Solamente la verdad nos hará libres y no hay tesoro más hermoso, ni preciado que la libertad. Este principio atemporal está recogido de la tragedia griega de Edipo Rey, escrita por Sófocles y sigue estando presente a través de los siglos. Esto lo supo entender muy bien Edipo y caló en lo profundo de su corazón, apenas tuvo sospechas de que algo se le ocultaba, indagó sobre su origen, hasta que finalmente encontró la verdad.

Edipo llegó a Tebas, ciudad que estaba custodiada por una esfinge, que planteaba un acertijo a todos los viajeros que iban por los caminos y en caso de no adivinarlo, los mataba.

Edipo logró descifrar el misterio, dando de este modo muerte a la esfinge y proclamándose Rey de Tebas, que era la recompensa prometida por el pueblo a quien los liberara del terror. Asimismo, se desposó con Yocasta y tuvieron varios hijos. Años más tarde, la peste amenaza la ciudad.

Edipo lo tenía todo, el amor de Yocasta, a la que creía su esposa, el reconocimiento de su pueblo, riquezas y poder. Pero en el fondo de su alma albergaba la duda, como una lucecita apenas insignificante, como una vocecilla imperceptible que apenas se oía, pero él, sí prestó oídos, porque sabía que tener la conciencia limpia es lo que nos hace ser verdaderamente dignos, y en vez de acallar la duda, buscó esclarecer los hechos.

Cuántas veces por miedo a afrontar la verdad, acallamos nuestras conciencias, justificamos las obras impías con un «dejémoslo pasar», «no va con nosotros». Qué ejemplo más valiente nos da Edipo.

Él podía haber hecho oídos sordos a los rumores y pensar que no iban con él, pero su dignidad y su honestidad fueron lo primero, y cuando vio que vivía en incesto con Yocasta, y de ahí venían todas las desgracias para su pueblo, confesó su pecado y se sometió a las leyes que él mismo había dictado, para el causante del mal. Esto le llevó a cegar sus ojos para siempre, pero la luz que resplandeció en su interior, sumergió su vida en la verdadera paz.

Es curioso que muchos siglos después, el escritor J.R.R.Tolkien (1892) escribiera El Señor de los Anillos una saga de novelas fantásticas, en que su amor por los mitos y su fe devota, se unieron para defender que la mitología es el «eco divino de la verdad», y que los mitos contienen ciertas verdades fundamentales.

La historia de este libro, que en definitiva es una representación de la lucha entre el bien y el mal, transcurre en varios reinos imaginarios y mágicos, como La Tierra Media, La Comarca y Mordor, que están habitados por seres fantásticos, hobbits, elfos, orcos, y este relato se puede trasladar al mundo actual.

Un anillo de gran poder, se convierte en el eje central de la novela, pues debe ser destruido, ya que en manos equivocadas supondría la victoria del mal. Con el fin de llevar a cabo esta hazaña, se funda una comunidad compuesta por hombres y por criaturas fantásticas (elfos, enanos, hobbits).

El protagonista Frodo (un ser mágico lleno de bondad y valor) se enfrenta al monstruo Gollum y finalmente logra arrebatar y destruir el anillo.

Este libro puede leerse como una alegoría espiritual, porque los personajes que aparecen tienen un carácter simbólico. Asistimos a una búsqueda de la verdad y de la justicia, ya que en el Señor de los Anillos aparece un mundo poblado por seres fantásticos, enfrentados en combates épicos contra la maldad del Señor de lo Oscuro.

La obra de Tolkien representa una concepción de la guerra, como el origen de todas las desgracias de los pueblos, sus personajes están llenos de valores nobles como la lealtad el honor, la valentía y el sacrificio.

La verdad reside en el bien y el respeto a la libertad, por eso esta obra se puede transpolar a las grandes batallas entre el bien y el mal, que han existido en todo los tiempos. En El Señor de los Anillos hay un mensaje hermoso de luz, así nos dice Tolkien que: «El amanecer es siempre una esperanza para el hombre».

En la actualidad, vivimos tiempos convulsos y de incertidumbre, como las guerras que destruyen la vida, siembran el pánico y llevan a los hombres a una huida sin retorno. Son muchos los males que azotan a la humanidad, como las persecuciones a causa de diferentes ideologías, las pandemias, hambrunas, desastres naturales.

Estamos siendo testigos atónitos y mudos, en unos casos con un grito contenido, y el corazón desgarrado ante tanta barbarie, porque a nadie, con un mínimo de sensibilidad, la injusticia y el dolor pueden dejar indiferente.

Ante esta situación incomprensible y de horror hace que no encontremos una respuesta, para comprender por qué existe el dolor en el mundo, ni hallemos una justificación ante tanta crueldad y espanto.

Hoy más que nunca, necesitamos descubrir el misterio, que nos permita llenar ese recipiente vacío que es nuestro espíritu, cuando no encuentra las respuestas que den sentido a la vida. Hoy día, en que estamos viviendo avances científicos y tecnológicos nunca imaginados, seguimos sin encontrar la respuesta a los grandes interrogantes de nuestra existencia y al porqué del sufrimiento.

Y se va más allá del escepticismo humanista, porque damos por válido todo argumento sobre la verdad, aunque nada sea cierto. No podemos caer en la angustia existencial que nos sumerge en el vértigo de la nada. Debemos dejar espacio para las grandes historias que nos hablan de Dios y de la dimensión espiritual del hombre.

Es en los momentos difíciles, cuando nos enfrentamos a nuestros miedos y oscuridades, cuando debemos recuperar el pensamiento más ético y auténtico, que se basa en valores atemporales de justicia, honestidad, respeto a la vida y a la libertad.

Edipo rey

¡Hijos míos nuevos vástagos del antiguo Cadmo!
¿Qué tenéis que impetrar de mí, cuando venís a esta audiencia con ramos de suplicantes?

(Sófocles, Edipo rey)

Desde el principio, abriste tu corazón
a la verdad.
No buscaste ocultarte en sombras grises,
siempre te atrajo la pura voz que embriaga,
como la sed nos arrastra
al manantial.

La claridad a veces se oscurece,
como las tardes indolentes sobre el lejano mar.
Los ojos impasibles, se ahogan en la escarcha,
sin la certeza de un bello despertar
y añoramos soñar con lunas pálidas,
que siembren la luz en nuestro caminar.

La realidad a veces lacerante,
deja la puerta semiabierta,
y la duda se cuela en la penumbra
respirando asfixiada por el peso,
y se instala para siempre en nuestras vidas,
y nos mantiene despiertos
hasta la madrugada.

Tu nombre va asociado a la tragedia.
Edipo, ya es sinónimo de horror,
de un cruel y despiadado sino
que cegando las pupilas de tus ojos,
te iluminó la oscuridad del corazón.

Tú llegaste de un valle de luciérnagas
donde atisbaste un rayo de esperanza,
sin pasado, sin memoria, en soledad.
Descifraste el dilema, inabarcable,
que la esfinge custodiaba en su interior
conquistando un reino de oropeles
al que llegaste con victorioso honor.

Cuando se contempla la verdad
ya no existe el pasado solo la premura
insaciable por llegar a vislumbrar
la blanca claridad.

La misma luz que te dio la libertad
te descubrió los secretos más terribles
que te llevaron a arrancar tus ojos
para jamás contemplar lo inadmisible.

Tus ojos, como cuencos desahuciados,
recogieron la lluvia de la tarde
poblada de nostalgia y caracolas,
de espuma sonrosada y platino
de espejos cristalinos y lagos profundísimos,
donde poder contemplar en cada ocaso
la negra luz de tu cruel destino.