Los antiguos griegos dividían claramente el mundo social en dos esferas: la pública y la privada. La primera se hacía cargo de todos los aspectos de la vida ciudadana: la administración, ética, visión del futuro con todos sus proyectos, el diálogo, las reflexiones colectivas y también filosofía y las artes. Esta era denominada «πολιτικός» (politikós), palabra que tiene su origen en el termine polis, ciudad, y que en práctica significa «ciudadanos» o la cosa ciudadana. Su antípoda, «ἰδιωτικός», idiotikós, que hace referencia a lo privado, que al apartarse de los intereses generales y, como sabemos, transformó su significado como consecuencia del absoluto desinterés en los temas públicos e implicó posteriormente ignorancia o incapacidad de pensar y actuar civilmente en la vida ciudadana.

Con el tiempo y especialmente hoy, si preguntamos a la gente respecto a sus asociaciones referentes a la política, llegamos a varias conclusiones: una es que el concepto ha sido totalmente desvirtuado, que la diferencia entre lo público y lo privado se ha confundido y la dimensión ética, visión y proyectos por el bien común, se han perdido completamente. Como consecuencia, los ciudadanos han dejado de ser activos y con su apatía y distancia, en relación a los temas públicos, han delegado toda la responsabilidad a los supuesto «políticos» de profesión, que en muchos casos siguen y persiguen exclusivamente sus intereses personales o de grupo, excluyendo a las mayorías y por ende a los ciudadanos, renegando así el alma de la política.

La política, en nuestros tiempos, ha dejado de ser reflexión y diálogo y esto nos ha llevado, no sólo una falta de consenso, dirección y objetivos comunes, sino que además a una falta de control sobre todo en relación a las decisiones «políticas» y sus implicaciones. Es urgente y necesario aceptar, que sin política no se puede administrar la sociedad; por este motivo y por el bien de todos, tenemos que rescatar el viejo significado del término «política» y redefinirlo como virtud. Para hacerlo tenemos que participar, informarnos, discutir y evaluar activamente lo que sucede a nivel económico social y el como se administran nuestros problemas, recursos e intereses; o mejor dicho, hay que responsabilizarse directamente en la administración pública, organizándose desde abajo.

Un esfuerzo que implica tantos aspectos y dimensiones de la vida social. Entre ellas, el alejar la política de los «idiotes», es decir, de lo privado, de la ignorancia y corrupción, sabiendo a priori, que si la política no es virtud, entonces está auto condenada a la subordinación y humillación cotidiana con todos sus engaños, fraudes y mentiras. Por esta razón, es menester redefinirla, alejando de su esencia y práctica cotidiana a los «ιδιωτης» (idiotes), con todos sus gastados temas e intereses, que no incumben a las mayorías. Sin una fuerte participación política y una opinión pública activa y bien informada no existe democracia.

Volviendo a los viejos griegos y sus distinciones, la vida privada lejos de la interferencia pública, es un espacio dedicado a la libertad personal, que incluye dimensiones importantes en la vida moderna: la intimidad, sexualidad, creencias y experimentaciones a nivel individual, donde todo está permitido, menos hacer mal o subordinar otras personas, que también tienen derecho a vivir su libertad. En esto descubrimos, más allá de la ética, tolerancia y respeto, un aspecto importante que los griegos no consideraron: la riqueza de la vida pública depende de una vida privada que la nutra e innove y esta, la vida privada, es dependiente de la riqueza de la vida pública, ya que en realidad difícilmente podemos separar la una de la otra.