Tiempos de pandemia y cuarentenas, tiempos de lectura. Los libros deberían ser un bien de primera necesidad, aunque muchos gobiernos no lo entienden así y en sus instructivos de confinamiento obligan a cerrar las librerías, que al igual que las editoriales deben sobrevivir con intrincados sistemas de envío a domicilio, bautizados «castizamente» como delivery.

Como polvo en el viento, la última novela del escritor cubano Leonardo Padura, lanzada en agosto de 2020, tal vez no registrará las ventas masivas que merece por culpas combinadas de la COVID-19 y el abandono de políticas culturales, arrasadas por las industrias de la entretención virtual que hacen fortuna en todo el mundo desparramando banalidades y contenidos faranduleros de la mano del virus.

Tiempos de pandemia, tiempos de pensar. Cuando los contagios masivos y la multiplicación de cepas del coronavirus aumentan la incertidumbre, en un escenario mundial de gobernantes irresponsables y megalómanos que reeditan códigos de la Guerra Fría, hay que recurrir a los intelectuales de verdad, aquellos creadores de mirada serena e imaginación libre, que no temen sumergirse en los procesos sociales y políticos en el necesario rescate de la condición humana.

Tiempos de pandemia, tiempos de acontecimientos políticos cuya comprensión, más allá del tratamiento inmediatista del periodismo, requiere del auxilio de la buena literatura. Así, es tal vez este escritor quien nos da las mejores claves para analizar el octavo Congreso del Partido Comunista de Cuba y los cambios que sugiere el retiro de Raúl Castro.

Por eso, al cerrar las 670 páginas de Como polvo en el viento, hay que decir: «Gracias, Leonardo Padura». Un agradecimiento que, en este caso, viene de este cronista, un septuagenario que nació a la vida política con la revolución cubana. Un septuagenario, casi diez años mayor que Padura, que a estas alturas de la historia sigue sosteniendo, a pesar de los pesares, que los caminos para construir la utopía de sociedades solidarias transitan necesariamente por la izquierda y que se siente vacunado contra oportunismos, dogmatismos y visiones maniqueas.

Esta columna no tiene pretensiones de crítica literaria, ámbito en el cual El hombre que amaba a los perros es a mi juicio superior a Como polvo en el viento, aunque esta última es más rica en cuanto a provocar reflexiones, a situar al lector ante la necesidad de mirarse a sí mismo en un pasado y presente común al de la trama de la obra. Porque, parafraseando el título de la primera obra de gran aliento de Padura, esta obra es también la novela de nuestras vidas, en un sentido tal vez fragmentario, salvando todas las distancias geográficas y aferrándose a las cercanías políticas.

Este transcurso vital parte en el encantamiento que los jóvenes de los años 60 sentimos ante la revolución cubana. No solo era «el primer territorio libre de América» a 90 millas del gigante imperialista, sino también un proyecto cultural e ideológico transformador que a nuestros ojos se conjugaba en claves de desparpajo y creatividad, sacudiéndose resabios burocráticos del estalinismo en una apuesta tercermundista. Memorias del subdesarrollo y Lucía nos mostraban nuevas propuestas cinematográficas, mientras nos nutríamos de un marxismo irreverente con la revista Pensamiento crítico, disfrutábamos el arte gráfico, poético y narrativo en las páginas de El caimán barbudo y entonábamos la música de Carlos Puebla y de la Nueva Trova.

Los reportajes de la revista Bohemia respiraban también aires de lo que entonces se caracterizaba como el Nuevo Periodismo y en los ejemplares que nos llegaban de las ediciones especiales del Granma leíamos casi como discípulos los kilométricos discursos de Fidel Castro, transcritos taquigráficamente con toda la ambientación de los gritos de las multitudes convocadas en la Plaza de la Revolución.

Las miradas idealizadas sobre Cuba se han diluido con el tiempo, en un proceso de envejecimiento mutuo: tanto nuestro como de la revolución. Un envejecimiento potenciado por procesos y eventos que marcaron el tránsito desde el siglo XX al XXI, con el gran impacto que significó para la isla caribeña el fin de los socialismos reales y la disolución de la Unión Soviética, momento que marca el arranque de Como polvo en el viento. Las privaciones de un país y un pueblo acosados por bloqueos y embargos cruzan toda la obra de Padura, así como el fenómeno de los exilios, que son una constante en la historia de la Cuba socialista, como otro tema medular en esta última novela.

Desde la aparición de Como polvo en el viento, su autor ha sido bastante entrevistado, por medios de varios países, como el diario argentino Página 12, e internacionales, entre ellos la Deustche Welle y la cadena BBC, que han confrontado a Padura con la trama, los personajes y el trasfondo político y social de su última obra. El lector de estas entrevistas encontrará siempre a un Padura despojado de estridencias, que trasunta honestidad y no hace guiños fáciles a nadie.

Como escribió Carlos Zanón en el diario madrileño El País en septiembre último, Padura es:

…un autor cubano residente en la isla y que se permite reflejar una realidad de la sociedad cubana y el exilio con una dosis adecuada de crítica sin revancha ni ceguera ideológica. Uno nunca sabe si la realidad cubana en los diferentes tramos de las historias que aparecen en los libros de Padura es tal y como él la ve, pero lo parece por no sernos hiperbólica y eso es más que suficiente. No te cruje ni te posiciona en un marco determinado.

Es, qué duda cabe, el mayor escritor cubano de esta hora, un creador que lamenta sin quejas y sin estridencias la escasa difusión que sus obras y sus éxitos tienen en la prensa oficial cubana, situación que motivó una carta de respaldo, o más bien de desagravio, a Padura de otros creadores de su país tras la publicación de Como polvo en el viento.

Este silencio oficial habla de torpes burócratas, de remanentes, de limitados comisarios que, como suele ocurrir, desconfían de los intelectuales por su condición de creadores insumisos; una ceguera que le hace mal a la sociedad cubana, porque dentro del vasto arsenal de descalificativos tan caros a cierta izquierda dogmática, no hay ninguno que se le pueda endilgar a Padura. No es un contrarrevolucionario ni un oportunista, tampoco un disidente, ni un converso, ni mucho menos un tránsfuga, condición que sí corresponde adjudicar, por ejemplo, a la escritora Zoé Valdés, devenida hoy en fanática partidaria de Donald Trump.

Tampoco es un desafecto, término que aparece de vez en cuando para descalificar a desencantados. Al contrario, tal vez ningún otro autor hoy por hoy está tan ligado desde su conciencia y sus entrañas a Cuba, para no emigrar, como algunos de sus personajes, y aplaudir con datos duros el éxito de la estrategia gubernamental ante la pandemia de la COVID-19.

Darío, uno de los protagonistas de Como polvo en el viento, hijo de padre desconocido, maltratado sistemáticamente por su madre en un empobrecido solar de La Habana Vieja, termina siendo un connotado neurocirujano, catedrático en Barcelona. Una historia así en nuestros lares sería casi fantástica, propia de una persona excepcional, un self made man forjado en el individualismo neoliberal que con esfuerzo escapó a su destino de niño de orfanatorio y prospecto de delincuente. En la obra de Padura, este Darío es un individuo de perfiles propios, pero también, al igual que otros personajes de la obra, el producto de una revolución que democratizó realmente la educación. Y Padura lo cuenta con la naturalidad que corresponde a quien conoce a su país y lo quiere sin fanatismos.

Estas son las voces que hacen falta hoy cuando se domestica y comercializa a los creadores y persiste un ya viejo neocolonialismo cultural. Que la resistencia a esta manipulación del arte tenga como uno de sus mayores exponentes en la literatura a un cubano «por los 64 costados» es una luz de esperanza en medio de la desesperanza.

Gracias, Leonardo Padura.