Hoy día la siempre problemática y difícil de definir «salud mental» está, básicamente, en manos de la psiquiatría. Junto a ella, acompaña el abordaje del sufrimiento anímico una psicología que pone el acento en la consciencia, en la voluntad, en la posibilidad de «poner de su parte y salir adelante», en «afrontar los problemas de la vida y ser resiliente», en «actuar en positivo». La idea de inconsciente, legada por el psicoanálisis, descubrimiento fabuloso que trajera Freud a comienzos del siglo XX, no goza de la mejor estimación en este campo. El psicoanálisis, por tanto, sigue siendo visto con recelo. Se le acusa de innumerables cosas: de que es pansexualista, de que son elucubraciones decimonónicas hoy inaplicables y superadas por las neurociencias, que implica un tratamiento demasiado largo donde el paciente queda «dependiente» del terapeuta, de que es una práctica individualista desligada de lo social, y otras tantas preciosuras por el estilo.

Al no tener el rigor del laboratorio, para una amplia visión epistemológica no sería ciencia estricta: no pasa de la habladuría, de la charlatanería. En ese sentido, es imposible «curar» por medio de palabras. Eso sería, según esta visión —muy difundida, por cierto— práctica chamánica, brujería.

Dice el psicoanalista argentino-francés Juan David Nasio, discípulo dilecto de Jacques Lacan:

¡Sí, el psicoanálisis cura! ¿Cómo justificar semejante afirmación? Me he dado cuenta de que mi experiencia clínica y mi reflexión teórica se han enriquecido con el paso de los años y de que los pacientes que manifestaban su gratitud luego de concluido su tratamiento eran cada vez más numerosos. Hoy me digo que puedo y debo confiar plenamente en la eficacia de mi larga y apasionante práctica psicoanalítica que no dejo de conceptualizar, de enseñar y de compartir con otros clínicos. Es esta confianza la que me incita a decirlo, sin vacilar: ¡Sí, el psicoanálisis cura! Evidentemente ningún paciente se cura completamente, y el psicoanálisis, como todo remedio, no cura a todos los pacientes ni cura de manera definitiva. Siempre quedará una parte de sufrimiento, una parte irreductible, inherente a la vida, necesario a la vida. Vivir sin sufrimiento no es vivir.

Es útil destacar que el psicoanálisis, contrariamente a lo que sostienen sus detractores, ha demostrado desde el inicio su indiscutible eficacia para tratar numerosas afecciones: trastornos del humor (depresiones), trastornos ansiosos (fobias), trastornos alimentarios (anorexia, bulimia), trastornos obsesivos y muchas otras patologías que llevan nuestros pacientes a la consulta. La eficacia del psicoanálisis se verifica asimismo en el tratamiento de la depresión del lactante, en el de la neurosis infantil, en la resolución de conflictos familiares, conyugales, o hasta profesionales, sin olvidar el papel de co-terapeuta que desempeña el analista en el tratamiento de las neurosis graves y de las psicosis trabajando en colaboración con un psiquiatra que prescribe la medicación. Pero, hagamos una salvedad. Para que el psicoanálisis sea eficaz, es necesario que quien consulta reúna las siguientes características: que sufra, que no soporte más sufrir, que se interrogue sobre las causas de su sufrimiento y que tenga la esperanza de que el profesional que lo va a tratar sabrá cómo librarlo de su tormento.

Una precisión con respecto a la palabra «curar». Habitualmente «estar curado» significa haber superado una enfermedad. Por supuesto, la mayor parte de nuestros pacientes no están enfermos en el sentido médico del término, sufren por estar en conflicto consigo mismos y con los demás. Justamente, es ese conflicto interior y relacional lo que el psicoanálisis intenta hacer desaparecer. En suma, y desde el punto de vista psicoanalítico, uno está curado cuando consigue amarse tal cual es, cuando llega a ser más tolerante consigo mismo y, por lo tanto, más tolerante con el entorno cercano.

Suele decirse, como prejuicio, que el psicoanálisis se despreocupa de los problemas sociales. Como toda teoría —la física, la química, la matemática— lo «social» está en su implementación. Los conceptos de la física nuclear, por ejemplo, pueden servir para generar electricidad con la que iluminar toda una ciudad, o para hacerla volar en pedazos con una bomba. Lo importante es el proyecto político-social, la ideología en que se encarna. El «compromiso político-social» está en la que forma en que esa teoría ese implementada por trabajadoras y trabajadores concretos, de carne y hueso, que articulan esas formulaciones en una praxis determinada. El psicoanálisis es una teoría revolucionaria por cuanto rompe patrones, deja ver cosas nuevas del sujeto, instaura una pregunta crítica a la ética. Qué se pueda hacer con ella depende del proyecto humano para el que se lo implemente. En otros términos: las y los psicoanalistas pueden trabajar atendiendo pacientes en el ámbito de la práctica privada, o fomentando políticas públicas para beneficio de toda la población. O igualmente, desde su esquema conceptual, se puede abordar la interpretación de fenómenos históricos, sociales, culturales, proponiendo nuevas formas de entender mucho de lo humano.

Sabiendo que el malestar, dicho de otro modo: el conflicto —la interminable «lucha de contrarios», para expresarlo en términos hegelianos, dialécticos— es el motor de lo humano —en lo micro y en lo macro—, quienes ejercen el psicoanálisis tienen mucho que hacer en el ámbito de la salud mental. Desde una posible política pública que no ponga el énfasis en el manicomio ni en la psicofarmacología, se debe generar una cultura que no niegue ni tape los conflictos en la esfera psicológica. Es decir: hay que apuntar a hablar de ellos. Por allí debería ir la cuestión: no estigmatizar los problemas —comúnmente llamados, quizá en forma incorrecta, «mentales»— sino permitir que se expresen. «¡Sea positivo!» …, ¿y si eso no se logra? Dicho en otros términos: priorizar la palabra, la expresión, dejar que los conflictos se ventilen.

Esto no significa que se terminarán las inhibiciones, la angustia, el malestar que conlleva la vida cotidiana, no terminarán las fantasías, los síntomas, las congojas. ¿Cómo poder terminar con ello, si eso es el resultado de nuestra condición? La promoción de la salud mental es abrir los espacios que permitan hablar del malestar. ¿Qué significa eso? No que podamos llegar a conseguir la felicidad paradisíaca, a evitar el conflicto, a promover la extinción de los problemas (ningún medicamento ni acción terapéutica, consejo bienintencionado o libro sagrado lo podrá lograr nunca). En tanto haya seres humanos habrá diferencias (culturales, étnicas, de género, etáreas, de puntos de vista), lo cual es ya motivo de tensión. Pero no de patología. Por lo que inhibiciones, síntomas y angustias habrá siempre, y no puede dejar de haber. A lo que habría que agregar delirios, alucinaciones, transgresiones. Todo ello es el precio de la civilización. Tal como dice Freud en El malestar en la cultura:

La maldad es la venganza del ser humano contra la sociedad, por las restricciones que ella impone. Las más desagradables características del ser humano son generadas por ese ajuste precario a una civilización complicada. Es el resultado del conflicto entre nuestras pulsiones y nuestra cultura.

El psicoanálisis, en definitiva, aporta su granito de arena para hacer la vida un poco más llevadera.

Notas

Freud, S. (1992). «El malestar en la cultura». En: Obras completas. Volumen XXI. Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Nasio, J.D. (2017) ¡Sí, el psicoanálisis cura!. Buenos Aires: Paidós.