Nos vamos acostumbrando a vivir en un estado de guerra permanente, de la que las inmensas mayorías somos partícipes pasivos. Y eso es malo, porque ya lo tomamos como un hecho normal, cotidiano, que nos mantiene en un estado de temor permanente.

Hace tiempo ya que los grandes conglomerados del terrorismo mediático, siguiendo directivas de los departamentos de guerra externa, los fabricantes de armamentos y los servicios de inteligencia y desestabilización de sus gobiernos, habían asesinado la verdad, la primera víctima en cualquier guerra, desde Esquilo hace 2-500 años, hasta ahora.

A veces uno se pone a pensar si en realidad el mundo que se autocalifica de civilizado -el estadounidense, el europeo y el ruso- están en guerra. Millones y millones estamos desconcertados ante la pantalla de televisión tratando de identificar a los verdaderos contendientes, escondidos detrás de un sistema tecnológico de punta que nos limita a dar por verdadero eso que nos muestran, ese espectáculo que no solo invade nuestro espacio físico sino también nuestras percepciones de la realidad, en un escenario lleno de trampas conceptuales, donde la verdad es un molesto adorno.

Nos llenan de suposiciones, de miedos, de mentiras, de medias verdades, quizá con el único fin de que abandonemos, nosotros también, la sensatez. El tráfago incesante de (des) información nos tiene al borde de un total escepticismo. Vivimos la construcción de un relato que sirve para presentar un mundo binario donde el «bien» se enfrenta al «mal», pero que premeditadamente omite los elementos geopolíticos y geoeconómicos que guían las decisiones y también el comportamiento de los actores políticos.

El mundo ¿perdió? la sensatez y hoy está en una carrera desbocada por decir los mayores exabruptos, por llenarse la boca de insultos, por proferir amenazas y descalificar al prójimo al que se le considera representante degradado de la especie humana. Es una lucha solapada, en cuyos frentes no existe el fuego ni se observa caer a las víctimas. Las relaciones humanas han entrado en ese juego perverso de suposiciones y miedos fabricados adrede, dificultando aún más la práctica de la sensatez.

Nuevamente los países del Sur Global, de aquello que antes llamábamos Tercer Mundo, volvemos a sufrir el peso del mundo que no termina de nacer y el mundo que se niega a morir. Hay analistas que señalan que se trata de una guerra energética (no «energetizante»). El tesoro energético de los hidrocarburos fue malgastado porque para los «rapiña-boys» capitalistas era más fácil invadir, saquear y/o destruir a los países productores, que usar sensatamente la energía no renovable para su progresiva sustitución por las renovables, con la que lucran.

Sin duda hemos perdido nuestra capacidad de análisis en algún vericueto de la dependencia tecnológica y también por falta de hechos reales, creíbles, que podamos evaluar. Hoy, distinguir la verdad entre tanta falsedad sería un recurso elemental de supervivencia. Quedamos condicionados a aceptar como cierto, como real, relatos elaborados por sofisticados centros de poder (en estas guerras de cuarta y quinta generación), para que el gran público mundial crea en las seudoverdades que se les ofrece, pero las que no se pueden constatar.

El menú que nos ofrecen desde los países «centrales» es simple: hay que creer en la bondad de los buenos y la maldad intrínseca de los malos. Es el mundo bipolar de Hollywood, donde el bien estaba solo del lado de los buenos (obviamente los rubios estadounidenses que al final se quedaban con la rubia).

Accedemos a un escenario producido para el desconcierto general, estructurado para que identificar a los verdaderos contendientes resulte una tarea imposible, gracias a un sistema de tecnología de punta con el que se invade nuestros espacios físicos, percepciones de la realidad y capacidad de comprensión ante un cuadro plagado de trampas conceptuales.

Tras los espantosos ataques de las fuerzas israelíes contra los fieles que rezaban en Ramadán, volvemos a ser testigos (pasivos, claro) de otra cruel guerra israelí contra el pueblo palestino. Sin embargo, la solidaridad occidental, que se ha manifestado a favor de Ucrania, no aparece por ningún lado. ¿Será que la Palestina ocupada no tiene tanto derecho a la solidaridad mundial como Ucrania ocupada?

Es más, en su maniqueísmo mediático y político nos remiten a la Guerra Fría, queriendo hacernos creer que los rusos, además de malos, son comunistas, bolcheviques, olvidando la caída del Muro de Berlín, la disolución de la URSS. Y también los chinos son comunistas, y también hay que combatirlos. Por eso, no porque Estado Unidos y la Unión Europea están perdiendo la hegemonía.

Desde las instituciones religiosas y militares se santifica la obediencia, la sumisión y la guerra. Hoy el heroísmo está casado con la muerte. No nos equivoquemos: es un sistema de imposición ideológica. El dominio de las comunicaciones ha significado la pérdida de confianza en la verosimilitud del discurso y de la información periodística.

Algunos se atreven a decir que se trata de una forma perversa de dictadura, basada en el verso de la lucha por la libertad y la democracia, que sirve como canto de sirenas para imponer sistemas de inequidad y explotación, para garantizar la impunidad de la pirámide del poder.

Occidente parece ciego ante su propia hipocresía y sus estrechos intereses al pedir un orden basado en reglas. Trita Parsi llama la atención al señalar que los países no occidentales tienden a ver la guerra de manera muy, muy diferente a lo que nos cuenta la tevé. Pese a eficacia del presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenskyy para conseguir el apoyo de Occidente, el mensaje de Ucrania ha sido mucho menos convincente para las audiencias del Sur Global, donde muchos países se han negado a unirse a las campañas occidentales para sancionar a Rusia y aislarla diplomáticamente.

Esto quedó vívidamente claro en el Foro de Doha el mes pasado en Qatar, donde Zelenskyy y la viceministra de Relaciones Exteriores de Ucrania, Emine Dzhaparova, una tártara musulmana de Crimea, recibieron una gran plataforma de ayuda, señalando que esta guerra, en última instancia, no se trata de Ucrania, sino de la supervivencia del «orden internacional basado en reglas». No extraña que sea el mismo argumento que el que esgrime el presidente Joe Biden y los líderes europeos.

Hoy, con el pretexto de acabar con la autocracia de Vladimir Putin, Europa quedará endeudada, nuevamente, con las corporaciones económicas de Estados Unidos.

La carrera militar estadounidense responde a los temores del Congreso de que China y Rusia desarrollen ingenios que superen las capacidades de respuestas del Pentágono. Los beneficios para la industria militar son demasiado elevados, y los estadounidenses consideran desde hace tiempo que las superarmas son la clave para derrotar a los imperios del mal y asegurar un mundo de paz y prosperidad dominado por Estados Unidos, citó la publicación.

El plan contempla 4.700 millones de dólares que se destinarán al desarrollo de una nueva arquitectura de alerta y seguimiento de misiles, 1.800 millones de dólares al desarrollo de satélites GPS y a la integración de equipos militares de usuarios de GPS; 1.600 millones de dólares al desarrollo de capacidades de comunicación por satélite de resistencia a las interferencias; y 1.600 millones de dólares a lanzamientos espaciales de seguridad nacional.

Uno de los principales ganadores del nuevo presupuesto de Biden -y, por ende, de la nueva Guerra Fría- es el contratista de defensa L3 Harris, con sede en Florida. Este al igual que otros contratistas del complejo militar son los grandes beneficiarios de las apuestas por la guerra, tal como sucede hoy con Ucrania donde las empresas militares hacen su «zafra» financiera.

Tonya P. Wilkerson, subdirectora de la Agencia Nacional de Inteligencia Geoespacial, declaró que los satélites estadounidenses basados en el espacio han demostrado ser valiosos en la guerra de Ucrania al proporcionar al público imágenes de la devastación causada por la invasión rusa.

En la actualidad, Estados Unidos está desarrollando algunos sistemas de armas realmente fantásticos que se cree que ayudarán a ganar futuras guerras. Uno de ellos, la «Varilla de Dios», es una varilla de proyectil de tungsteno de 230 millones de dólares que mide seis metros de largo y 30 centímetros de diámetro y que puede lanzarse directamente desde la órbita en el espacio exterior y lograr la fuerza de impacto de un ataque nuclear, pero sin la lluvia radioactiva. No lo habíamos visto siquiera en la Guerra de las Galaxias.

Guerra fría ¿otra vez?

Un informe de Covert Action Magazine, suscrito por su editor jefe, Jeremy Kuzmarov, señala que la nueva guerra fría sigue siendo el telón de fondo de la mala distribución de los recursos públicos en armamento sacado de las películas de ciencia ficción. Mientras las tasas de indigencia se disparan y la educación pública se tambalea, la administración Biden propuso un presupuesto récord de 27.600 millones de dólares para militarizar el espacio exterior en 2023, un aumento del 25% respecto al presupuesto de 2022.

Un presupuesto adoptado en violación del Tratado del Espacio Exterior de 1967 que reserva el espacio «para fines pacíficos», el programa espacial de Biden está diseñado para mantener ventajas estratégicas sobre Rusia y China, que presuntamente desarrollan lo que las agencias de inteligencia estadounidenses consideran «armas anti-satélite destructivas», incluyendo misiles balísticos, que podrían ser «utilizados contra Estados Unidos».

Dicen que América Latina pertenece a Occidente, pero sería grave para su futuro que considere a China y Rusia como amenazas. Nuestra región se ha definido como zona de paz y no tiene (ni le dan) injerencia alguna en las disputas por la hegemonía entre las potencias. Incluso, alguna vez quiso forjar sus propias estrategias de seguridad y desarrollo sobre la base del latino-americanismo, la soberanía y la independencia, lejanas a las viejas tesis de la Guerra Fría y del monroísmo tradicionales.

¿El harakiri paneuropeo?

Pepe Steinleger recuerda que a raíz de la crisis financiera de 2008, Europa cayó presa de un innegable temperamento colérico (fácil de enojar, irracional y agresivo), por cierta impotencia consentida que estratégica y económicamente la subordina a Washington y porque sigue convencida de que sus luces inventaron la humanidad, como también el colonialismo, el racismo científico, la eutanasia, la teoría lombrosiana y los campos de exterminio diseñados por ingenieros y técnicos de excelencia académica.

Hoy los que dirigen Europa cultivan la amnesia histórica, olvidando a los cien millones de muertos en las guerras del siglo pasado, mientras hablan de la guerra como si fuese un juego de Play Station. Mientras, aplauden de pie al neonazi que preside Ucrania y se prestan a esta guerra estimulada por Washington, quizá sólo para dirimir la interna política entre republicanos y demócratas o satisfacer los negocios de Hunter, el hijo del octogenario Joe Biden, agrega.

Los mensajes de Occidente sobre Ucrania han llevado su sordera a un nivel completamente nuevo, el de la desconexión con gran parte del Sur Global, sobre todo por las exigencias occidentales de que hagan sacrificios costosos cortando los lazos económicos con Rusia para defender un «orden basado en reglas», que ha permitido que Estados Unidos viole el derecho internacional con impunidad.

Por ejemplo. Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, en un marcado alejamiento de Washington, han ampliado su apoyo económico y político a Rusia mientras rechazan la solicitud de Biden de bajar los precios del petróleo bombeando más crudo.

Las potencias sudamericanas como Brasil y México, los pesos pesados africanos Sudáfrica y Etiopía y la potencia asiática emergente India son mayoría en sus regiones en su negativa a sancionar a Rusia.

Por otra parte, aparece con evidencia que lo que se conoce como el mundo occidental será cada vez más provocativo con quienes estén ascendiendo: azuzaron a Rusia colocando en sus fronteras un cerco armamentístico que provocó su reacción violenta.

Pero usted puede estar seguro que no tardarán en acicatear la provocación contra China y algunos de sus proyectos, como la llamada Ruta de la Seda, que ya en Centroamérica ha sido considerado «proyecto hostil» cuando en El Salvador y Panamá restablecieron relaciones diplomáticas con la República Popular China y se anunciaron megaproyectos conjuntos que favorecerán al comercio mundial.

El decaimiento del poderío estadounidense y sus adláteres europeos auguran años de turbulencias de los que, ojalá, salgamos más o menos indemnes, pues el potencial destructivo con el que cuentan hace temer que la especie humana pueda desaparecer de la faz de la Tierra si en alguno de los enfrentamientos que se auguran alguien aprieta el botoncito nuclear… y no quede nadie para hacer el relato.