Ya estamos cerca del primer aniversario de la administración Biden. Como recordamos, en el contexto internacional de la pandemia de la COVID-19 y de la recesión económica global de 2020, se realizaron las elecciones generales en los Estados Unidos de América en el mes de noviembre con la victoria de la fórmula de Joe Biden y Kamala Harris del Partido Demócrata.

Ya para el 20 de enero de 2021 se instaló la nueva administración estadounidense con Biden a la cabeza del poder ejecutivo y Antony Blinken como secretario de Estado. De manera que, durante el año 2021, se han ido revelando los rasgos de su nueva política exterior.

«América ha regresado, la diplomacia ha regresado», dijo Biden después de asumir la presidencia.

Ha quedado en evidencia el tono diplomático y multilateral de la nueva administración procurando mejorar y fortalecer los lazos de los Estados Unidos con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la Unión Europea (UE), así como con el G-7, el G-20 y la Organización de las Naciones Unidas.

A diferencia del unilateralismo de Donald Trump, ha prevalecido un multilateralismo según el cual los Estados Unidos opta por sus alianzas con los europeos para frenar a Rusia y a sus aliados del Asia-Pacífico para contrarrestar a China. También, a diferencia de Trump, trata de apoyarse más en los organismos internacionales tales como las Naciones Unidas y sus foros, especialmente los que promueven las agendas verdes. Estados Unidos ha vuelto al Acuerdo de París del cambio climático y a ser miembro activo de la Organización Mundial de la Salud. Es otra forma de promover los intereses nacionales de la gran potencia través de las alianzas geopolíticas y los organismos internacionales procurando colocar a Estados Unidos como el líder de la coalición occidental.

De esta manera, la administración Biden trata de que la rivalidad y la competencia entre China y Estados Unidos se convierta en una rivalidad y competencia de China versus Washington y sus aliados.

Otro rasgo esencial de la política exterior del nuevo gobierno que ya casi cumple un año ha sido la abrupta retirada militar del Oriente Medio, especialmente de Afganistán y de Irak y la tendencia a reorientar sus recursos financieros y militares hacia el Asia-Pacífico. Aunque es necesario recordar que la retirada de tropas había sido iniciada por Obama y continuada por Trump.

También ha sido evidente la tendencia a formar o fortalecer alianzas políticas y militares en el Asia Pacífico, especialmente la formación del Grupo Quad con Australia, la India y Japón. Dicha preferencia por las alianzas en el Asia-Pacífico ha generado incluso roces y resentimientos en aliados tradicionales europeos como Francia.

En el Oriente Medio, Biden continúa con las alianzas tradicionales con Israel, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos y las monarquías del Golfo Pérsico. El apoyo a Israel se mantiene inalterable y no va a revertir las medidas de Trump sobre el traslado de la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén. Se respetan como positivos para la paz regional los «Acuerdos Abraham» de paz entre Israel y países árabes. Y, en otro tema, se muestra dispuesto a negociar con Teherán para reactivar el acuerdo de 2015 sobre el programa nuclear.

Sin embargo, los escenarios prioritarios de lucha y competencia se trasladaron desde Oriente Medio hacia Europa y, en primer lugar, hacia el Asia-Pacífico, donde el punto de mayor fricción y potencial conflicto es el estrecho de Taiwán y sus alrededores como las islas Senkaku en Japón.

También prioritarios para la administración Biden han sido los temas del combate a la pandemia de COVID-19, preferentemente a través de las campañas de vacunas y las agendas del cambio climático como se reveló durante la reciente COP 26 en Glasgow, Escocia. Aquí pareció que el gobierno estadounidense trató de mostrarse como el líder global de las luchas contra el cambio climático frente a sus rivales, los mandatarios de Rusia y China que no asistieron a las reuniones.

Por otra parte, han continuado las tensiones con la Federación de Rusia y con la República Popular China, particularmente en el tema de Taiwán. Al respecto hay señales aparentemente contradictorias. Como cuando Biden contesta que ante una invasión de China a Taiwán los Estados Unidos saldrían en defensa de Taiwán y además inició una campaña para promover «una mayor participación de Taiwán en los organismos internacionales», pero en la más reciente reunión virtual con Xi Jin Ping afirma que los Estados Unidos reconocen la política de una sola China. Es posible que el matiz dependa del tipo de foro y del interlocutor, lo cual no es extraño en los políticos y en los gobernantes o que la tradicional diplomacia de «ambigüedad estratégica» en el estrecho de Taiwán se esté modificando hacia una línea más dura y cercana con la isla.

En general, Biden más bien ha incrementado el apoyo a Taiwán, particularmente en los ámbitos diplomáticos y militares. No solo con la ya tradicional venta de armas, sino que ha trascendido a los medios de prensa que hay militares estadounidenses entrenando a tropas del ejército de Taiwán. Asimismo, Biden mantiene las altas tarifas de importación para los productos chinos. Ambos temas generan una fuerte reacción en contra por parte de las autoridades chinas.

En cuanto al tema de la relación de Biden con China no se cumplieron las expectativas de la campaña electoral en la que se anunciaba una especie de luna de miel entre las dos grandes potencias, pero hasta el momento la relación se ha caracterizado por las tensiones sin llegar a un clima de Guerra Fría. Ha habido tres reuniones virtuales entre los jefes de gobierno en las que se ventilaron las diferencias, pero también las coincidencias.

Biden ha identificado a China y a Rusia como los rivales en la lucha mundial entre democracia y autoritarismo, procurando fortalecer el liderazgo de los Estados Unidos en el bloque de las democracias.

En cuanto a la América Latina y el Caribe, no parece haber algo así como una política exterior escrita de la administración Biden, ni algo parecido a una Alianza para el Progreso ni un Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) y ha prevalecido una diplomacia reactiva de ir enfrentando o a veces evadiendo los temas prioritarios y conflictos del momento. Está prevaleciendo también un tono más diplomático y multilateral concentrado en dar mayor dinamismo a la Organización de Estados Americanos, como se ha visto en el asunto de Nicaragua. También el Fondo Monetario Internacional sigue siendo un actor global muy presente en la mayoría de los países, como por ejemplo en Argentina y en Costa Rica.

Han tenido importancia los temas de la migración, sobre todo centroamericana y particularmente la frontera con México, así como los asuntos de Cuba, Venezuela, Bolivia y, últimamente, sobre todo Nicaragua. En los temas de migración hay también más continuidad que cambio.

No se cumplieron los pronósticos de algunos analistas en el sentido de que Biden retomaría la diplomacia de Obama con Cuba. Más bien la política de Biden en este punto ha sido una especie de continuidad de la de Trump.

Así también en Nicaragua, no se nota una tendencia a coexistir con Ortega sino una línea incluso más dura que la de Trump, aunque debemos reconocer que las circunstancias han variado mucho pues el régimen orteguista se radicalizó totalmente en los últimos meses.

Cuando escribimos estas líneas nos enteramos de que Biden ha aplicado nuevas sanciones al mandatario Daniel Ortega, a su esposa Rosario Murillo, a los ministros de su gobierno y otros funcionarios, quienes no podrán viajar al territorio de la potencia de norte. Y, por su parte, el gobierno de Ortega ya denunció la carta de la Organización de Estados Americanos, lo cual significa la salida de Nicaragua de dicha organización continental. Paradójicamente la radicalización de Ortega en Nicaragua ha devuelto protagonismo a la OEA, Organización de Estados Americanos.

En la relación con Venezuela hay también más continuidad que cambio, aunque Biden ya no pone sobre la mesa la posibilidad de una intervención militar en dicho país.

Otro tema interesante y novedoso es la política hacia el gobierno de Nayib Bukele, gobernante que se ha acercado mucho a China y se ha distanciado de los Estados Unidos. Así como el gobierno de Honduras que tiene una relación muy cercana con Daniel Ortega y Nicolás Maduro, lo cual parece inquietar a Washington. Sin embargo, ya el Departamento de Estado envió felicitaciones y expresó disponibilidad a trabajar conjuntamente con la nueva administración que inicia funciones en enero próximo.

La relación con el México de AMLO era mejor en el tiempo de Trump y en palabras del secretario de Estado Blinken: «Colombia es el aliado preferencial de los Estados Unidos en América Latina».

Al cumplirse un año de la administración Biden hay un estilo pragmático de conducir la política exterior según el cual a veces se continúa con medidas y políticas de Trump o de Obama y a veces se innova un poco, pero en general apegado a un tono más multilateral y diplomático de promover el interés nacional de los Estados Unidos.