Aprende a pensar bonito. Esa fue una primera frase que movió mi mente hacia el corazón, que me llevó a reflexionar sobre los pensamientos que llegaban como nubes negras creando una tormenta de miedos que nublaban mi entendimiento. Tan acostumbrada a pensar y a problematizar la realidad, ¿cómo podía una simple frase venida de labios indígenas llevarme a preguntarme cómo es eso de pensar bonito? Más que respuestas, se abrieron preguntas: ¿es posible pensar bonito en este mundo enrevesado en el que la supervivencia es la constante que marca los pasos cotidianos? ¿Cómo se puede pensar bonito con una mente centrada en resolver el ritmo acelerado de la vida? Si desde el sonido del despertador de la mañana, que con su primer toque nos avisa que vamos tarde a donde sea que queremos de llegar, hasta la noche cuando nos vamos a la cama estamos pensando en lo que tenemos que resolver. ¿Cuándo se aprende a pensar bonito, si la vida pasa día a día como una secuencia inagotable de pensamientos que son todo menos bonitos?

¡Fíjate! Una invitación a pensar bonito lleva a pensamientos que vienen a la mente acostumbrada a problematizar la vida, más que a vivirla, causando el desconcierto que impide la posibilidad de detener el procesador mental para simplemente observar la vida desde el silencio o la pausa que alimenta la posibilidad de pensar bonito.

Es que pensar bonito es un llamado a cambiar el ritmo, a darnos la oportunidad de volver a una forma de vida más simple y a la vez profunda, en la que haya tiempo para respirar «conscientemente», para oxigenar el cerebro, desacelerar el corazón y así, escuchar el latido que calma el pensamiento, alimenta el alma y facilita reconocer todo lo bonito que nos rodea, que tenemos y somos. Se trata de una invitación para desintoxicar la mente de pensamiento negativos, para desaprender a preocuparnos y aprender a ocuparnos de vivir en el ahora de la vida en plenitud. Es disfrutar del instante que respiramos, reconociendo el techo, la alimentación, el abrigo, el afecto y cada acto simple que tenemos en este ahora que llena la vida y que olvidamos cuando evocamos el pasado con sus dolores y vacíos o nos vamos con la imaginación al futuro llenos de temores inciertos que nos sacan del presente en el que podemos pensar bonito.

La invitación de aprender a crear pensamientos bonitos proviene de los abuelos y abuelas originarios del Abya Yala o América, en mi caso la escuché de los pueblos que habitan los Andes y la Amazonia, donde camina la palabra, se respira la montaña, se vive la selva y se sienten los ríos, mientras la vida transcurre en el eterno presente del ahora. Quizás vivir alejados del ruido artificial del mundo mecanizado facilita la conexión con lo más profundo de la sabiduría que habita en las redes neuronales, de la misma manera que el contacto permanente con la tierra despierta los sentidos e incluso estimula la expansión de las capacidades ocultas del cerebro, simplemente por desconocimiento de nuestra propia naturaleza humana.

Pensar bonito es similar a ser sentipensantes, palabra que el sociólogo colombiano Orlando Fals Borda (1925-2008) recogió de un pescador anónimo que definió la naturaleza de los habitantes de las ciénagas caribeñas como la de seres sentipensantes, porque actúan con el corazón empleando la cabeza y no al revés cuando es la razón que guía la acción. También el periodista y escritor uruguayo Eduardo Galeano (1940-2015) acogió el término sentipensante para definir el lenguaje de la verdad, haciendo referencia a la gente que no separa la razón del corazón, que siente y piensa sin divorciar la cabeza del cuerpo ni la emoción de la razón. Es tan profundo este planteamiento que nutre las epistemologías del sur, con nuevas líneas de reflexión sobre el «sentipensamiento» como una propuesta de vida que no solo permite descolonizar los paradigmas puramente racionalistas, sino que aborda la propia mente humana.

«Sentipensar» es buscar el equilibrio entre la mente y el corazón, en un mundo que nos lleva a precipitarnos en la tormenta mental sin tiempo para detenernos en el ahora. Vivir en el aquí y ahora nos permite poner el foco en la respiración que oxigena el cerebro y alimenta el alma, inconsciente, subconsciente, la intuición o el nombre que, según las creencias, nos permitan comprender que somos mucho más que razón y que es posible pausar el ritmo trepidante de la cabeza para sentir el palpitar del corazón y así liberar el potencial de la mente presa en una cárcel de pensamientos incontenibles que marcan el paso de una vida alejada de nuestra esencia humana.

«Corazonar» es otra palabra que une el sentir y pensar, buscando la reconciliación de dos órganos vitales del ser humano, sin los cuales no podemos vivir pero que tratamos como si estuvieran separados. Corazón y mente pueden ir cada uno por su lado, sin que nos demos cuenta de que esa separación nos aleja de nuestra naturaleza «sentipensante», de la esencia humana y de la unidad de lo que somos.

«Sentipensar» y «corazonar» son palabras que coinciden con el postulado de la coherencia armónica que buscan las terapias cuánticas para encontrar el equilibrio entre el corazón y el cerebro, permitiendo que esta reconciliación nos lleve a la vida coherente o la vida plena. Se trata de armonizar la resonancia entre los pensamientos como ondas que vibran al ritmo del latido de las partículas que nos constituyen física y energéticamente.

Por su parte, pensar bonito no solo coincide con los planteamientos de las ciencias cuánticas sobre el cerebro como un holograma, sino que da un paso más allá para potenciar la capacidad que tenemos de crear la realidad como una computadora cuyos programas guían la estructura de lo que escribe el autor de la vida. Aprender a pensar bonito, es una invitación para disfrutar de la vida, de las experiencias, creando el futuro desde la vibración de lo bello en el instante del ahora que en realidad, es lo único que tenemos.