada Amenuan, capital de un reino homónimo. A partir de allí nuestro explorador remonta un enorme río hasta llegar, varios días después, a la ciudad de Graçiona, capital del imperio de Abdeselib, palabra que significa «Servidor de la Cruz». Ese pueblo defendía la Iglesia de Nubia y de Etiopía, y al Preste Juan, Patriarca de Nubia y de Abisinia. El país, rico en bondades, está dotado de una excelente agua que viene del polo antártico donde se sitúa el Paraíso Terrenal. En esos lugares tuvo noticias de la expedición genovesa:

...En la cibdad de Graçiona le dixeron que allí fueron traídos los Ginoveses que escaparon de la galea que se quebró en Amenuan, e de la otra galea que escapó nunca sopieron que se fizo...

El franciscano continúa su camino. Según El libro llega a la ciudad de Malsa (Melée), residencia del Preste Juan. Cuando inquiere sobre el Paraíso, le explican que estaba formado por altísimas montañas, próximas al círculo de la luna, rodeadas por mares extremadamente profundos, fuentes del Tigris, Eufrates, Gión y Ficxión, los cuatro torrentes más grandes del mundo. Nadie podía aproximarse; la última veintena de hombres que intentó escalarlas, jamás volvió.

Dos veces atravesó el río Gión y marchó cuarenta días hasta alcanzar la gran ciudad de Magdasor habitada por cristianos nubios donde, nuevamente, recibió noticias de los hermanos Vivaldi: «...A Magdasor le dixeron de un Ginovês, que dixeron Ser Leonis, que fuera en busca de su padre, y que fuera en dos galeas que contè de susso, è fizieronle toda onrra; è este Ser Leonis quiysiera traspasar el Jmperio de Graçiona, e buscar à su padre: è este emperador de Magdasor non le consintio yr, porque la yda era dubdosa, porque el camino es peligroso...».

Los archivos genoveses confirman la existencia de Sorleone Vivaldi, hijo de Ugolino. En 1302, o sea once años después de la partida, el notario Ambrolio di Rapallo registró una transacción efectuada en Sicilia, donde Sorleone –un joven de 17 años– señaló el nombre de su padre17.

Las coincidencias entre ambos escritos permiten presentir el fin de la aventura. En efecto, si se admite que la ciudad de Menam del Itinerarium es Amenuan de El libro, corresponde reconocer que los dos relatos concuerdan en describir el accidente de una de las galeras en las costas atlánticas africanas. Además, Magdasor puede asimilarse a Mogadisho, actual capital de Somalia. Así, el fraile viajero habría atravesado el continente africano de Oeste a Este, lo que no es del todo irreal, ya que especifica que su periplo duró bastante más de cuarenta días.

Estas dos hipótesis –plausibles, pero no demostradas– son el origen de varios intentos de completar la historia inconclusa de los hermanos Vivaldi.

Las interpretaciones de un viaje sin final

Durante el siglo XVIII el sueco Gräberg de Hemsö publicó en Génova fragmentos del Itinerarium. No obstante, sólo en 1843 –cuando El libro era aún desconocido– el historiador Giuseppe Canale en su célebre Nuova Istoria della Republica di Genova intenta por primera vez reconstruir los hechos. Atribuye –sin pruebas–, a los genoveses Vadino y Guido Vivaldi el descubrimiento de las islas Azores y de la isla de Madera, y a Ugolino Vivaldi el descubrimiento de las Canarias.

La publicación de El libro proyectó la imagen del hijo de Ugolino Vivaldi en busca de su padre en un puerto del océano Indico que bien podría ser el actual Mogadisho, de febril actividad durante la Edad Media. Esto permitió a una corriente de historiadores expresada por Rinaldo Caddeo, afirmar que la galera sobreviviente logró circunnavegar África, pero su tripulación fue hecha prisionera por el monarca etíope, celoso de mantener el secreto de los contactos con Oriente.

Esta hipótesis remplaza otra anterior del siglo XVI marcada por los viajes a América de españoles y portugueses. Entonces los letrados del Renacimiento buscaron con brío precursores genoveses del descubrimiento del nuevo continente. En ese espíritu Giustiniani, U. Folieta y P. Bizzarri da Sassoferrato, postularon que las galeras de los Vivaldi habían navegado hacia el poniente, tesis sostenida aún en el siglo XX por A. Magnaghi, con patriotismo genovés, pero sin pruebas.

Difícilmente se podrán encontrar aún informaciones sobre el destino de los hombres que intentaron, por primera vez, establecer vínculos entre dos mundos que el siglo XIII no tenían medios de comunicar. Sin embargo, podemos estar seguros que la proeza formaba parte de las tradiciones marítimas genovesas y, sin duda, fue una de los incitantes de otro navegante genovés que buscando –también él– ir a las Indias por «la Mar Océano», navegó hasta América.

Notas

Este articulo fue escrito a finales de la decada de 1980, en el marco del trabajo que culminó con la publicación de América Mágica. Había permanecido inédito desde entonces.
1 “... per mare Oceanum irent ad partes Indie, ...” Caffari et continuatorum in Annales Genuenses.
2 Por un extraño azar, siete años más tarde, Lamba d'Oria derrotó la flota veneciana en la batalla de Curzola (1298) donde fue hecho prisionero Marco Polo. Recluido, relató sus viajes a su compañero de celda, un escritor llamado Rustichello, quien redactó el célebre Libro de las maravillas.
3 Canale, Michel-Giuseppe, 1860, Nuova istoria della Republica di Genova..., Volume Terzo, Ed. Felice Le Monnier, Firenze, p. 348 y siguientes.
4 En el mundo imaginario, Ulises atravesó las Columnas de Hércules rumbo al sur. Igual lo hará Dante Alighieri en la Divina Comedia cuando parte en busca de su amada Beatriz. Esta obra fue escrita en 1307, tres lustros después de la partida de los Vivaldi.
5 D’Abano Pietro, (1250 - 1316), Conciliator controversiarum quæ inter philosophos et medicos versantur, differentia LXVII, fol. 102 c,G,H. Citado por D’Avezac M. Notice des découvertes faites au Moyen-Age dans l’Océan Atlantique, París, 1845. p. 22.
6 Heers Jacques, 1981, Cristophe Colomb, Hachette, p. 70.
7 Waley Daniel, 1969, Les Républiques médiévales italiennes, Hachette, París. Pp 35 - 37.
8 Canale Michel-Giuseppe, Nuova istoria..., op cit., Libro Undécimo, p. 37 y siguientes.
9 Caddeo Rinaldo, 1928, Le navigazioni atlantiche, Ed Alpes, Milano, p 19.
10 Heers, J., op cit, p.59.
11 Boorstin Daniel, 1986, Les Découvreurs, Laffont, p 213.
12 Canale Michel-Giuseppe, Nuova istoria..., op. cit., p. 580.
13 Boorstin Daniel, op. cit., p. 124.
14 Société de Geographie, 1829, Recueil de Voyages et de Mémoires, París,. p. 547.
15 Carta del 12 de diciembre de 1455. Publicada por Caddeo R., op. cit., p. 153 - 155.
16 Marcos Jiménez de la Espada publicó por primera vez este libro en el tomo VII de la «Colección de libros españoles raros o curiosos» en Madrid, 1874. Luego fue publicado en el apéndice al tomo II del «Boletín de la Sociedad Geográfica», Madrid, 1877, con el título Libro des Conosçimiento de todos los reynos y tierra y señorios que son por el mondo y de las señales y armas que han cada tierra y señorio por sy y de los reyes y señores que los proveen escrito por un franciscano español a mediado del siglo XIV.
17 Belgrano L.T., 1881, Nota sulla spedizione dei fratelli Vivaldi, p. 223.

Bibliografía

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