Como ya lo hiciera la Superintendencia Arqueológica de Pompeya con su proyecto para la recuperación de las antiguas técnicas de viticultura de la mítica ciudad, en nombre de la tutela y valorización de los viduños autóctonos -en ese caso aquellos de los antiguos romanos antes de la erupción del Vesubio y cuya primera producción se registró en 2001-, ahora y siempre en la región de la Campania félix, revive la viña del Palacio Real de Caserta con un antiguo viduño.

De hecho, como afirmaba la dinastía borbónica del Reino de Nápoles: «Los vinos de esta comarca son excelentes tanto los blancos como los tintos y son de los mejores del Reino, ya sea por su calidad y naturaleza, como por la grata sensación que reavivan el paladar. Bajo la denominación de Pallarelli, son muy estimados en los almuerzos». Así se referían aquellos reyes entre los más importantes de Europa a la vid de aquel nombre, que decidieron plantar incluso en los jardines del Palacio Real de Caserta, en el Bosque de San Silvestre, para producirlo directamente en las «Reales Delicias». Era tanto su amor por el vino, que eligieron para su Viduño real el Pallagrello tal y como se le conoce hoy día.

La viña de los orígenes era la que abastecía los banquetes y la bodega real, dotada con una extensión de unas cinco hectáreas en el bosque de San Silvestre. Por su parte, la otra viña conocida era la del Abanico, así llamada por estar formada por viñedos de uva diferente, en una plantación con forma de abanico -que en realidad tenía un valor más bien de representación, expositivo-monumental. A lo largo de los siglos, el bosque fue invadiendo gran parte de este terreno, resultando solo una hectárea libre. Y justamente esa hectárea es la que ha sido destinada al concesionario, Tenuta Fontana, que tras despojarla de la maleza la ha relanzado a su antigua producción que era «el principal objetivo -afirman María Pina y Antonio Fontana- que hemos conseguido y sabemos lo que cuenta esta meta».

Se recuerda que cuando invitaba a sus prestigiosos huéspedes, para quedar por todo lo alto, el rey Fernando IV (hijo de Carlos de Borbón, rey de Nápoles, y futuro Carlos III de España) los obsequiaba precisamente con el Pallagrello, el regalo más apreciado: el vino de la Viña del Rey.

Compitiendo con la familia real francesa, el Palacio de Caserta (47.000 m2, 1200 aposentos, 1742 ventanas, 34 escaleras y enriquecido con un parque de 120 has) más conocido como la Reggia, surgió por encargo del primer monarca del nuevo reino de Nápoles, Carlos de Borbón, que mandó edificar un palacio capaz de desafiar al de Versalles en cuanto a magnificencia. Así pues, para conseguirlo, encargó el proyecto a Luigi Vanvitelli, que consiguió el mayor Palacio Real del mundo, considerado la última gran realización del barroco italiano, cuya primera piedra se posó en 1752 con una solemne ceremonia para ser ultimado en 1845. Todo un status symbol.

Tras la Unificación de Italia, la consecuente caída del Reino y la extinción de los monarcas, la viña del Palacio Real de Caserta, con el abandono de la sapiente mano de obra en el Bosque de San Silvestre, llegó a su fin. Hasta que hará unos cuatro años, la real demora borbónica, con el objetivo de relanzar el monumento y no solo como un inmenso museo sino como un palacio pleno de vida, descubrió la existencia de la Viña de la Reggia en el citado bosque, ladeando la más coreográfica y célebre del Abanico. Y así se puso en marcha el proyecto para reactivarla asignándolo al citado concesionario externo, viticultor de demostrada calidad. Fue el precedente director del conjunto borbónico, Mauro Felicori, el que decidió que el Palacio debía revivir en todas sus funciones, es decir: «volver a ser una casa viviente». Un empeño que hizo época.

Actualmente, la Reggia casertana, bajo la nueva y activa dirección de Tiziana Maffei, es patrimonio de la Humanidad, evidenciando que las iniciativas de viduños en monumentos patrimonio Unesco son contadísimos. Se trata de un desafío del renacer de la Viña de la Reggia en el bosque de San Silvestre, que si era ya un reto socio-cultural, cabe añadir, también burocrático. Algo así como una revolución en las costumbres tradicionales de la administración, que, como en el pasado, ya no debía conservar o, al máximo tutelar, sino también producir.

Como declara la directora de la Reggia:

La antigua viña borbónica vuelve a tomar vida gracias a este ambicioso proyecto cuyos frutos veremos y saborearemos el próximo año. Como se ha indicado, la Reggia de Caserta, nació como la máxima representación de prestigio del nuevo reino de Nápoles, completada en su estructura con el bosque de San Silvestre. Al igual que numerosos sitios reales borbónicos, fue concebido como parte de un articulado sistema productivo territorial. No se ha descuidado nada y la importancia de este patrimonio cultural, histórico y artístico se incrementa por el valor concreto que en la vida diaria asumía, no solo para la familia real sino también para todos aquellos que vivían en este territorio. Uno de los objetivos del conjunto vanvitelliano es reconocer esta relevante herencia y valorizarla, dando espacio a las posibilidades creativas en estos fértiles lugares, en el espíritu propio del museo contemporáneo, que reconoce la potencialidad de un instituto cada vez más al servicio de la sociedad y de su desarrollo sostenible.

Prácticamente, tras cuatro años el reto ha dejado de ser una aventura: el concesionario, la bodega Tenuta Fontana en Pietrelcina, la patria del venerado Padre Pío, se ha empleado en descubrir, plantar y cuidar esmeradamente, día tras día, la vid de Pallagrello -el antiguo Piedimonte-, y la vid ha vuelto a renacer transformándose en una uva lista para vendemiarse.

El proyecto ligado a la nueva vida de la viña de San Silvestre pasa a través de la máxima valorización del Viduño protagonista en este proceso. Para obtener este objetivo y conseguir una correcta maduración del vino, se ha preferido envasarlo en ánforas de terracota, con el fin de obtener una madurez del vino sin interferencias por parte del contenedor y mantener intactas las características organolépticas del antiguo Viduño. Este, provenía de la localidad Monticello (origen atestado por un epígrafe en esa localidad, realizado por voluntad de Fernando IV de Borbón, que impedía categóricamente a los no autorizados atravesar la viña del Pallagrello). Las plagas desde inicios del siglo XX, junto con la decadencia social y política de las regiones sureñas, contemporáneamente al desarrollo industrial de la agricultura y de la enología piamontesa y toscana, contribuyeron a su acelerada desaparición y a un substancial olvido a pesar de las indudables calidades ampelográficas. Esencialmente, se convertía en vino de mezcla en la producción campesina. Ahora, tras un largo letargo salvado como resulta en su primera vendimia.