La peor pesadilla bélica se ha hecho realidad, a penas cumplidos veinte y dos años del pretencioso siglo XXI, tan adelantado en todo, salvo en convivir en paz. El mundo ha reaccionado y no hay quien no opine, busque las causas posibles, haga vaticinios, y exprese su parecer. Con toda razón, aunque hasta hace pocas semanas, tal vez no tenía idea dónde estaba Ucrania, confundida entre las antiguas repúblicas soviéticas, pero, todas bajo la sombra omnipresente y dominante de Moscú. La guerra fue imposible anticiparla, si bien algunas señales la advertían. Lo malo fue que todo occidente no quiso verlas, no se atrevió a actuar, o no supo qué hacer. Algunos logramos entreverlas vagamente, sin adivinar. Me remito a pasadas columnas anteriores que amablemente me publicaron. En todo caso alejadas a la realidad de hoy, que sobrepasa lo predecible. En un mundo interconectado, donde todo se graba, registra u opina en redes, nada se oculta. El horror y destrucción de un hermoso país y su gente, solo por decisión de un nuevo déspota que se ha incorporado a la historia. Eso sí, tenemos un elemento que no estuvo en ejemplos pasados. Esta vez, antes que desaparezca Vladimir Putin, ya ha sido juzgado lapidariamente, salvo por incondicionales.

Podrían ser innumerables las motivaciones de su acción, basada en la historia, tradiciones, identidad rusa, sentirse amenazado, megalomanía desquiciada, o cualquier otra. Seguramente reales, atendibles, y hasta compartidas por parte de su población, normalmente condicionada y desinformada expresamente, so pena de represiones brutales, encarcelamientos o eliminación. Sería inconducente referirse a ellas, ni tampoco útil en estos momentos. Lo que ha sucedido y se está desarrollando ahora, y que podría variar todavía más al publicarse estas líneas, ya permiten una tajante conclusión: es totalmente inaceptable.

Tampoco resulta necesario profundizar en la personalidad del causante. Sería especulativo escudriñarlo y pretender conocerlo. Impenetrable y decidido a hacer uso del poder y del temor. Hay que tener presente sus palabras y sus actos, sin más elucubraciones. No resalta por lo que expresa, sin oratoria, ni publicaciones, ni opiniones trascendentes, ni nada. Es una extraña mezcla de pretendida grandiosidad zarista y oscura burocracia bolchevique oportunista. Un extraño en los lujosos decorados de los palacios imperiales que usurpa. Siempre hosco, amenazante, pulcro sin resaltar, aunque lo pretenda, con movimientos automáticos que balancean su brazo izquierdo. Nada atractivo, aunque le encante exhibirse como un luchador de judo invencible. Lo grave es que este personaje sombrío, tiene y utiliza, la segunda y más poderosa fuerza bélica del mundo, y lo más grave: posee el control nuclear. Sus ejércitos los está empleando contra Ucrania y su gente, masacrándola. El botón nuclear es la incógnita, ¿Lo apretará? Nadie lo quiere, está claro, pero ¿bastará para que no lo haga? No se puede asegurar, y una nueva guerra europea, parcial o mundial, de ello depende.

El sistema internacional de postguerra no ha podido funcionar. No fue diseñado para impedir que las cinco potencias permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, se confronten entre sí. Se deberían poner de acuerdo, por su responsabilidad primordial en el mantenimiento de la paz y seguridad internacional, aunque fuere sumamente difícil. No ha sucedido, si bien por ahora, la fuerza utilizada por Rusia y su máxima autoridad, contra un Estado vecino menos poderoso, se ha materializado. Las otras cuatro potencias, y sus aliados occidentales, han respondido, eso sí, no con armas ofensivas afortunadamente, con sanciones y la condena mundial. Procuran no arriesgar ni provocar al agresor, y disuadirlo. Sería el peor escenario y la guerra inevitable. La utilización de la antigua Resolución Unión Pro Paz, de los años cincuenta en la guerra de Corea, donde la Unión Soviética impidió con su veto, como ahora, todo arreglo, ha servido para demostrar la opinión mundial. De 193 Estados, Rusia ha quedado aislada por 141 votos que la condenan. Solo cinco contrarios, Rusia el causante, Bielorrusia a sus órdenes, Eritrea, que pocos saben dónde está, Corea del Norte, el más sancionado, y Siria, con otro dictador que resiste ocho años de revolución gracias a Putin. Una comparsa intrascendente. Algunas abstenciones interesadas que no apoyan ni condenan, pero no obstruyen, y otros temerosos que no participaron.

Un rechazo elocuente y abrumador, que, no siendo vinculante, permite recomendar ponerlo en práctica, sin violar legalmente los compromisos contraídos, de quienes lo deseen. Por sobre los tecnicismos legales, lo real es que Rusia solo puede utilizar su poderío para seguir actuando. Ha sido condenada y su aislamiento crece. Arriesga su futuro de gran potencia respetable. Comprometió su confiabilidad y prestigio. Se esfumaron, aunque Putin pretenda mantenerlo. Ha sido desenmascarado, está solo en su cruel aventura, aunque gane la guerra y termine por controlar Ucrania, imponiendo sus drásticas condiciones. Nunca será una victoria. Las potencias, por definición, no solo tienen que ser poderosas, sino que igualmente respetables para ejercer ese poder con legitimidad. Solo mantiene sus fuerzas militares, igualmente desafiadas por una resistencia notable, heroica, y que no se rendirá, aunque dominen el país. Su presidente Zelensky, se ha engrandecido y transformado en símbolo, aunque lo derroten, emigre su población, saquen del poder o lo eliminen. Esa guerra injusta ya la ganó, y el ambicioso Putin, en vez de obtener la buscada gloria, solo ha logrado el descrédito, y la responsabilidad histórica de integrar la oprobiosa lista de los grandes criminales de la humanidad. Rusia es más que Putin, y prevalecerá sin él.

Ya es tarde, no importan las razones ni motivos, aunque tuvieren algo de razón. Occidente no ha entendido a Rusia, tampoco a Putin. Ha estado ciego, o ha sido ingenuo, nublado por sus intereses, razonando según sus prácticas habituales. Biden ha procurado ser más fuerte, más decidido, para borrar su derrota estrepitosa en Afganistán y reganar su prestigio. Ha logrado aunar fuerzas para sancionar a Rusia, aunque cueste acordarlas y tarden en hacerse realidad. Sin embargo, presenta flaquezas, no solo personales evidentes, sino que en sus actos. Por ejemplo, no le importa volver a considerar al apoyo iraní, o venezolano, para que los precios del gas y petróleo no escalen, y la gasolina suba impulsando la inflación en Estados Unidos, y su consecuencia inevitable, el que pueda perder las futuras elecciones. Rusia lo sabe, presiona, y cada día gana más dinero que le sirve para contrarrestar las sanciones y proseguir la guerra. Una paradoja increíble de nuestro mundo interdependiente, el sancionado se ve afectado, aunque paralelamente se enriquece por las sanciones. Por sobre lo señalado en estos comentarios, lo verdaderamente importante hoy, es que Ucrania está siendo martirizada, y el mundo no lo olvidará.