Hace unos meses, mi editora, Amelia Romero, dejó su casa de Alhaurín el Grande en la provincia de Málaga y se trasladó a Villanueva de Córdoba, en plena Sierra Morena. Pero no lo hizo por gusto, sino porque el aumento desmesurado de los alquileres en algunos lugares de España le obligó a buscar otro sitio donde vivir.

Con tristeza me cuenta que ha tenido que dejar atrás, además de amistades, recuerdos y alguna lágrima, un piano que le había regalado a su hija, tristemente desaparecida, ya que transportarlo le costaba un pastizal.

En 1964, fundó con quien fue su marido, José Batlló, la mítica colección de poesía El Bardo, de donde más tarde surguió la editorial Los Libros de la Frontera. En El Bardo, he tenido el privilegio de editar dos poemarios Sit tibi terra levis y Mil grullas de origami.

Sit tibi terra levis, lo inicié el 29 de septiembre de 2015 y lo terminé el 5 de agosto de 2016, entre Andújar y Castelldefels. Surgió como reflexión sobre el paso inexorable de la vida.

Recuerdos de la guerra
camaradas
y un corazón perdido
en cada hogar.

Mil grullas de origami, dedicado a Takumi Gamero, un nieto medio japonés que percibo allende los mares.

Takumi es un buscador
de sonrisas,
la vibración de un taiko,
porque estamos de fiesta,
porque se deshace la distancia
en su casa de ciprés y abeto.

Una grulla
que atraviesa la noche,
¡qué buen augurio!

Hace muy poco fue ayer
y ahora estamos sucediendo
bajo el cielo de Mitaka.

Pero el que yo haya publicado dos poemarios en esa colección, es algo intrascendente en el devenir de la editorial. Anteriormente, me precedieron en el sello, en su primera época, poetas tales como Gabriel Celaya, Leopoldo de Luis, Gloria Fuertes, Manuel Vázquez Montalbán, Ángel González y muchos otros que enriquecieron la poesía española contemporánea. Más tarde llegarían Carlos Sahagún, Miguel Labordeta, José Agustín Goytisolo, Alejandro Duque Amusco y María Cinta Montagut, por nombrar solo algunos.

Hablo con frecuencia con Amelia y deduzco que poco a poco va encontrando su sitio en su nuevo pueblo.

Este torpe cronista le ha preguntado una obviedad:

—Amelia, ¿no te ha dado pena dejar atrás tantas vivencias?

—Claro que sí, Felipe, pero la vida nos golpea y tenemos que seguir.

Hago aquí un inciso para decir que considero a nuestra editora una persona fuerte, pero que, como cualquiera, tiene sus límites.

Prosigue:

—Al irme de Málaga después de tanto tiempo me dolió, sin embargo, pensé que un traslado casi siempre es bueno y que, además, dentro de poco no voy a poder llevarme ni las zapatillas, pues pronto cumpliré 80 años. La gente aquí es buena y hay paisajes increíbles, además, como ahora solamente soy asesora de la editorial, mi labor puedo hacerla en cualquier lugar desde donde pueda conectarme a Internet.

Hace mucho tiempo que conozco a Amelia, allá por los años setenta y tantos del siglo pasado, que expresado de esta forma parece más lejano, cuando publicó Poesía Contemporánea de Centroamérica, con selección de Roberto Armijo y Rigoberto Paredes.

Vivía entonces en Barcelona y, al margen de su actividad profesional, su relación con el profesor Nicolás Capo (Laurito, Italia 1899 - Barcelona, 1977), que dedicó su vida a divulgar la trofología o naturismo integral, porque une el nudismo a una dieta para regenerarnos de las enfermedades producidas por una mala alimentación hizo que se convirtiese en una convencida vegetariana.

El profesor, por las tendencias nudistas que practicaba discretamente con otros seguidores en la masía Can Torelló de Gavà y por su radical fe naturista, resultó excesivo para la triste España de la época. En 1952, la cárcel primero y el exilio durante 15 años, no consiguieron callarle y dejó un legado imborrable, que su hija Ondina ha transmitido a varias generaciones.

«¡Padre ajo, que estás bajo tierra, óyeme!» Con esta invocación al oloroso bulbo empieza la Plegaria al ajo, un sorprendente padrenuestro en el que se glosan las virtudes medicinales de esta planta («¡Unido al limón, penetra en las gargantas de los hombres y desinflama sus amígdalas purulentas!», «¡no te demores en penetrar en el estómago de los hombres y cicatriza sus úlceras!», y así pasando por el hígado, las encías, los intestinos, las piernas varicosas y otras muchas partes del cuerpo humano necesitadas de curación»). De esta manera, reproducía El Periódico de Cataluña una evocación de este personaje que marcó toda una época.

Actualmente, sus nietas prosiguen su labor a través del restaurante vegetariano L’Hortet, que fundara Ondina en 1990, ubicado en la calle del Pintor Fortuny de Barcelona.

En 2012, Amelia, en colaboración con Ondina fundó, la que iba a ser un nuevo intento de revitalizar la trofología, La Colección Epona, reeditando algunas obras del profesor: Trofología práctica y trofoterapia, Medicina naturista de urgencia y Mis observaciones clínicas sobre el limón, el ajo y la cebolla.

Ahora, Amelia recorre Sierra Morena en busca de hierbas y sostiene que no existen las llamadas «malas hierbas», ya que todas tienen una función alimenticia o terapéutica. Esa denominación denigrante es una invención de las farmacéuticas interesadas en vendernos sus productos «auténticos venenos», que nunca sanan, sino que mantienen siempre enfermas a las personas al camuflar los síntomas, pues si nos curan o morimos, se les acaba el negocio.

Ahí está la verdad, proclama: borraja, albahaca, vinagrera, achicoria, collejas... También, eucalipto, bellotas, cardos, cardillos cristianos, verdolaga, lechuga silvestre, amaranto, cola de caballo, artemisa, acebo, manzanilla, malva, bledo, trébol, alcarciles, espárragos, algarrobas, moras, higos, madroños, setas, amapolas... Sin olvidar el tomillo, el hinojo y el romero.

Asombrado la escucho, me ilustra y me da una lección de fitoterapia: «la cola de caballo se usa para calmar dolores; la artemisa, para los resfriados y la bronquitis, ya que es muy expectorante; la manzanilla, para casi todo lo relacionado con el estómago y no expreso más de ella porque es muy conocida, me dice; el eucalipto, para molestias del pecho: asma, bronquitis..., orégano, para las inflamaciones; acebo, para las fiebres. ¿Y qué puedo agregar que no se sepa del poleo, la pasiflora, el aloe vera o el hinojo...?»

«¿Vacunas? ¡Otro engaño más! ¡Yo no las quiero, son para vosotros, que coméis cadáveres de animales repletos de antibióticos!» Manifiesta con ese énfasis que le dan sus inmutables creencias.

Amelia es bajita, vigorosa, con una luz en los ojos, que los avatares de la vida no han conseguido apagar. Es simpática, pero con algunos brotes de mal genio que enseguida corrige con una sonrisa que te reconcilia. Vivir en Villanueva de Córdoba, el pueblo de la poeta Juana Castro, en el Valle de los Pedroches, la frontera con Extremadura y Castilla La Mancha de tanta historia, eso, imprime carácter, sin duda.

Así como contemplar cada tarde ponerse el sol en las estribaciones de Sierra Morena, que se funde, como si fueran siamesas, con la Sierra de Andújar. Allí, mora la venerada por tantos, Virgen de la Cabeza con su romería, que, según los lugareños, es la más antigua de España. En el siglo XIII, dicen que ocurrió el prodigio.

Nos ilustra Manuel Mateo: «Cuenta una piadosa leyenda que una noche de mediados de agosto de 1227 un haz de luz despertó a un pastor que dormitaba cerca de su rebaño en el cerro del Cabezo, en mitad de Sierra Morena. De aquella luminaria irrumpió la Virgen que pidió al pastor que en aquel lugar apartado y recóndito construyeran sus fieles un santuario donde la veneraran. Sobrecogido por aquella aparición el pastor Juan Alonso de Rivas contó en Andújar lo ocurrido. Hasta tres veces se apareció la Virgen aquel verano y en la última sanó el brazo del pastor como prueba de su bondad». En el XVI, llegó Cervantes para pregonar la fiesta y después de más de 800 años, continúa.

Por el camino viejo, los romeros suben cantando:

Quiero ver esas carretas,
retama y romero en flor
y que mi gente te cante
con guitarras y tambor.

No hay lugar donde no encuentre
tu carita de jazmín
con la manta por los hombros
en esas noches de abril.

Sintiéndote aquí conmigo
se me nubla la razón
porque se acerca a tus manos,
Madre mía, el corazón.