A unas semanas de las elecciones parlamentarias de medio término, donde se renueva en su totalidad la Cámara Baja (diputados), la actual administración de López Obrador y su partido MORENA viven su peor época. Nada les sale bien.

Están cosechando el resultado de una serie de decisiones y políticas torpes, sin técnica ni visión de Estado. El gobierno del mesías tropical ha resultado una aglomeración de decisiones improvisadas, cargadas de torpeza ideológica, terquedad política y austeridad negligente. México vive una de sus peores crisis económicas, un paupérrimo manejo de la pandemia, los muertos se acumulan, el narcotráfico corre rampante sin límites por el territorio y la transición de la dictadura de partido único a un país libre y democrático corre riesgo de revertirse.

Ante tal panorama hay una variable que no hay que dejar de revisar, la presencia de EE. UU. La historia de México no se entiende sin la presencia de su vecino del norte. Para bien y para mal México comparte destino con la nación más poderosa de la historia.

Hoy en 2021 hay un fenómeno interesante, simbolizado en la gran cantidad de mexicanos que han recibido su vacuna contra el virus de la COVID-19 en EE. UU. La estrategia y ejecución de vacunación en México ha sido lenta, caótica y desesperante. En México, el tercer país a nivel mundial con víctimas mortales por COVID-19, según la Universidad de Washington, han muerto más de 600,000 personas; apenas se han vacunado 12.7 millones de 127.9 millones de habitantes.

México apenas ha vacunado a los adultos mayores de 60 años (no a todos) y a los trabajadores de la salud (solo a los del sector público, no privado). Este mes de mayo, en teoría inicia la vacunación de adultos entre 50 y 59 años y a los que laboramos en el sector educativo. En teoría, porque la información es poca y la experiencia de un gobierno ineficiente y negligente que ha despreciado la pandemia, no inspiran confianza.

Es por esto que miles de mexicanos de clase media y alta han decidido volar a EE. UU. a vacunarse allá. No han esperado a su gobierno, con una prudente desconfianza. Urgidos por saberse seguros, ante la pandemia más importante en 100 años, de romper el aislamiento y regresar a su vida pasada, la lentitud de las autoridades mexicanas los ha orillado a pagar con su dinero el viaje para ser inmunizados.

Corre un meme por redes sociales donde presumen que el presidente que más mexicanos ha vacunado es Joe Biden.

Debemos detenernos a pensar en las implicaciones de esto. Uno de los sectores sociales más importantes en lo económico, la clase media y clase alta, hacen de lado a su Estado en favor de uno extranjero en la consecución de un servicio tan importante como la vacunación contra la covid. Siguiendo una racionalidad mercantilista, quienes nos estamos yendo a vacuna a EE. UU., si nuestro Estado no nos cumple buscamos otro.

Me atrevo a pronosticar que este fenómeno marcará el futuro de México. En 1985, después del terremoto de septiembre y la paupérrima respuesta del gobierno de ese entonces, la sociedad mexicana despertó. Se dio cuenta de que no necesitaba de su Estado para resolver sus problemas; fue el surgimiento de la sociedad civil mexicana y uno de los hitos más importantes de la transición democrática.

Ahora nos enfrentamos a un fenómeno muy distinto, con individuos que, prudentemente, ante la negligencia e ineficiencia del Estado mexicano recurren a otro. ¿Qué relación queda entre un gobierno y su población? ¿Qué justificación le queda al Estado mexicano para existir si sus ciudadanos buscan en otro aquello que no puede darles?

¿Se están cumpliendo los sueños, 175 años después de James K. Polk?

Creo que este fenómeno es apenas la superficie del iceberg. Más allá de las vacunas, EE. UU. se ha vuelto refugio del México de la transición democrática y la apertura económica. El actual presidente de México se ha empeñado en destruir el incipiente e imperfecto país liberal. Al terminar la Revolución mexicana, México se reconstruyó como una dictadura de partido único, donde la autoridad máxima era el presidente: el gobierno de un solo hombre. No existía la división de poderes, ni Estado de Derecho, ni respeto a los Derechos Humanos, donde la corrupción era el catalizador de la vida nacional.

El México postrevolucionario era la dictadura perfecta, el ogro filantrópico que camuflaba su autoritarismo en una pantomima democrática, en cooptación con pago de dádivas a grupos de poder y en un imperfecto estado de bienestar. Ese país se terminó en la década de los 80 cuando su deuda, incapacidad de ser financiado y la lucha de distintas fuerzas políticas, de derecha e izquierda, por democracia y libertad lo volvieron insostenible. México entró, junto con otras naciones en un proceso de apertura política y económica. Es este proyecto al que se opone el presidente López y su partido quienes quieren volver al México postrevolucionario.

Y ante la falta de una verdadera oposición política representada en los partidos, quienes han plantado cara a las ocurrencias del presidente López han sido la prensa, organizaciones de la sociedad civil, algunos académicos y Estados Unidos de América.

Los desencuentros inician en la estrategia energética mexicana que intenta regresar por completo el control de la industria al Estado y con los hidrocarburos como prioridad. Con ello México violenta el tratado de libre comercio con EE. UU., daña inversiones privadas internacionales de modo ilegítimo y se pone en contracorriente a la tendencia mundial de proteger el medio ambiente invirtiendo en energías limpias. En defensa de la libre competencia y el cuidado del medio ambiente.

El gobierno de Estados Unidos se ha vuelto, en concordancia con los tratados internacionales, un actor importante en la protección a periodistas, y el combate a la corrupción; al financiar a organismos de la sociedad civil como lo permite el TEMEC. Pero al presidente de México le molesta que otros se lancen en contra de la corrupción, porque para él esta es una herramienta política que le permite atacar a opositores y premiar a sus aliados.

Quizás la diferencia más importante sea el combate al narcotráfico. Ya van dos voces de alto nivel americanas, tanto de la DEA como el exembajador Landau, que se han quejado de la inacción mexicana contra los cárteles del narcotráfico. El gobierno de México, siendo leal a su slogan «abrazos no balazos», ha abandonado muchas plazas al poder y control del narco. Por otro lado, las autoridades americanas detuvieron y quisieron juzgar al general mexicano Salvador Cienfuegos por vínculos con el narcotráfico. El presidente López salió vehementemente en su defensa.

¿Cuál ha sido la respuesta del presidente López? Enojarse. Por un lado, voltea y coquetea con los principales rivales de EE. UU. a nivel mundial; China y Rusia. Se les compran vacunas al por mayor sin importar que no hayan sido autorizadas por las principales autoridades sanitarias del mundo, el canciller mexicano viaja a Moscú y los rusos son invitados de honor a la conmemoración de los 200 años de la consumación de la independencia.

Por el otro, a últimas fechas el presidente López ha reciclado el viejo discurso anti yanqui, aparentemente tan arraigado en el nacionalismo mexicano. Todo esto como estrategia electoral, algo análogo a lo que intentaron Victoriano Huerta y Francisco Villa, en momentos distintos, para ponerse como defensores de la soberanía nacional. Me atrevo a adelantar que no será una estrategia exitosa, hoy la sociedad mexicana es más norteamericana que latinoamericana, con lazos de unión muy fuertes en lo cultural, familiar, económico y migratorio con su vecino del norte. Cada año, cada generación, México es más cercano en su cultura, intereses y economía con EE. UU.

Ante la tragedia que se vive en México: ¿qué queda? Una vieja tradición americana que los mexicanos tenemos poco de haber adoptado: el voto libre como control al gobierno.