Nota: Este texto es redactado en la mañana del 10 de marzo, en la Ciudad de México.

Hades vuelve, después de 27 años de terminada la Guerra de Bosnia, a recorrer Europa. El 24 de febrero del presente año tropas rusas comenzaron la invasión a Ucrania que, para el momento de la redacción de este texto no ha terminado. El autócrata ruso, Vladimir Putin, incapaz de aceptar que Ucrania sea un país europeo y democrático, lejos de la funesta influencia de Moscú ha escalado el conflicto originado en el 2014, cuando manifestaciones civiles en Kiev empujaron a la creación de un gobierno liberal.

La reacción de Moscú ha incluido la invasión y anexión de Crimea, apoyar (incentivar) los movimientos separatistas en Donetsk y Lugansk. Pero la sensata y urgente intención del gobierno ucraniano de ingresar a la Unión Europea y a la OTAN, han desatado la ira e invasión de un autócrata y su corte de lambiscones oligarcas. El futuro de Ucrania democracia, su libertad y su Estado está en riesgo.

Vladimir Putin, me recuerda los temores del novelista británico Bram Stoker respecto a los vampiros del Este de Europa, que se alimentan de la sangre de inocentes. Somos testigos de la más injusta de las guerras en los últimos años. Por ello, pretendo mostrar una guerra con todos los elementos de nuestro siglo.

Guerra y comunicación

La relación entre los conflictos bélicos y los medios de comunicación es complicada. Por un lado, han servido para acercar al público en general a las grandes batallas y violencia de la guerra. La Guerra Civil Americana fue el primer conflicto ampliamente cubierto por los periódicos; sobre todo por la fotografía. El espléndido trabajo de Alexander Gardner entre otros, con sus cámaras portables permitió acercar a la opinión pública a la brutalidad, a la sangre, a los cuerpos sin vida después de la batalla.

Desde entonces los comandantes no solo deben ganar en combate, sino por el dominio de la opinión público. El avance tecnológico significó un incremento en la proximidad de la guerra para los no combatientes. Primero la fotografía, después la radio, los noticieros en las matinés y las escenas en televisión de Vietnam. Sin embargo, para 1990 esta tendencia se revirtió; el incremento en tecnología y la transmisión en vivo de los combates en Kuwait contrastaba tanto con la vida cotidiana en América y Europa que la Guerra del Golfo no existió. La experiencia del combate de los soldados en el frente fue radicalmente diferente a la del televidente, quien veía, como nunca, la actualidad y realidad de la guerra tan cercana que chocaba con la paz de las salas de televisión.

Parecía una guerra de película; que no fue real.

Hoy, la invasión a Ucrania no solo está en nuestros televisores sino en nuestros bolsillos junto a nuestros calzoncillos. ¿Qué tan real nos es la guerra? Una guerra a la que tenemos acceso directo a nuestra absoluta voluntad; mil y un imágenes o detalles: podemos ser observadores omnipresentes: ¿Nos es más cercana o ficticia?

Tenemos la crueldad del bombardeo a hospitales y el heroísmo de los combatientes ucranianos en nuestros dedos. De modo inmediato. Se nos rompe el corazón al ver a los niños despedir, quizás para siempre, a sus padres que se quedan a pelear. Un niño de tres años desesperado sin entender porque su padre, el centro de su vida, no puede ir con él.

Y el mismo tiempo, en época de posverdad, la mentira, el engaño, la propaganda engañosa, los mitos, las falacias y el poder manipulando se entremezclan con los hechos reales. Y nos quedamos en una corriente de información sin criterios, donde se entremezcla todo. Los dioses omnipresentes ven su mirada nublada por la niebla de la posverdad digital.

Hay otros dos elementos a mencionar al hablar de nuestra realidad mediática y la guerra. Por un lado, el uso de las comunicaciones para hablarle a la población enemiga, intentando ganar su empatía y apoyo, al tiempo de separarlos de sus autoridades. Ucrania ha intentado hablarle al enemigo, a sus familias, a sus esposas y madres; a su opinión pública.

Hace unos días Steven Colbert entrevistó a Anderson Cooper, quien desde el oeste de Ucrania está reportando. Una de las respuestas más interesantes de Cooper es suponer que la amplia cobertura mediática sirve como escudo a las estrategias más crueles que las tropas rusas han usado en otros conflictos sin tanta cobertura mediática.

Sanciones

Si bien solo Ucrania ha combatido la invasión, las naciones libres han intentado apoyarla a la distancia. Mandando armas, pero no tropas, golpeando la economía y los privilegios de la oligarquía sin enfrentar a Rusia en el campo de batalla. ¿Por qué? ¿Por qué no mejor ir directamente?

Las decisiones de Biden, Macron y Johnson han buscado mantener un delicado equilibrio. Por un lado, deben fortalecer a Ucrania y debilitar a Rusia, por el otro no escalar el conflicto; evitar que Putin ataque otras naciones y que use armas químicas o nucleares.

No ha sido fácil.

La intención del mundo libre ha sido buscar quitarle a Putin el apoyo popular y de sus élites. Ni un hombre, ni el más poderoso de los dictadores, gobierna solo. Y si su gobierno golpea los intereses de su corte, la corte buscará quitarlo. Quizás, lo que esperan las autoridades americanas y europeas es formar a las élites a hacer lo mismo que la guardia pretoriana hizo con Calígula.

¿Es una estrategia realista? ¿Estamos pecando de ingenuos? ¿Volveremos a ver a los ciudadanos rusos tomando el Palacio de Inverno? ¿Se podrán detener los sueños imperialistas de Putin sin la intervención militar directa de las potencias libres, golpeando la economía y dejando que los ucranianos sean los únicos que paguen con sangre?

Las sanciones, por más fuertes que sean, creo no moverán la voluntad imperialista de Putin. El sufrimiento de sus ciudadanos ante una dura crisis económica le importará poco, ¿a cuál autócrata le importa su población? Y mientras regule la información hacia adentro y mantenga controlada y contenta a la oligarquía su régimen no corre riesgo. Si Putin mantiene en su bolsillo la hacienda y las armas rusas, las sanciones no lo detendrán.

Narrativa liberal

En Ucrania hoy no solo se juega la independencia de un Estado y un pueblo con ansias de vivir en un país libre y democrático. Se enfrentan dos visiones de mundo radicalmente diferentes y que no siempre pueden convivir. Por un lado, la reconfiguración de una potencia conservadora y autocrática que funciona bajo las lógicas imperiales del siglo XIX. Un gran Estado que sirve como centro y tutor de una serie de satélites de mediana autonomía; todo bajo la dirección de un hombre que encarna la historia, al pueblo y los intereses (monolíticos y homogéneos) de una cultura.

Por el otro, las esperanzas e ilusiones de miles y millones de ciudadanos de vivir en países abiertos al mundo, libres y democráticos; donde los derechos humanos reinen y los gobernantes estén sujetos a leyes e instrucciones. Ucrania, marcada por una historia trágica y dolorosa, pretende unirse a las sociedades abiertas lejos de los caprichos de Putin.

Esta es una guerra por la libertad, por los derechos humanos y por la expansión de los valores universales del liberalismo. Putin no es el primer autócrata que enfrentan los pueblos libres y tampoco será el último. Mientras vemos la lucha en el Este de Europa no olvidemos el Estrecho de Taiwán. La independencia de Taiwán, nación libre por derecho propio, frente a la amenaza de la dictadura de Pekín, no debe perderse. Este es un proceso que no va a terminar nunca; cada generación debe cuidar lo ganado y seguir luchando por lo que falta.

Valdría la pena reconocer los errores y pecados de las naciones libres a lo largo de su historia. Estas fallas, donde hemos quedado cortos a los ideales liberales, son el pretexto de los dictadores, autócratas y sus propagandistas. Sin embargo, con todas las fallas del mundo libre, hay que reconocerlo como el proyecto social y político que basado en los derechos humanos de todos ha traído más prosperidad, ciencia y paz en la historia de la humanidad. Y es un mundo que vale la pena cuidar, mejorar y defender. Millones de seres humanos, pasados y presentes, han dado lo mejor de sí, sus ideas y vidas en la hoguera de la libertad en favor de todos los demás. Hoy el pueblo ucraniano y los voluntarios que los acompañan están en la primera línea entre la democracia y la tiranía; entre los pueblos libres y la sombra de un nuevo señor oscuro que amenaza todo lo que es bello y valioso en el mundo

En las noches, no olvidemos rezar por Ucrania.